EN TORNO A LA EMBAJADA MEXICANA

DOS PALABRAS.

Después de oír las admirables palabras de don Julio Vicuña Cifuentes, dichas en el tono cordial de la amistad, el licenciado Vasconcelos llenó el convivios con la resonancia magistral de su voz. Y recordó al Cristo: “Yo no he venido a traeros la paz; he venido a encender la guerra entre vosotros”. Y se fue Vasconcelos, rumbo a su tierra, y empieza apenas la batalla que debemos dar por él en esta patria gris de la mediocridad.

EL AMBIENTE.

Cuando en ocasión anterior el licenciado Antonio Caso nos honraba con su visita y elevaba en el tono puro y claro de su palabra el paraninfo universitario, donde la chatura espiritual se asila como en su casa, la tiranía gubernativa acababa de cometer uno de sus crímenes más execrados: se había expulsado de sus cátedras universitarias a Carlos Vicuña Fuentes por sostener en una reunión de la Federación de Estudiantes de Chile que la solución del problema internacional del Norte consistía, a su juicio, en la devolución al Perú de las provincias de Tacna y Arica y la cesión a Bolivia de una faja de terreno en Tarapacá para que tenga salida al mar. Venía el licenciado Antonio Caso de regreso de las fiestas centenarias del Perú, donde más de una vez debió hablar y oír hablar de confraternidad americana, y se le ofrecía la tribuna universitaria de Chile en los mismos días en que esa Universidad, convertida en un instrumento de la tiranía, arrebataba el pan de la boca a un profesor, que presentaba su fórmula de confraternidad. Si es honroso ser un huésped de la casa de la cultura, es triste tener que sentarse, ignorándolo, como en sitio de honor en la mesa de un Tribunal del Santo Oficio. El licenciado Caso nos embriagó a todos en la música de su palabra selecta. En ella adivinamos al maestro. Era una vez desconocida entre los inquisidores. Ellos, acostumbrados a la palabra escueta, rígida y vacía, la encontraron demasiado literaria, demasiado bella, demasiado inútil (“¡Santa inutilidad de la belleza!”), muy poco universitaria. Otro día, y derivado de la expulsión de Vicuña Fuentes, se producía un pintoresco incidente frente a la Moneda: el Presidente de la República se daba la satisfacción de abofetear a un estudiante universitario momentos antes de ir al Club de Señoras a escuchar una conferencia del Licenciado Caso. Al noble embajador mexicano le tocó pasar entre nosotros cuando vivíamos en pleno cesarismo. Un cesarismo de opereta. Signos de los tiempos.

LA REFORMA UNIVERSITARIA.

Alentados por el ejemplo de otros países más cultos –México, Argentina– los universitarios chilenos se agitaron alrededor de una campaña que pedía la reforma de la educación. La Universidad, que es en Chile propiedad de una familia, se convirtió esos días en Cuartel de Carabineros. El rector no había renunciado, pero había delegado su alta investidura en las nobles manos del Comandante de Carabineros. Algunos profesores tuvieron el gesto digno de no hacer clases mientras la Universidad permaneciera en estado de sitio. Desgraciadamente los dignos siempre fueron los menos.

EL HOMBRE.

