KODAK

DOS PERSONAS HONRADAS

El más gordo, de sonrisa bonachona, decía a un vecino que comía a dos carrillos sin parar mientes en lo que dejaba encima de la mesa al mozo del mesón. Desengáñese usted, amigo, el robo será siempre un crimen. –Le supongo propietario. –Gracias a mi constancia, a mis ahorros y a mi trabajo. –¿Es usted industrial? –Y comerciante. – Y usted, ¿a qué negocios se dedica? Tiene usted cara de bolsista. –Pues no tengo cara de lo que soy; me dedico a robar. –¿A robar? –Como lo oye usted. –¿Y lo dice con orgullo? –Con el mismo que emplea usted para decir que es comerciante e industrial. –¡Mi negocio es legítimo! –Lo sé; casi tan legítimo como el mío, aunque no tan digno. –¡Cómo que no tan digno! –Naturalmente: no es tan digno porque es menos expuesto y más hipócrita. Yo robo teniendo la ley en contra, y usted roba al amparo de la ley misma. No da el peso cuando vende, no paga la medida cuando compra, no repara en envenenar a su clientela vendiendo... –Es un contrato libremente estipulado. –Sí, sí: pero al hacer el pacto se habla de cierta calidad, de cierta medida, y de cierto precio... –Es que... –Déjeme usted hablar y lo hará usted después hasta el día del juicio. –No puedo oír tamaños disparates. –Comiendo tranquilo estaba cuando usted me interrogó. Yo soy más franco que usted y llamo robo a mi negocio... Respecto de la industria, no me negará usted que emplea artículos malos para venderlos como buenos y que da a sus operarios el 5 por ciento de lo que producen. –Buena la haríamos los comerciantes si vendiéramos al precio que compramos y no la haríamos mejor los industriales si las primeras materias nos costasen el dinero que sacamos de la producción. –Harían ustedes un mal negocio, como lo hago yo el día que vuelvo a casa con los bolsillos vacíos. –Es que yo trabajo. –Lo mismo digo, y más personalmente que usted puesto que usted... –¡No señor! Usted roba. –Según a qué llame usted robar. –Roba el que se apodera violentamente de lo que no es suyo. –¡Ah, vamos. Por manera que el ladrón se diferencia del comerciante en que éste roba pacíficamente. No me negará usted en este caso que el segundo es una decadencia del primero. Uds. son los ejércitos de mercenarios sin valor de robar a mano armada. Han legalizado la falsificación y el escamoteo. Mejor diría si dijera que han pervertido el arte de robar, y que por antiestéticos sino por otra cosa, merecerían la cárcel.

El ladrón y el comerciante se levantaron de la mesa sin saludarse siquiera. Al año el uno se encontraba en presidio fuera de la ley por haber robado una cartera y el otro hacía leyes en el parlamento, porque jugando a la baja en combinación con el Ministro de Estado, ganó muchos millones y pudo representar al país con el dinero que había quitado a numerosas familias que vivieron después en la miseria.

Octavio Mirbeau.

LOS FABRICANTES DE ARMAMENTOS

En los diarios de Santiago; en ciertos diarios, se han aducido todos los argumentos concebibles contra el protocolo. Algunos de una gran riqueza sentimental; otros de una considerable fuerza de argumentación. Y así. Todos tienen su mérito y su virtud. Pero ocurre que los partidarios del protocolo también han sacado a lucir cientos de razones que logran convencerlo a uno. La primera serie de argumentos aunque tiene méritos tiende a probar que el protocolo destruirá la patria, arruinará al país, herirá los sentimientos más sagrados que adornan el alma de los hombres, secará los ríos, quebrantará el comercio, etc. Sin embargo, no logra uno convencerse de que ocurrirá todo eso. Hasta se vislumbra lo contrario. Los argumentos favorables son más concretos y más evidentes. Uno se convence de que si se llega a un arreglo con el Perú, dejará de ser obligatorio el odio a los peruanos, se podrá comerciar con ellos, habrá intercambio intelectual y quedará suprimida por lo menos, una posibilidad de guerra. Claro que todo esto no es un mundo; pero relativamente, es algo. Sin embargo, en el fardo de los argumentos contrarios, está latiendo desde hace tiempo, uno que tiene peso, volumen y brillo. Y ese argumento a lo mejor, le da un golpe definitivo al protocolo. Este argumento consiste en esto: Si Chile se arregla con su vecino no seguirá comprando armamentos. Si no se arregla continuará armándose hasta reventar y las fábricas y los comisionistas encumbrados se llenarán los bolsillos de supervalía. El protocolo es malo porque hiere los intereses de los fabricantes de armamentos; chilenos: repudiadlo!