Fábula Católica

Ibrain vivía en una aldea oriental. Cultivaba su huerto y trabajaba en labores de artesano. Sus semejantes respetaban sus virtudes y apreciaban su carácter que era dulce y acogedor. Nunca censuró a nadie, jamás sufrió cóleras ni se toleró pensamientos amargos. Sabía palpar el espíritu ajeno e infiltrarle nobleza. Poseía esa autoridad natural que ordena por insinuaciones. Cierta vez súpose que Jesus venía en peregrinación y pasaría por la aldea. Hombres y mujeres se regocijaron grandemente y aguardaron; su paso con alegría inverosímil. Cuando llegó hiciéronle fiestas religiosas realizáronse ceremonias rituales. Ibrain en presencia del profeta sintió trastornada su conciencia por un deseo curioso. Y se figuró que de no satisfacerlo instantaneamente, este deseo le arebataría el reposo por todos los días venideros. Entónces se aproximó al Señor le preguntó que cuando llegaría la hora de su muerte. El Señor le respondió: “dentro de un año”. Ibrain consolado, volvió a su vivienda; pero el desconsuelo entró nuevamente en su alama porque advirtió subitamente, que todo había envejecido en su redor. Su faz ya no era ni sus manos bien formadas. Sus miradas descubrieron las huellas del tiempo que roe, quebranta y detertora las formas. Pensó extrañado, que el mundo contenía innumerables goces desconocidos por su cuerpo. Su vida le pareció inútil; llegó a renegar del pasado. La respuesta del profeta se hinchaba odiosamente en su espíritu y desorganizaba su vida. La certidumbre de vivir un año más solamente le restaba interés y le impedía continuarla. Se asombraron sus semejantes de no verlo trabajar, y este asombro tornose en estupefacción cuando supieron que humedecía su garganta con vino y frecuentaba la amistad de tahures y rameras, pero concluyeron por resignarse. Ibrain empezo a vivir embriagado con la doble embriaguez del vino y del amor. Su casa fue empobreciendo y su huerto se convirtió en tierra abandonada. Cuando llegó el día final, Ibrain era un síntesis de la maldad. En un minuto de claridad, diose cuenta de lo sucio que estaba su espíritu y quiso arrepentirse; pero un hombre de mirada fulgurante, que lo acompañaba en las liberaciones, le advirtió que un minuto bastaba. Entónces Ibrain y su camarada se fueron de festín. Ibrain se embriagó en exeso, estuvo jubiloso y amó frenéticamente. Y cuando llegó el último minuto, sus sentidos estaban disueltos y no pudo arrepentirse. Satanás, entró; estrajo su espíritu y lo condujo a su reino. Y el Señor lloró lágrimas de piedad al saberlo; y su corazón se tamizó de tristeza de verse impedido para hacer eterna la vida del hombre. Comprendió que para lograrlo había que recrear al mundo hecho por su padre. E intentarlo era como negar la inteligencia de Dios.