Hasta aquí había llegado el eco de la voz de un hombre, de un país lejano y admirable. Y, como un acontecimiento inexplicable entre nosotros, ese hombre era rector de la Universidad, primero, y secretario de Educación Pública, después, en México, su patria. Era un maestro. Fenómeno desconocido en Chile. Palabra que, entre nosotros, carece de significado. Ese hombre, Vasconcelos, decía: “Y el Gobierno, que es el sostén de la Universidad Nacional de México y el responsable de su funcionamiento, debe cuidar de que la Universidad obedezca estas orientaciones; debe cuidar de que la Universidad no se convierta en una torre de marfil, pues no tiene derecho a ello, desde el momento en que el pueblo la paga, y debe cuidar, asimismo, de que las enseñanzas que se impartan no posean ese carácter neutro que se disfraza con el nombre de ciencia, para eludir la responsabilidad de los problemas humanos. Sabios activos que pongan su ciencia al servicio de los ideales de mejoramiento popular, esa es la única clase de maestros que el Gobierno puede expensar”. En una ocasión memorable, en la celebración del Día de la Raza, se erguía, áspero y viril, para clamar contra la farsa de esa conmemoración mientras en algunos países de América imperaba la tiranía. Y hubo reclamaciones diplomáticas, y asonadas callejeras, y artículos de prensa, laudatorios y condenatorios. Y el rector de la Universidad renunció antes de restar brío y calor a su palabra y a su convicción. Este hombre era querido y admirado por la juventud de Chile. Después, uno de nuestros más puros y altos valores intelectuales, Gabriela Mistral, era invitado a México, como huésped de honor, por iniciativa de este hombre generoso. Aquí se le tenía arrinconada y olvidada. Este país patriota daba el espectáculo de deprimir a una de sus escasas glorias legítimas por medio de las impertinencias de un imbécil con investidura senatorial. (Q. E. P. D.) Aquí la pobre Gabriela estaba condenada al Club de Señoras, Club de Señoras y Club de Señoras. Su mayor esparcimiento era alternar con intelectuales como Roxane. Se le llama a México y se le abren las puertas de un cenáculo egregio. A la admiración que debíamos a Vasconcelos por la liberación de espíritus que se consumen en este ambiente de asfixia.

LA EMBAJADA.

Recientes estaban los clamores de la campaña de reforma de la enseñanza, cuando se anuncia una embajada mexicana presidida por Vasconcelos. El Tribunal del Santo Oficio Universitario había expulsado de las escuelas a un grupo selecto de muchachos que pedían lo mismo que Vasconcelos había implantado en México. ¡Y era ese mismo Tribunal del Santo Oficio el que se iba a encargar de recibirlo! El Gobierno nombraba un comité de caballeros respetables, militares y jubilados para atenderlo. La gente intelectual no era tomada en cuenta en las comisiones.

En tanto veamos quienes venían en la Embajada: José Vasconcelos, maestro, hombre de acción, impulsivo del presente, dinámico obrero del porvenir y grave meditador de nobles cosas antiguas; Roberto Montenegro, artista estupendo, universal, consagrado por la alta autoridad de Vittorio Pica: amigo y compañero de Rubén Darío, “que escribía lo que él pintaba con el mismo cariño con que él pintaba lo que el poeta escribía”; Julio Torri, autor de Poemas y Ensayos, clara mente y generoso corazón y Carlos Pellicer, poeta nuevo y robusto que sintetiza en su temperamento la pasta lírica de los cantores del futuro de América. Creyó el Gobierno, con la intuición que nunca le falta, que lo más adecuado para crearle ambiente a estos hombres era juntar a Roxane con los militares y la gente respetable.

UN RENACIMIENTO.

Es Montenegro el que habla: “Desde que Vasconcelos fue Ministro de Instrucción, empezamos los artistas a sentirnos personas, a sentirnos gentes. Imagínese a un hombre que con sólo la confianza en nuestro temperamento y en nuestra obra, nos llama y nos entrega un templo para que lo decoremos. Nos dice: “Aquí no hay crítica oficial, no hay nada. Usted nos decora el templo, hace en él lo que quiera, es su porvenir de artista el que se juega. Tiene usted los pinceles, la pintura, todo lo que necesite y se pone a trabajar para la eternidad”. Y Montenegro nos muestra fotografías de los templos por él decorados, nos habla de Ribera, otro gran artista que en estos momentos está pintando enormes muros, y nos desarrolla los proyectos de grandes obras decorativas que realizará en su país. Vasconcelos ha invitado a México a Anatole France, a don Ramón del Valle Inclán, a Gabriela Mistral, a Paul Fort. Es el alma del renacimiento que conmueve su patria.

