El alza del Tarifado Tranviario

 

 

Al fin la Empresa de Tranvías se sale con la suya, al conseguir la realización de su porfía para doblar las tarifas. Dicen que el triunfo corona los esfuerzos del porfiado. Y esta vez el tesón Aragonés de la Empresa confirma la regla. Mayormente, el triunfo se lo ha dado, más que su terca y ardorosa porfía, la desidia, la clásica desidia del pueblo trabajador respecto de un grave asunto que tan de cerca ataca sus intereses económicos. Hombres empeñosos y de buena voluntad, pero pocos, han estado durante el último tiempo tocando la campaña anunciadora de peligro. Pero el pueblo les hizo el vacío, les dejó solos predicando en el desierto desolado de la apatía pública. Su total indiferencia parecía indicar que se trataba de un peligro lejano, remoto, que no llegaría a las vías de hecho sino dentro de muchísimo tiempo. Sin embargo, el peligro se cierne ya sobre su cabeza, y el alza de las tarifas, aprobada ya por una Municipalidad complaciente, espera sólo el referéndum del Congreso... Hasta este extremo hemos llegado, gracias a la indiferencia popular. Parece que con la inmigración turcomana, el musulmanismo oriental ha sido transplantado a Chile, donde ha encontrado tierra propicia y fecunda para su germinación... Es una desgracia más que hay que sumar a las muchas que padecemos.

Cuando tuvo lugar la primera alza de tarifas, de cinco a diez centavos en primera clase, y de dos y medio a cinco en segunda, se convino, táxativamente entre la Municipalidad y la Empresa que si el cambio internacional se ponía sobre quince peniques, las tarifas bajarían a su valor primitivo, de cinco y dos y medio centavos. Todo el mundo sabe, porque es historia de ayer, que en los años 16, 17 y 18, el cambio se mantuvo, por espacio de mucho tiempo, sobre quince peniques, entonado con las fuértes exportaciones de salitre que demandaban los aliados para la fabricación de explosivos. Pues bien, la circunstancia anotada fué hecha valer por los alcaldes de aquel entonces, para dar cumplimiento al contrato y reducir las tarifas a lo convenido. Pero la Empresa, espaldeada por su abogado y por los gestores que tiene cerca del Gobierno, –todos muy patriotas,– puso orejas de mercader a las peticiones alcaldicias, y siguió robando al pueblo, expoliando a los trabajadores, en contra del contrato y de la moralidad pública. Ahora pide doblar las tarifas porque el cambio ha bajado y los materiales que emplea han subido de precio. ¡Es muy singular el criterio de esta Empresa, que juntamente con explotar a sus empleados, explota también a la ciudad! Cuando el cambio ha subido, se ha negado a cumplir los contratos, rebajando las tarifas; pero cuando el cambio baja, la Empresa reclama un alza de las tarifas. ¡Es la ley del embudo que aplican al país los explotadores extranjeros, valiéndose de unos cuantos malos chilenos, con bastante influjo, desgraciadamente, en las esferas del Gobierno.

El pueblo trabajador ha podido, pero no ha querido protestar de la exacción que se veía venir. El marasmo en que vive habitualmente, no le ha dejado ver el “regalo” que le preparaban de consuno la Empresa, la Municipalidad y los hombres del gobierno. Es un aguinaldo de fiestas patrias, ofrecido a posteriori... Veremos cómo lo reciben los obreros. Es voz corriente que el Pueblo grita solamente cuando algún osado le mete la mano en el bolsico... Ahora que el manotón va a ser directo, veremos qué cara pone. ¡Es la hora undécima, pero todavía es tiempo! Cuando la hora suene, hay que echarse a la calle y gritar. ¡Y gritar fuérte! ¡No queda otro expediente!

M. J. MONTENEGRO.