EL INADAPTADO

El inadaptado es siempre un rebelde. Es de la pasta de los rebeldes de lo que se necesita para plasmar la Sociedad Nueva. Los que se adaptan, los que se someten, los que se acomodan al ambiente actual, son siempre los sin energía, los enfermos de la voluntad, los que son traídos y llevados por las fuerzas actuantes de la política, siempre contrarias al interés individual y social. Forman número, pero nunca conciencia. En cambio, el inadaptado es una individualidad que lucha contra la fuerza que le aplasta, que se subleva contra el medio hostil que le cerca, que forcejea por romper la maraña que le ataja en su camino. El inadaptado es una fuerza dinámica en perpetua actuación, en continuo movimiento rebelde, en perenne acecho de oportunidad para herir al enemigo. Es un agitador. Es un subversivo. Pero un agitador y un subversivo en la más noble acepción de estas palabras, en la acepción del que repudia la injusticia. El inadaptado rechaza con indignación lo que aceptan los sumisos, los mándrias, los abúlicos, los eunucos de la actual sociedad. Los cobardes dicen amén a la oración del político audaz que pretende sentarse sobre la nuca de los trabajadores. El inadaptado nó, el inadaptado le escupe el rostro y le rechaza. El hombre de orden, como los mendigos, implora como un favor que le dejen sitio para vivir El inadaptado, el rebelde, exige vivir conforme a la naturaleza, como un derecho adquirido, inalienable. Y mientras los tontos graves lo esperan todo de la reforma parlamentaria, el rebelde inadaptado sólo cree en sí mismo, en la fuerza consciente de la individualidad emancipada de tatuajes políticos o religiosos. Hay diferencias substanciales entre el vividor que lo espera todo de los políticos, y el inadaptado que trabaja por el bien colectivo, pensando que cada uno debe sustentar su propio peso. Hay necesidad de hacer un recuento de estos hombres selectos, a fin de uniformar sus actividades para la lucha final que ha de romper las ligaduras que atan al ciudadano al Estado conservador y absorbente de los tiempos que corren.

M. J. Montenegro.