SU INTERNACIONALISMO.

Las autoridades universitarias que habían expulsado estudiantes por agitar ideas de reforma, el Gobierno que había destituido a un profesor por pensar con su cabeza en el problema internacional, los militares que medran en el odio del espíritu, formaron la comitiva oficial de Vasconcelos. La silueta gris de Pacheco alargaba a cada momento una mano protocolar y correcta a los ilustres visitantes. Se les mostraba un rascacielos, el cementerio, las calles pavimentadas, la Escuela Militar. Y se escondía el dolor, la rebeldía, la amargura que la injusticia ahondaba día a día. No se le decía que en 1920 se agitó estérilmente al país por una amenaza de nuestras fronteras que sólo existió en la mente de los que querían arrebatar la elección al Presidente Alessandri que era entonces, el ídolo “de la querida chusma”. Y no se les dijo que hubo una institución –la Federación de Estudiantes de Chile– que por pedir una explicación de las causas de la movilización, fue saqueada por orden del Gobierno de entonces. Y que las cárceles se llenaron de obreros y estudiantes. Y que la justicia, armada de códigos y crueldad, asesinó a Domingo Gómez Rojas, enloqueciendo su mente de excepción. Pero este hombre que venía de lejos, no tenía necesidad de que le conversarán estas cosas. Las sabía. El “Boletín de la Universidad” de México había reproducido de nuestras publicaciones, la relación desnuda de estos crímenes. ¡Mientras la Universidad de aquí era el instrumento de la tiranía, la del país lejano y generoso daba resonancia y prestigio a nuestra protesta! Y por eso, en el acto académico de la Universidad, acto que no se atrevió a presidir el que es todavía rector, a pesar de haber sido quemado en efigie por los estudiantes, después de oír los huecos y sonoros discursos gubernativos, dijo serenamente: “Yo soy de los que creen que el sentimiento de Patria es demasiado pequeño para los corazones libres y pongo mi fe en un internacionalismo sincero y total que abarque a todos los hombres y, todavía más, a todos los sitios de la tierra, las montañas y los mares, los ríos y los árboles y las obras todas de la divina creación”. La familia propietaria de la Universidad se retorcía epilépticamente en sus asientos. Temblaban las calvas venerables. Vasconcelos seguía la lectura de su oración con la gravedad del que oficia en un rito religioso. Terminó de hablar Vasconcelos. Los estudiantes lo aclamaban. Se oían gritos por la reforma universitaria, por los expulsados de la Universidad, por la Federación de Estudiantes de Chile. El Presidente de la República lo felicitaba. ¡Y, sin embargo, el Gobierno había dividido la Federación de Estudiantes dando como pretexto de la ruptura el que en esta institución se preconizaran ideas tan peligrosas como, las expuestas en el discurso de Vasconcelos! Después del saqueo de la era sanfuentina la división organizada y dirigida por las cabezas del nuevo régimen, era el intento más serio de destrucción de la colectividad estudiantil, “E pur si muove”. El Consejo de Instrucción Pública se escandalizó con estas declaraciones. Y, sumando a esto el hecho de que el Presidente de la Federación de Estudiantes de Chile estaba expulsado por uno de sus acuerdos, negó el salón de la Universidad para que los estudiantes escucharán la palabra de Vasconcelos. Los consejeros han adoptado la táctica del alemán engañado: Vender el sofá. Vana, pobre, inútil precaución... A pesar de la negativa, la Federación de Estudiantes citó a sus asociados, por la prensa, a reunión en la Universidad para sesionar en el hall, o en la Alameda de las Delicias, bajo la protección paternal de los Hermanos Amunátegui, generosos en la actitud inmóvil de la piedra que los inmortaliza. Pero la prensa, cuarto poder del Estado, muy disciplinado para acatar las órdenes de los otros poderes, por unanimidad milagrosa e inexplicable apareció citando al local de la Federación, estrecho para contener al gran público. Dicen que medió en este milagro la influencia de un ganapán universitario, honesto y leal servidor del Gobierno. Se colocó en la Federación una pizarra citando a la Universidad. En ese local los muchachos, con el recuerdo fresco de la campaña de reforma, en que hubo tantas veces que hacer lo mismo, tomaron el salón y en él ofrecieron la palabra a Vasconcelos. Pintó con pincelada sencilla y franca la evolución de su país. Después, en la comida de los intelectuales, al responder al bello discurso de don Julio Vicuña Cifuentes, dijo que cuando veía a un militar sentía un deseo incontenible de reírse. “Para mí un militar es la inconciencia andando. Yo no sé si será megalomanía, pero a lo que he aspirado siempre es a ser un soldado del porvenir. Y en este puesto quiero estar con todos los intelectuales honrados, con todos los que, sin desearlo ni pretenderlo, mueven y dirigen después, a esos otros soldados autómatas, a esos que son la inconciencia andando, y defienden siempre a los que están en el poder. Y hay que luchar, luchar siempre. Y puesto que hemos de morir, prefiramos a una colitis esta bella muerte del sacrificio por un ideal”. Pero la gloria de Chile es el ejército. Y al día siguiente, cuando Vasconcelos se iba, aparecían editoriales diciendo que Vasconcelos ofendía la gloria nacional, que Vasconcelos no conocía nuestras tradiciones militares, que Vasconcelos no agradecía la hospitalidad generosa de Chile y la parte que en ella correspondía a nuestro ejército, piedra angular de las resplandecientes glorias patrias. Y Vasconcelos no se refirió nunca al ejército de Chile. Hizo la crítica del militarismo que en toda la tierra tiene los mismos vicios para la gente libre y las mismas virtudes para los defensores del desorden establecido. Pero eso no lo entenderían nunca en Chile donde se cree que el único ejército del mundo es el glorioso ejército de Chile.

