LA HUELGA DEL VOTO

Es innegable que la más importante e inmediata de las cuestiones que debe resolver el Proletariado es esta: vivir. A la necesidad de vivir están subordinadas todas las otras. Las diversas escuelas socialistas tienden a suprimir las causas de la miseria, acabando con el régimen capitalista, acusado con razón de perturbar la economía general con el sistema del salario, que tiende incesantemente a aumentar el número de los desposeídos, a causa de la concentración de la riqueza entre un número de personas cada vez menor. Pero el advenimiento del nuevo régimen –comunista o colectivista– tarda demasiado, y mientras tanto, la vida de los pobres se hace ya insostenible. Ni es dable conseguir mejoras apreciables que tengan siquiera la virtud de atenuar el malestar presente, y de hacer menos penosa la miserable vida que arrastra el trabajador. En semejante situación, no queda más recurso que acelerar la caída de un estado de cosas que tan hondas perturbaciones ocasiona a las fuerzas vivas de la nación. Porque hemos llegado a tal punto, que es necesario desengañarse una vez por todas. Las promesas de los políticos van cayendo cada día en un descrédito que crece en razón de su misma falsedad. Ya nadie cree en esas promesas, excepción hecha de unos cuantos interesados en formar ambiente a las reformas, que nunca llegan, que no pueden llegar, que no llegarán jamás, sabido como es que ellas herirían los intereses creados de los mismos políticos, que las ofrecen para engañar, que hablan de ellas sólo para alimentar las esperanzas de los ilusos, pero que no tienen ni las más remota intención de cumplir. Frente a la situación de angustia que crece y se agiganta, determinada por la escasez o falta absoluta de trabajo; frente a la mentira de los políticos que prometen reformas que no tienen el menor apuro por llevar adelante; frente a la guerra social que están provocando los industriales, amparados por el Gobierno, con el fin de privar del trabajo a los obreros organizados, para reemplazarlos por krumiros; en presencia de estas graves causales de malestar, los obreros que están en situación de hacerlo –y todos los que simpaticen con la causa proletaria– deben redoblar sus actividades en la propaganda contra el régimen existente, negándose de preferencia a todo acto electoral que pueda en cierto modo prestigiar este régimen corrompido. Hay necesidad de convencerse de que nada bueno puede esperarse ni de los políticos ni de sus programas reformistas. La Política y la Reforma han caído ya en un total descrédito, por obra de los hechos mismos de que está llena la historia del último tiempo. La política reformista, con que se ha entretenido hasta hoy las impaciencias de un pueblo hambriento y sin trabajo, ha sido el mayor y el más ruidoso de los fracasos. El hecho mismo de que haya millares y millares de ciudadanos que a pesar de desearlo no hallan trabajo, es el más poderoso argumento contra el régimen social actual y contra los políticos que se obstinan en mantener el embuste de su bondad, a la vista de realidades demasiado evidentes para ser negadas.

Y frente a estas mentiras que todo el mundo puede comprobar con la sola compulsa de los hechos de cada día, en que cada promesa del candidato a la Presidencia está desmentida por un acto pertinente del aspirante hecho ya mandatario. Frente a esta contradicción entre el político ambicioso que pedía votos y el burgués convertido en Presidente,–no hay más hecho cierto que el muy conocido y comprobado de que los políticos de oficio tratan de retardar lo más posible la revolución social. Cuando candidatos, lo prometen todo. Y llevan adelante la farsa con una seriedad encantadora, que movería a risa si no fuese hondamente criminal, profundamente vergonzosa. Son afirmación y negación. Pro y contra. Tesis y antítesis. Todo de una pieza. Pero este juego, demasiado sucio y burdo, habrá de terminar en forma que ningún ciudadano que se respete debe allegar su concurso a la mascarada política, esta infamia que con el nombre de elección popular no es más que una feria en que se compra y se vende el honor de la nación, la dignidad de todos los ciudadanos. Votar es apuntalar, contribuir conscientemente a esta farsa, demasiado trágica para que pueda tomarse en broma. Ningún hombre honrado debe votar, ni aún por los candidatos que se dicen demócratas o socialistas, porque todos ellos no hacen más que contribuir, a veces sin quererlo, a dar prestigio y prolongar un régimen que es la negación de las libertades públicas y la razón de ser de la explotación de las actividades obreras. Negarse a votar será la más consciente de las protestas revolucionarias. Negarse a votar significará que nos acercamos al Ideal de ver al Pueblo dueño de sus destinos por una voluntaria renunciación a ser representado por quienes no pueden representarlo, puesto que son sus propios verdugos. Negarse a votar significará poner fin alguna vez a la zozobra perdurable de los días sin luz y sin pan.

M. J. MONTENEGRO.