Prostitución Obligatoria

Cuando las muchachitas de nuestro pueblo entran en la pubertad, el hambre propio y el hambre de los suyos la arrojan en un « taller» o la obligan a emplearse en una tienda del centro. Es la edad en que la sangre comienza a incendiarse, en que la concupiscencia principia a arañar la carne. En el «taller» o en la tienda la muchacha del pueblo, que, por regla general, lleva en las venas una herencia morbosa, principia a ser el blanco de las incitaciones y de las excitaciones del medio. Pero la muchacha del pueblo a pesar de la herencia morbosa, posee una virtud moral; mezcla de delicadeza y de prejuicios, que por meses y meses (a veces por años) pone en jaque la ofensiva combinada del mundo, de la carne y del demonio. Y los días van pasando. Los pretendientes hipócritas o cínicos suplicantes o violentos, son rechazados unos tras otros. La muchacha del pueblo defiende su virtud. Entre tanto, su cabecita primaveral va floreciendo de anhelos que se truncan, de esperanzas que se agotan. Y a menudo cuando después de un día de labor y de cansancio llega a su casa, se encuentra con que no tiene que comer. Hay operarias y hay empleadas que ganan un sueldo tan miserable que jamás uno podrá explicarse como se arreglan para vivir con él. El alto señor, vestido flamantemente, no puede imaginarse los días sin pan y las noches sin sueño que importa su traje a la última moda; no puede imaginarse que para seguir viviendo miserablemente, hay mujeres que cosen la mañana y la tarde y las dos terceras partes de la noche; no puede imaginarse que la muchachita sonriente que anotó su dirección, o aquella otra un poco más pálida, inmovilizada tras la ventanilla de la «caja», van a morir tísicas porque viven con la cuarta parte de los alimentos que sus cuerpos precisan. El alto señor, vestido, flamantemente no sospecha que ha pa (página nueva) sado junto al hambre; no sospecha qua detras de los rostros vírgenes, casi infantiles, se está gestando la tuberculosis y la degeneración; no sospecha qua en el fondo de esa carne intacta se está, incubando sordamente el germen de la prostitución. El alto señor vestido flamantemente no sospecha el horror silencioso qua ha pasado ante sus pupilas. Además, esto no le importa nada al alto señor. Para qua el hambre sea menos, la muchacha del pueblo dedica a comprar en pan el poco dinero qua antes dedicó a vestir pasablemente. Pero cuando llega a la tienda, cada vez peor vestida, el dueño se cree en el deber de observarle que pare trabajar en su «casa» es necesario presentarse decentemente. Las compañeras de trabajo, por otro lado, se burlan de su miseria. Si gasta en trapos su escaso sueldo, no tendrá que comer; si no lo gasta tampoco tendrá que comer, porque la echarán de su ocupación. Entre tanto, a la caída de la noche, cuando abandona el taller los candidatos la siguen. Las «amigas» mayores, experimentadas, le traen proposiciones, la aconsejan, se burlan de su «mogigatería», le señalan el contraste entre su situación miserable y la posible situación que con tan poco puede conseguirse. Por lo demás ella ha pensado ya muchas veces en esto. Por fin la moral es dominada por el hambre; los escrúpulos son aplastados por la necesidad de vivir; y la muchacha se entrega a cualquiera de sus muchos perseguidores. Es el comienzo. Después, una noche cualquiera, nos la encontramos al doblar una esquina. Ahora es ella, completamente cambiada, vestida casi con elegancia, quien nos hace proposiciones. Y nuestra moral burguesa de degenerados, se queda mirándola con estupefacción. Recuerda que un día la misma muchacha rechazó nuestra lujuria; y piensa satisfechamente: «Como todas; se hacen las santas«.. Lo cual no nos impide seguirla, y contajiarla de «sífilis» o de cualquiera otra porquería. Por fin la muchacha del pueblo que un día pasó por nuestro lado fresca y pura como una rosa mañanera; qua más tarde se prostituyó para comer; a quien contaminamos en una noche de animalidad, muere podrida en un hospital. Por supuesto que no nos remuerde la conciencia; por supuesto que tampoco le remuerde a los gobernantes, quienes se imaginan que con ordenar a la política qua aprese a las busconas nocturnas, ha solucionado el problema.... El mundo sigue girando. Por una prostituta qua muere hay cien vírgenes qua se prostituyen .. Pero llegará un día en que todo este dolor comprimido y mudo; en que todo este estiércol amasado con sangre y con lágrimas; en que toda esta humillación sufrida día a día, noche a noche, en la carne y en el espíritu, se alzará hecha una maldición y una sentencia.. Y entonces los poderosos de la tierra sentirán derrumbarse sobre sus vidas, la venganza de todas las generaciones a quienes el hambre sumió en el oprobio... Y será el principio del fin.

CLAUDIO ROLLAND.