EL VIEJO OBLOMOF

El mundo da muchas vueltas... Por lo menos, la vida es aún, para el corazón más escéptico, un admirable espectáculo. Pero todas sus múltiples sorpresas y sus infinitas combinaciones están formadas con unos pocos elementos, como de unos cuantos cristalitos de colores nace toda la magia de un caleidoscopio. ¡Pintoresco episodio el de los bolcheviques rusos en el banquete de gala a bordo del “Dante Alighieri!” Esos hombres, endurecidos en la persecución, antiguos sospechosos fichados en los registros de la policía internacional, y peligrosos agitadores, sometidos al rancho de las cárceles, se sientan hoy a la mesa, invitados por una majestad, junto a las más altas jerarquías sociales de los viejos Estados de Europa, en el comedor de un crucero de guerra. Es una comida de honor, entre uniformes y veneras, al uso de la diplomacia tradicional. Las notas rojas del Soviet no desentonan demasiado sobre el fondo gris del Protocolo. “Sois el padre de este pueblo...”, dijo Chicherín al rey Víctor Manuel, según trasmite la Agencia Radio. Y con Krassin sostuvo, por su parte, una larga plática el arzobispo de Génova en términos tan cordiales que, si hemos de creer a la citada Agencia, terminaron ambos interlocutores dedicándose recíprocamente sus respectivas fotografías. Ya se habla, aunque lo dudamos por ahora, de un posible Concordato entre la Santa Sede y el Gobierno de los Soviets. Después de todo, el Poder acaba siempre por ser conservador. Y, de otra parte, las fuerzas conservadoras del mundo acaban también por reconciliarse con quienquiera que sea el amo del Poder. Todos los Gobiernos están hechos para entenderse. El tiempo va arreglando las cosas, y no hay nada como el ejercicio de la autoridad para hacer a los hombres flexibles y adaptables. ¡Quién había de decir que los delegados de una Revolución, acusada de la muerte del zar y toda su imperial familia, tardarían poco en departir con las Monarquías europeas, y quién había de pensar que se entenderían gentilmente con los prelados los embajadores de un régimen al que la prensa de la derecha atribuía, no ha mucho, con grandes titulares, el asesinato de setenta obispos! —“Monseñor...” – “Excelencia...” Nos parece estar oyendo el diálogo –“se non é vero...”– Entre el arzobispo de Génova, y el representante de la República sovietista. Más ¿qué secreta simpatía podrá unir en afectuoso coloquio a esos dos personajes en apariencia, tan incompatibles? Hay quien piensa, y no carecerá ciertamente de interés el desarrollo de esta opinión, que el bolchevismo es, en realidad, no tanto una variante del socialismo europeo cuanto una creación peculiar del alma rusa, un misticismo religioso oriental. Pero un misticismo religioso oriental..., eso fue, en su origen, el cristianismo. Y, en tal caso, ¿pretenderemos que un último fondo de idealismo radical juntaba en Génova al revolucionario eslavo y al sucesor de los apóstoles de Galilea? No. De ningún modo. Ese idealismo radical, iluminado por la luz de Oriente, se ha ido moderando con prudencia acomodaticia, así antaño, en la iglesia oficial de Roma, como hogaño, en la ortodoxia de Moscú. El primitivo idealismo palidece siempre y se esfuma a la hora difícil de las realizaciones. Lenín lo expuso crudamente en su discurso del mes pasado ante el Congreso de metalúrgicos, estudiando las eventualidades de la actual Conferencia de Génova. Ese místico ensueño, ese anhelo infinito, latido apasionado del corazón ruso..., ¡he ahí el enemigo! El enemigo es el viejo Oblomof. “Hemos de hacernos –ha afirmado Lenín– un cerebro más dúctil, librándonos de todo el “oblomofismo”. El “oblomofismo” o, como dicen en Rusia, la “oblomofchina”, es la espiritualidad característica de Oblomof, un personaje de novela, que, indolente, fantástico, proyectista, se mueve eternamente en el plano del ideal y fracasa en los menesteres de la actividad práctica. “El viejo Oblomof, ese tipo tan ruso, vive todavía”, clamaba Lenín ante los metalúrgicos de Moscú. Es el comunista ingenuo que ocupa los puestos directivos en las Empresas mercantiles del Gobierno sovietista, “hombre notoriamente honrado, veterano luchador en las filas comunistas, víctima de las cárceles del despotismo..., pero que no sabe comerciar...” “El mercader le engaña, y hace bien.” “Un empleado expeditivo y concienzudo realizará mejor su trabajo que el más celoso de los comunistas...” “A Génova iremos a encontrar negociantes y a realizar negocios, siguiendo nuestra política de concesiones, aunque dentro de los límites que le hemos fijado...” “Lo que nos falta es la revisión del persona competente...” “La depuración habrá de llegar a los comunistas que se creen administradores...” Así ha hablado Lenín, según extractamos al pie de la letra del “Novy Mir” de 17 de Marzo (traducción de “L'Europe Nouvelle”). Hay que acabar con el viejo Oblomof. No es ésta la hora de los ideólogos, sino la de los hombres prácticos. El negocio es el negocio. La realidad tiene sus impurezas. Las circunstancias ahogan. París bien vale una misa, y por un Tratado de comercio puede sobradamente perdonarse un almuerzo de honor donde la flamante pechera del diplomático bolchevique se roza con las sedas purpúreas del prelado genovés, aunque, con la espuma del champaña, se evaporen también los sueños candorosos del iluminado Oblomof. ¡Ah, infeliz Oblomof, soñador impenitente, contemplador eterno del futuro!... Fuiste tú aquel esclavo asiático que en alguna Comunidad primitiva del cristianismo apostólico se exaltaba hablando de la absoluta fraternidad. Fuiste tú aquel proletario moscovita que divagando por los blancos bulevares vivió jornadas de éxtasis con el triunfo de la Revolución. Pero dicen que la realidad tiene sus fueros, pobre amigo, sonámbulo del ideal, y cuando manda la realidad, todos convienen, entre un ceremonioso trueque de sonrisas, de retratos y de autógrafos, en que es cabalmente la “oblomofchina” lo único que estorba sobre la corteza de este viejo planeta...

Luis de Zulueta.