LIBROS

“El Tinglado de la Farsa”, por Pedro Sienna.

Pedro Sienna nació poeta, como yo naci clorótico, como otros nacen rubios o brunos. Pero a diferencia del autor de “Y dolor, dolor, dolor”... (este soy yo ...), y a diferencia de casi todos los que nacieron dorados o negros, Pedro Sienna, una noche, en pálida complicidad con la Luna, metió su humanidad de trovero tras la máscara mentirosa de un histrión, Vivió la vida múltiple y carnavalera del tinglado; y nunca supo nadie si sus risas o sus lágrimas, le nacían en la carne rítmica del pecho, o se formaban en las acartonadas paredes del mascarón. Los días fueron sucediendo a los días. Jornadas de triunfo, jornadas de fracaso; horas blondas de sol; besos, sonrisas, galanterías; horas envenenadas de noche; desaliento, hambre, .abandono.... En un rincón del mimo, el corazón del poeta temblaba; y su temblor era ritmo y armonía. La hora que el actor fingía, condensábase en una melancólica gota de miel dentro del vaso triste del poeta. Fué así como el deambular bullanguero, polícromo y funambulesco, se transformó, displicente, casi inadvertidamente, en cantar. Fijando hay una impresión; musicalizando mañana, una emoción; bocetando aquí un paisaje; realzando más allá la humilde insignificancia de una escena de entre bastidores, Pedro Sienna fué realizando en verso el azar de los días y de las horas de su caravana. Sin embargo, he aquí que este libro nos da relativamente poco de lo que a título promete. La razón es obvia... Pedro Sienna, al melodizar el escenario mudable de su vida de cómico, no hacia sino mirarse a si mismo. Para él, coma para todo sensitivo, serán una verdad eterna las matefísicas palabras de ese martirizante profesor de desconcierto que se llamó Enrique Federico Amiel: “el paisaje es un estado de alma”. Escrito desordenadamente, sin premeditación, un poco sobre la mesa de un bar, otro poco en un entre-acto teatral, otro poco tras una cita amorosa sin importancia, o... con importancia, “El Tinglado de 1a Farsa”, es un libro al que, en verdad de verdad, no se le puede pedir más de lo que da. No obstante, el lector sencillo y desprevenido, a quien nada importan razones generadora y que muerde la fruta únicamente por el sabor de la fruta, tiene derecho a exigir poesía se le ofrece poesía, y nada más... Y cuando se dice poesía se dice, selección, se dice aristocracia, poda, depuración. Pedro Sienna ha cometido el pecado de enamorarse de sus sonetos, no por lo que ellos contienen en si, sino por lo que representan en cuanto glosas de su vida andariega y sentimental. Le armaremos pleito por eso, nosotros románticos como él y paternalmente penetrados de su secreto?... No... indudablemente... Pero... todos aquellos que no estén en el “por que”, se lo armarán... y con razón...

“La Torre”, por Joaquín Cifuentes Sepúlveda.

No todas las gentes creen que el dolor sea lo sustancial de la suprema categoría estética; y muchos, en abierta y aún enconada contradicción con el Wilde del De Profundis, le niegan la calidad de máximo modelador de espíritu artístico. Nosotros creemos en la despiadada eficacia del dolor. Creemos que, por lo menos hasta hoy, el hombre debe a su áspera lanzada las manifestaciones culminantes de la Belleza... Si Cifuentes Sepúlveda no hubiera llevado en la sangre la incitación al canto, seguramente el dolor se la habría creado. El rudo Longinos rompió su pecho y de él está manando, abundosa y juvenil, la armoniosa vertiente. El poeta, con sus manos de artífice, cada día más diestras, labra cálices de oro fino. Los aplica al borde del rojo manantial, y los ofrece, severo y litúrgico, a los creyentes del lírico culto. ¿Es acaso la excesiva frecuencia de la dádiva, o la imposibilidad de perfección en e1 oficiante demasiado joven, lo que nos torna Insatisfechos de la melodiosa comunión? Joaquín Cifuentes es casi una guagua, y ya lleva publicados cuatro o cinco volúmenes de versos... ¡Oh! no se prodiga impunemente la sangre del espíritu! En el canto de ahora, es fácil notar descensos de pulsación, debilidades de color, talvez un leve peligro de anemia. ¿Con relación a sus obras anteriores? Nó; con relación a la progresión que esperábamos, y cuya tonalidad puede presentirse, en ese tan humano y trémulo “Poema Desnudo'. Se ha repetido mucho que el rosal abandonado a su loca y primaveral eclosión, no da bellas rosas... No por muy dicho deja de ser cierto. Mientras Beethoven, torturado y sempiternamente descontento, desechaba temas, modificaba, pulía, botaba y volvía a recoger, Schubert, fresco y despreocupado, florecía, florecía... hasta despertar los celos del sordo huracanado. Se han ido los años... Si juntarnos en un ramillete todas las producciones de Schubert no logramos integrar una “Novena Sinfonía”... Y téngase presente Que no todo el mundo es un Franz Schubert . La necesidad del menor esfuerzo nos empuja hoy a envolverlo todo en bondadosos nombres disculpadores. Hablamos de espontaneidad: y en su nombre se perpetran los más escalofriante sacrilegios. Hablamos de simplicidad: y bajo tal advocación se está fundando el imperio de la vulgaridad. Palabras, palabras... hipócritas. Cuando se es poeta de verdad, como lo es Cifuentes Sepúlveda, se debe caminar muy por sobre las palabras; cuando se es poeta, se asume por el sólo hecho de serlo, una sagrada responsabilidad. Si la mística y divina misión del apolonida, es vulnerada por el ansia de un triunfo prematuro, no lo salvarán de la muerte ni las alabanzas fáciles de los críticos, ni los inconclentes aplausos de las turbas literarias. Pero el poeta, es hombre; y el hombre es débil: “Yo que tuve dos brazos membrudos de gigante caí también... La mala comprensión del instante... Sólo mi corazón tuvo un gesto vibrante”. La vida es así. Vendrán otras horas y otros días. Nuevos soles y nuevas lunas enseñarán al ruiseñor, casi guagua, muchos amargos y superadores capítulos del diccionario triste de la vida. Quizás entonces su herida sea menos sangrante; aunque más honda y más intima. El cáliz, que sus manos de artífice labrarán cada vez más concienzudamente, tardará acaso en rebalsar. Pero cuando, después del devoto esperar, lo acerquemos a nuestros labios, sentiremos que estamos comulgando la santificada esencia de una vida. Así sea.

Fernando G. OLDINI.