EL CARTEL DE HOY

Si en el desierto espantoso que es la vida para el mayor número de nosotros, existe un oasis fresco, tranquilo y alegre, en el que, venida la noche después de haber, durante todo el día caminado bajo los ardores de un sol de fuego, el viajero tiene la dicha de encontrar reposo y una fuente refrescante de que tiene necesidad, este oasis, camaradas, ¿no debiera ser el amor? ¡Olvidar el cansancio y las tristezas del camino junto al ser amado; mirarse en la mirada tierna y profunda de aquella a quien se quiere; unir las manos y los labios, pronunciar infinitamente esas palabras que se dicen con ternura todos los enamorados, palabras que afirman el presente, que determinan el porvenir: “siempre”, “jamás”, “te amaré siempre, no te olvidaré jamás”; sentir que se tiene cerca de sí un afecto con el que se puede contar y que, en la hora de prueba, sabrá retribuiros abundante confortación, consuelos y esperanzas! ¡Saber que se tiene cerca de si un afecto sólido en el que se puede confiar y que os defenderá si sois amenazados, si sois atacados! ¡Sentir al menor contacto arder su sangre, abrasar como si fuera lava! Emborracharse de locas caricias, conocer la dulzura de los entrelazamientos y el vigor de los abrazos apasionados! Tal es el amor, tan celebrado por las liras de los poetas de todos los tiempos, glorificado por el pincel de todos los pintores, por el cincel de los escultores de todas las épocas, cantado por el corazón de los músicos de todas las edades, exaltado, llevado a la apoteosis por la novela y por el teatro ¡Amor! ¡Amor! ¡Fuente de los sentimientos más puros, de las esperanzas más hermosas, de las abnegaciones más sublimes, yo te busco en vano! ¿Dónde estás? Amor ¿qué has hecho de ti? No te reconozco ya. ¿Habrás desaparecido de nuestra tierra? El fariseísmo de nuestra época ha despojado el amor de su nobleza original. El mercantilismo de nuestra época hizo de él un mercado, un negocio. ¡El oro, que con su aliento corruptor mancilla todo lo que toca, hizo del amor un tráfico rastrero y sospechoso! La ley, esa horrible y vieja arpía que desliza por doquiera su repugnante máscara, ha venido a codificar, reglamentar y clasificar los contactos amorosos en lícitos y en ilícitos, en permitidos y prohibidos, en honestos y deshonestos, en virtuosos y en culpables, en legítimos y en ilegítimos. Y la opinión pública, que está formada por todas las cobardías, por todas las ignorancias, por todos los achatamientos y todas las hipocresías, la opinión pública se inclina respetuosa y laudativa al paso de la joven virgen que lleva al altar y al registro civil un viejo estropeado por el libertinaje hasta la médula, pero millonario. ¡Y esta misma opinión pública abruma con sus sarcasmos, sus burlas y a veces con sus injurias y sus ultrajes, a la joven que pasa radiante en sus veinte años, en el florecimiento del amor, del brazo de su amante joven y hermoso, pero pobre! Estas gentes que ríen burlescamente de la joven pareja amorosa ¿no conocieron nunca el amor? ¿O quizás, llegados a la edad en que no se experimentan ya los impulsos amorosos, olvidaron su juventud? Si ignoran lo que es el amor, es preciso enseñárselo; si lo olvidaron es preciso recordárselo. El amor es la afinidad violenta, irresistible de dos cuerpos que se atraen, de dos inteligencias que se comprenden y de dos conciencias que simpatizan, Afinidad física, afinidad intelectual, afinidad moral, tal es la triple afinidad que determina ese sentimiento general, violento, irresistible: el amor.

SEBASTIAN FAURE.