Libertad de Cátedra

La libertad del Profesor para exponer sus doctrinas en la cátedra que desempeña debe ser ilimitada en el más amplio sentido de la palabra.– Esta norma de conducta es la razón de ser de la Universidad Popular Lastrarria. Si el profesor se concretara únicamente a la exposición lisa y llana de los conocimientos sin adoptar un amplio criterio de crítica, la labor desarrollada correspondería más o menos a una escuela nocturna, cuyo programa en lugar de tener una orientación meramente práctica tendría tendencias principalmente teóricas y científicas. El carácter esencial de la Universidad Lastarria, aún cuando debe corresponder a la categoría de “Popular” muestra claramente el papel que le cabe desempeñar a cada profesor en su cátedra, como asimismo deja de relieve la necesidad ineludible y urgente que existe en dedicar a la amplia crítica y consideración el mayor tiempo que sea posible. Tratándose de algunas cátedras como por ejemplo matemáticas, biología y hasta cierto punto historia, es evidente que la parte correspondiente a la crítica debe ser mínima y de ningún modo el profesor tendrá ocasión para abrir amplio debate sobre tales materias. Así, por ejemplo, nadie discute los conceptos y raciocinios en su mayor parte rígidos e invariables, de las ciencias exactas, tanto porque son asuntos unánimemente aceptados como porque no apasionan en forma alguna. Otro tanto sucede en la biología, especialmente en todo aquello que no concierne directamente a las teorías de la vida. Existen otras cátedras, en cambio, en las cuales la diversidad de apreciaciones y los diferentes puntos de vista que se pueden tomar, dan ocasión sin lugar a dudas a la más amplia y libre discusión. Este caso no sólo se presenta en Ciencias sociales. En cátedras como Historia, Filosofía, Literatura, etc., debe considerarse ampliamente y someterse a un sincero análisis crítico todo aquello que sea susceptible de libre discusión. Pero es sin duda en la cátedra de Ciencias sociales donde el profesor debe atender preferentemente a este asunto, desarrollando en la mejor forma posible todas las doctrinas que conozca y haciendo hincapié sobre aquellas que él estime como ventajosas y más propicias al desenvolvimiento integral de la sociedad. Puede decirse sin peligro de errar que una clase de Ciencias sociales en la cual se adopte como temperamento la erudita pasividad del maestro, sería tan inútil como peligrosa una clase de matemática en la cual se discutiesen los axiomas, principios y postulados fundamentales que constituyen la sólida plataforma sobre la que descansan las especulaciones matemáticas. Afortunadamente la circunstancia de apasionar vivamente a los profesores como a los alumnos, junto con los principios sustentados por nuestra Universidad Popular, colocan a las clases de Ciencias sociales, al abrigo de ese dogmatismo e irritante parcialidad que caracterizan al cuerpo docente de la mayor parte de la enseñanza Universitaria oficial. Armónica con la amplia libertad que cada profesor debe ejercitar en el desarrollo de su cátedra, se halla la no menos importante y sagrada libertad de objeción por parte de los alumnos. No se comprendería la una sin la otra. De hecho ambas libertades, la del profesor para emitir sus doctrinas y opiniones y la de los alumnos para objetarlas y a su vez exponer las juntas, se generan y refuerzan recíprocamente. Precisamente se le permite al profesor la amplia exposición de sus doctrinas con el objeto principal de dar ocasión a los alumnos para que dirijan sus objeciones cuando las crea necesarias y toda vez que la palabra del profesor no satisfaga las expectativas de aquellos. Los alumnos de una Universidad jamás pueden adoptar una actitud meramente pasiva ante la palabra dogmática del profesor. Por libre de prejuicios que este se halle y por amplitud de miras que lo caractericen, siempre habrá necesidad de dirigir, por parte de los alumnos, una u otra objeción, que a manera de pregunta, precise, puntualice y aclare la materia que se trata de desarrollar. Las objeciones dirigidas con acierto y oportunidad tienen también otra importancia para el profesor. Mediante ellas no sólo consigue averiguar la mentalidad de los alumnos (lo que puede aprovecharse por parte del profesor para adaptar en lo posible su enseñanza al criterio del alumnado, haciéndola así más fructífera y eficaz) sino que sirven de estímulo para reflexionar sobre importantes puntos que por sí sólo no hubiese podido penetrar. El profesor debe recordar en todo momento que como tal tiene la obligación de enseñar su ciencia o arte a los alumnos y que estos como educandos concientes en su digno papel de Universitarios, están llamados a objetarle por medio de preguntas todo aquello que siendo descuidado o tratado en forma inconveniente por el profesor tenga vital importancia en la enseñanza que se le proporciona.

ARTURO PIGA. Secretario general de la Universidad Popular Lastarria.