Cómo se enseña el Socialismo en las Universidades de Chile

Oculto tras un pseudónimo, uno de nuestros camaradas de Valparaíso, estudiante del Curso de Derecho, nos envía una interesante colaboración acerca de un punto que merece ser ampliamente discutido. El estudio de las doctrinas socialistas está tomando un gran desarrollo, y diariamente se le analiza en la Prensa, el parlamento, etc. “Claridad” publicará con agrado las colaboraciones que nos ha prometido enviar nuestro camarada de Valparaíso, acerca de las ideas del Profesor Guillermo subercaseaux.

II

«El minero ¿catearía con el mismo empeño si fuera enviado por el Estado a descubrir minas para la comunidad?” se pregunta el señor Subercaseaux. ¿Y por qué no? En la sociedad comunista ese mismo minero obtendría mayores resultados con un esfuerzo mínimo, porque la comunidad pondría a su disposición recursos inmensos para descubrir minas. En cambio, en el injusto y egoista régimen actual todo está calculado para poner trabas a ese hombre, para aplastarlo, para hacer infecundo ese esfuerzo. Añade a continuación «¿Podría la sola autoridad del Estado reemplazar ventajosamente lo que hoy hace el interés privado de los mismos empresarios interesados en la prosperidad de la industria?» Curiosa manera de argumentar la del profesor universitario. Supone al Estado socialista como al actual Gobierno capitalista, que es totalmente distinto de la sociedad, compuesto por varias decenas de parásitos y burócratas que devoran el trabajo de los demás. ¿Por qué habla de «autoridad del Estado», socialista en oposición, puede decirse, al resto de la comunidad, siendo que en el régimen comunista ambos términos se identifican? En el régimen comunista la prosperidad de los individuos se identifica con la prosperidad del Estado, o sea, lo contrario de lo que pasa actualmente, en que al lado de Estados ricos hay ciudadanos que se mueren en la miseria. En el socialismo no habrá vigilancia ni fiscalización, dicen los anti-socialistas, como el señor Subercaseaux. Y diez renglones más allá, el mismo profesor se contradice diciendo que la vida sería, en tal caso, uniforme como en el ejército y la marina, lo cual supone vigilancia y fiscalización. ¡Es uno de los más hermosos ejemplos de contradicción! En realidad, en el sistema comunista la vigilancia y la fiscalización casi desaparecen, o, mejor dicho, toman un carácter pasivo. Un hombre que no trabajase en tal sociedad se avergonzaría de sí mismo. Por otra parte, la vigilancia y la fiscalización, que al señor Subercaseaux le parecen actos muy bellos, son consecuencia de la sociedad capitalista, que en cada hombre ve una máquina productora, de la que hay que obtener el máximun de provecho con el mínimun de gasto. El hombre explotado en esas condiciones trabaja lo menos posible, reaccionando a la explotación. Para que no se rebele necesita ser vigilado y fiscalizado como el prisionero en una cárcel. En la otra sociedad, en cambio, el individuo no vive trabajando en beneficio de otro: trabaja para sí mismo en cada momento en que hace algo útil para la comunidad. Los antisocialistas repiten mil veces que cuando no se trabaja bajo la iniciativa del interés particular «decaerían la producción y el progreso material.» Estudiemos uno de los ejemplos del profesor universitario. El dueño de un campo hace un canal de regadío o la plantación de un bosque, porque la tierra le pertenece y puede aún legarla a sus hijos, etc; si no fuese así, no lo haría. Desde luego ¿quiénes hacen el canal? ¿el dueño o los obreros que estan «vigilados o fiscalizados?» Prescindamos del caso frecuente en que el dueño veranea en una playa de moda o juega en un club de la capital, y supongamos que el propietario dirija el trabajo. Los que mueven la pala, los que trabajan, en una palabra, los que realmente hacen el canal son los obreros. ¿Y lo hacen movidos por su interés particular? No. Lo hacen porque se ven obligados a hacerlo para no morirse de hambre. El interés particular reside únicamente en el propietario. Los obreros no tienen mayor interés en que se haga o nó el canal. Lo que les importa es vivir. A pesar de todo, construyen el canal y tratan de trabajar lo menos posible, porque el canal no beneficia sino al propietario. En cambio, veamos el mismo caso en la sociedad comunista. Desde luego, los hombres tendrían cultura, tendrían conciencia de las ventajas que el canal significaría para la comunidad. En consecuencia, trabajarían con agrado, acaso con más presteza y con menos fatiga porque dispondrían de las mejores maquinarias en número suficiente; trabajarían con la convicción de que el canal era para ellos, o sea, para la comunidad. ¡Qué contraste más formidable sería el de los obreros actuales, trabajando penosamente para no morir de hambre, para el propietario, comparado con los hombres del futuro que trabajarían con gusto, con menos esfuerzo y más rápidamente, para la comunidad! ¿De dónde deduce el señor Subercaseaux el decaimiento de la producción y del progreso material en la sociedad comunista? No debemos olvidar el desgaste enorme de hombres y energías de la sociedad capitalista. ¿Cuántos hombres obligados por el hambre a trabajar en oficios que le disgustan no producirían el máximun en una sociedad donde pudieran dedicarse al oficio para el cual tienen más aptitudes? ¿Acaso no vemos diariamente a esta sociedad tronchando iniciativas y aplastando inteligencias? ¿Por qué, entónces, achacarle a la sociedad comunista los defectos del capitalismo? «La intensidad de la producción en los paises industriales modernos se ha conseguido merced al interés privado», dice el señor Subercaseaux. Esto es exacto. Bastaría agregarle, para tener el cuadro total de la sociedad moderna, que el progreso se ha obtenido a costa de la explotación, de las lágrimas y de la sangre de millones y millones de trabajadores, que han muerto para darnos las relativas comodidades que poseemos. Bastaría agregar que esos trabajadores jamás tuvieron la remota esperanza de redimirse del yugo del salario. Que cuando volvían, a su vivienda miserable, fatigados por el trabajo, encontraban a sus hijos hambrientos. Que la pobreza del hogar les angustiaba el corazón. Que sus mujeres y sus hijas se prostituían por hambre. Que las comodidades, la cultura y la belleza no serían jamás dones para él ni aún para los hijos de sus hijos. Y, finalmente, que, después de su muerte, los suyos serían arrojados a la calle o caerían nuevamente bajo las redes de la explotación, para no interrumpir esta cadena interminable de incultura y de miseria. Todo esto es lo que se ha conseguido «merced al interés privado», merced a esta ignominia que se denomina régimen capitalista, y que el señor Subercaseaux considera irreemplazable.

Marco Aurelio Guzmán.

Valparaíso, Mayo de 1921.