EN VIAJE.

Ahora que los amigos y maestros mexicanos están lejos, la generosa hospitalidad chilena ha desbordado en los denuestos de la prensa gruesa como una cloaca que estalla. En cualquier país culto las declaraciones de Vasconcelos, y más en la Universidad, habrían excitado al comentario animado y comprensivo, a la meditación cordial y recogida. Aquí, en este ambiente de esclavitud moral a que nos hemos acostumbrado, esas nobles palabras han parecido herejías en el altar de los dogmas usuales, e indiscutibles. La oración de Vasconcelos en la Universidad, llena de un místico fervor religioso, habría sido publicada en los hechos de policía si su autor no hubiera traído investidura diplomática. ¿No decía editorialmente el diario envenenado que se trataba de un huésped molesto, cliente de la ley de residencia a no haber mediado su carácter oficial? Si Cristo resucitara lo crucificarían los periodistas católicos... Los mexicanos se van y la conmoción queda como una siembra generosa. En este país, donde los conceptos se pesan por la investidura o el título de quien los dice, meditarán sus palabras toda esa masa indiferente que piensa como los diarios ultramontanos, piadosos y plutocráticos. Las meditarán no porque vienen de una mente cultivada e ilustre, sino porque son del señor Ministro de Educación Pública de México. Sea como sea. Vasconcelos, el mismo que tronó contra la tiranía de Venezuela, ha venido a la sede misma de la tiranía intelectual, al antro de los liberticidas, a la guillotina de las conciencias viriles y altivas, a gritar su palabra rotunda y robusta. Y, los que vivimos extranjeros en este ambiente de Santo Oficio, sentimos que sobre nosotros gravita la obligación de defender la siembra de rebeldía que, a manos llenas, derramó el maestro mexicano. Porque, como el Cristo, vino a encender la guerra entre los hombres.

R. MEZA FUENTES.