Veritas, Vanitas

Quand j´ai connu la vérité je croyais que c`était une amie; quand je l´ai comprise et sentie, j´en étais déjá degouté. Alfred de Musset

¿Qué es la verdad? Así preguntaba Pilatos a los energúmenos que le rodeaban aulladores y pedían la muerte del Justo. ¡Y cuántas veces, antes y después, no se habrá formulado la formidable pregunta! Según palabras del Eclesiastés “ignora el hombre lo que fue antes de él y lo que será después de él. ¿Quién se lo podrá mostrar?” La verdad es como el horizonte, está en todas partes y en ninguna. Es un círculo ideal cuyo radio está determinado por el alcance de nuestra vista, que avanza y retrocede con nosotros, su centro. Nunca podemos llegar a tocar su línea periférica. Antes llegaríamos a encerrar el mar en la valva de una concha, según el símil de San Agustín. Para Oscar Wilde, “nada es verdad”, y “una verdad deja de serlo cuando más de una persona cree en ella”. Y también dijo Campoamor:

“En este mundo traidor nada es verdad ni mentira...”

La verdad, es decir, lo que así llamamos, es una mera interpretación del mundo de las apariencias. En estas interpretaciones hacemos constar los errores de los que nos precedieron y sentamos “nuestras” verdades; pero no son, ni mucho menos, incontrastables y eternas. La utopía de ayer, muchas veces es la verdad de mañana, pero también la verdad de hoy es el error para mañana. Todo fluctúa, dijo Heráclides. En el sistema de Hegel, que ha sido calificado de catedral del pensamiento humano, se defiende el principio de que “nada es, sino que todo deviene”, es decir, todo se está haciendo. Por medio de la especulación filosófica, el hombre sólo logra vislumbrar intersticios de luz en lo que Víctor Hugo llama “la gran sombra”. Nunca en esta vida, conoceremos la última razón de las cosas: la verdad. “Sé que no sé nada”, dice Sócrates. Entre el sabio y el ignorante hay esta diferencia: el sabio sabe que no sabe y el ignorante ignora que ignora. Medir la extensión de la propia ignorancia, en esto consiste la sabiduría. No hay ciencias exactas. Paul Louis Courrier escribió: “Creo que dos y dos son cuatro, pero no estoy seguro de ello”, remedo del “¿qué sé yo?”, de Montaigne.

Poincaré, en sus “Últimos pensamientos”, demostró que las leyes naturales no son eternas, y ahora viene Einstein en su “Teoría de la Relatividad” a probar que nuestras concepciones del espacio y el tiempo no son exactas y que, en teoría, las reglas de Euclídes y toda la Geometría deben ser sometidas a una revisión. Trasvaluación de todos los valores, que diría Nietzsche. Así, pues, las que llamamos verdades son apreciaciones todavía no rectificadas. Los antiguos simbolizaron a la Verdad bajo la forma de una mujer desnuda que surge de un pozo. Pero hay verdades que sólo pueden presentarse vestidas y engalanadas; hay otras que mejor es no salgan de su pozo. Más vale una mentira ingeniosa que una verdad necia. Decid siempre la verdad... pero no digáis todas las verdades.

Julio Brouta.