Orientándonos

Es evidente que sobre el proletariado mundial pesa actualmente la más grande de las responsabilidades. Los días que le quedan al sistema capitalista son ya contados. Tendrá que caer, como han caído todos los sistemas basados en la injusticia, la violencia y la explotación. Es indispensable, pues que cada trabajador se forme conciencia acerca de la misión histórica que le corresponde desempeñar frente a la inevitable caída del actual régimen capitalista. En el período de transición entre la actual sociedad y la nueva van a producirse graves trastornos en el orden económico, intelectual y moral. El proletariado está en la obligación de capacitarse, a fin de hacer menos dolorosa a la humanidad la gestación del nuevo estado de cosas. Aceptada la premisa de que la caída del capitalismo es inevitable fluyen, lógicamente, dos conclusiones. En primer lugar, viene la necesidad de crear dentro de la sociedad actual, organismos que sean capaces de reducir al mínimum los trastornos del período de transición revolucionaria. En segundo término, debemos acelerar la caída del capitalismo, a fin de ahorrar a la sociedad el triste espectáculo de una agonía dolorosa. El problema que se presenta de inmediato, cuando cae un régimen, es el problema económico. Ante todo, los hombres deben vivir físicamente. La experiencia histórica nos demuestra el peligro enorme que tiene para un movimiento social la escasez de alimentos y objetos indispensables para la vida. En el orden económico hay que contemplar dos factores principales: la producción y la repartición. Cada vez que cualquiera de estos factores se perturba notablemente, se producen agitaciones que conducen inevitablemente a la caída del régimen respectivo, si aquellas perturbaciones no cesan. El régimen capitalista produce en una forma irregular, inadecuada a las necesidades, y reparte de modo injusto porque el producto del trabajo común queda en manos de una minoría. Si el proletariado chileno tuviera en cuenta los principios anteriormente citados; llegaría de inmediato a establecer su responsabilidad y su misión histórica ante la crisis económica que día a día viene experimentando el sistema capitalista. El proletariado chileno debe agruparse en organismos que puedan desempeñar una doble misión: acelerar la caída del sistema capitalista (sin descuidar su mejoramiento económico inmediato) y capacitarse, de antemano, para saber producir y repartir en los días agitados que suceden a la caída del capitalismo. Esta doble misión la deben desempeñar organismos creados de antemano sobre la base de la producción. Es un error, que ninguna razón justifica, imitar el ejemplo de Rusia, esto es, derribar el régimen capitalista por medio de organismos políticos (soviets) subordinados a agrupaciones también políticas (partidos comunistas). En Rusia no se podía hacer otra cosa por la sencilla razón de que el Czar prohibía los Sindicatos y no habían sino partidos políticos. El proletariado chileno debe organizarse, pues, como productor, jamás como organismo político. La eterna discusión de si se debe centralizar o descentralizar la organización poco importa en el período pre-revolucionario, siempre que la acción del proletariado se desarrolle alrededor de un eje central y que tienda, sin desperdiciar fuerzas, a un mismo fin: la caída del sistema capitalista. Aceptado el principio de que el proletariado chileno debe organizarse ¿qué sistema debe preferirse? La respuesta fluye lógicamente. Aquel en que, sin descuidar las ventajas económicas inmediatas, impulse al productor a acelerar la caída del capitalismo, y en que, una vez caído este, se pueda producir y distribuir en forma justa. Desde luego, debemos desechar y –aún más– combatir enérgicamente las agrupaciones heterogéneas de trabajadores y pequeños burgueses (sociedades mutuales) y aquellas agrupaciones que, estando compuestas sólo de trabajadores, no tengan noción de su alta misión histórica. Hasta hace pocos años se creía que el desideratum estaba encarnado en las federaciones gremiales o sindicatos de oficios. Pero, aquel era un error fundamental. En efecto, tomemos un ejemplo práctico: la última huelga de tranviarios. ¿Qué nos demostró ella? Que mientras los tranviarios se detenían, los chaufferes y «carreteleros» los suplían movilizándose más activamente y rompían de este modo, la huelga. Los tranviarios estaban organizados. Contaban con el apoyo y las simpatías del resto del proletariado. Sin embargo, su huelga fracasó. Y continuarán fracasando sus huelgas, mientras no cambien su organización sindical por otra en que estén comprendidos todos los que se dedican a movilizar pasajeros (chauffeurs, carreteleros, etc. Llegamos, pues, así a la organización denominada sindicato único o sindicato por industrias. En este todos los trabajadores que se dedican a una misma actividad humana se reunen en un mismo sindicato. Así, continuando con el ejemplo de los tranviarios, en el sindicato de movilización deben estar comprendidos los que manejan vehículos y, además, aquellos que colaboran directa o indirectamente con los primeros. De manera, pues, que en el sindicato que mencionamos deben estar incluídos no sólo los conductores, chauffeurs, etc., sino los pintores, empleados de maestranza, limpiadores, proveedores de fuerza motriz, etc. De esta manera, no se vería el triste espectáculo de que mientras una parte de los operarios está en huelga, la otra parte los está traicionando consciente o inconscientemente. ¿El sindicato único, responde a las exigencias de un organismo proletario moderno?, esto es, ¿capaz de acelerar la caída del capitalismo, sin descuidar las ventajas económicas inmediatas, y prepararse para hacerse cargo de la producción y de la repartición, cuando triunfe el proletariado? Esto, junto con el estudio de los Consejos de Fábrica lo dejaremos para un próximo número de Claridad.

Julio César Ureta. Rancagua, Julio 31 de 1921.