La Situación Social en las Provincias del Norte

Bajo este título publica El Mercurio del lunes pasado dos cartas, cambiadas entre don Aníbal Echeverría y Reyes, domiciliado en Antofagasta, y el jefe del Ejecutivo. El primero afirma qué en el norte «las huelgas injustificadas que se repiten con una frecuencia que espanta, las alteraciones del orden, de las que han sido una muestra las desgracias de San Gregorio, el alza de los artículos de primera necesidad, las mil dificultades que se presentan en la vida ordinaria, arrancan su origen, pura y exclusivamente, de una agrupación de agitadores chilenos, que, en esta provincia, hoy por hoy, se vanaglorian de contar con la complacencia de usted.» «Esas personas después de atiborrarse con la copiosa literatura rusa existente en estas materias, que ellos no comprenden en su esencia, ni son capaces de adaptar a nuestra región y costumbres, hacen una propaganda constante, no en pro del mejoramiento de los obreros, ni de las seguridades indispensables en sus faenas, sino por la revolución social que predican abiertamente en todas sus reuniones y en su diario El Socialista, sin que las autoridades lo impidan.» «Y lo hacen beneficiándose con las cuotas semanales que imponen a los obreros, las que recogen con el pretexto de propagar el comunismo, pero invirtiéndolas en su propio provecho.» «Una vez por todas señor hay que apreciar el fondo de estos movimientos, de los que, en verdad, no aprovecha el proletariado, sirven para inculcar a las masas, las ideas, irrealizables, de la propiedad común, la destrucción de lo que llaman burguesía, sin saber el restringido significado de ese término, procuran destruir las bases de todo gobierno, y la implantación del soviet que tan funestos resultados ha tenido en donde ha logrado surgir.» «Creámelo; señor, el Ideario Bolchevista de Lenin es mucho más leído y comentado en la. Pampa, que el Quijote de Cervantes: aquel libro lo conocen todos, y este último algunos pocos, de referencia nada más.» «Vivo aquí hace diecisiete años, en contacto con patrones y trabajadores, y he podido notar como han mejorado los campamentos del interior, la rebaja, acordada hace tiempo, en los precios de las pulperías, hasta llegar a vender la carne y otros artículos de primera necesidad a menos del valor del costo, el (página siguiente) alza prudencial de los jornales, la asistencia médica, y hospitalaria gratis, el cambio, sin descuento, de fichas y vales, extinción paulatina del alcoholismo y del juego de azar, la aplicación muy liberal de la ley de accidentes del. trabajo, etc., etc.» Y termina deduciendo de todo esto que lo que se pretende por esta organización de agitadores –se refiere indudablemente a la Federación Obrera de Chile— es alterar el actual orden de cosas para aprovecharse del caos sobreviviente. Yo que, habiendo sido «particular» en la pampa por más de diez años, conozco la situación del Norte como la palma de mi mano, puedo decir que lo único cierto que sostiene el. señor Echeverría y Reyes es que la mencionada colectividad es «una agrupación de agitadores chilenos», diferenciándose en esto de todos aquellos burgueses que andan contando la vieja historia de que todo el movimiento y descontento sociales se deben a la obra de agitadores extranjeros pagados muchas veces con oro peruano. Pero afirmar que la obra de agitación se debe a la literatura rusa que leen los obreros es una falsedad. La agitación y el malestar son determinados por la sórdida explotación de que es víctima la clase trabajadora. Y esto no lo digo por hacer declaraciones gratuitas, ya que lo han podido comprobar todas las comisiones que durante los últimos veinte años ha estado enviando el Gobierno y así lo declaran en sus respectivos informes. Los compañeros Recabarren, Cortez, Córdova, Carmona, Villalobos, Abalos y tantos otros no ajítan por negocio, sino porque siendo miembros de la clase asalariada han sido víctimas del patrón. Si ellos no agitan lo harían no diez sino mil más. Yo creo que el agitador es un producto del descontento y no éste de aquel. Si las habitaciones fueran higiénicas y cómodas, los salarios más o ménos justos y los artículos de consumo baratos la agitación existiría siempre, porque mientras haya, clase poseedora y clase trabajadora, la habrá, pero sería, indudablemente, menor. Por eso, a pesar de que el jefe del Ejecutivo rechaza en su mayor parte los conceptos del señor Echeverría y Reyes, no estoy de acuerdo con él cuando dice que la desgraciada condición de los trabajadores «es terreno preparado para recibir la semilla maldita que cae de las manos del agitador, porque supone que cualquier absurdo, cualquiera situación descabellada, cua1quier enigma del futuro, será más soportable y llevadero que sus penalidades del presente.» Y, asimismo, no estoy de acuerdo con S.E. cuando distingue entre «las sanas aspiraciones del proletario que busca un remedio a su abandono y a sus penalidades, y las pretensiones insensatas de los visionarios del comunismo.» Esto, sin tener intención de desacatar al Jefe del Ejecutivo, es una gran barbaridad que importa, en buenas cuentas, un total desconocimiento de la situación social del Norte, imperdonable en el primer mandatario de la Nación. Yo que he vivido entre los pampinos por muchos años y que conozco de cerca la situación obrera, puedo declarar sin temor de ser desmentido que la orientación de la masa trabajadora es la misma orientación que le han impreso sus dirijentes y que pretender diferenciarlos es pretender dividirlos. Y en la práctica el mismo S.E. cuando se ha dirijido a los obreros de Antofagasta lo ha hecho por intermedio de Hernan Cortez o de Luis Recabarren, este último hoy día diputado sin haber cohechado un voto, a diferencia de aquellos que leen y comentan el Quijote. Estas observaciones me merecen las cartas aludidas. Podría profundizar más pero prefiero dejarlo para otra oportunidad. Termino rogándoles a los compañeros de Claridad corrijan las faltas de ortografía de estas pobres líneas y, además, oculten mi nombre, porque me encuentro cesante en uno de los albergues de esta ciudad y no deseo ser molestado como sucedió con los camaradas que días pasados se atrevieron a entonar la Internacional.

CATALDO PEREZ