EL PROBLEMA DE LA PAZ

Cuando nadie soñaba en la posibilidad de que Chile y Perú quisiesen entenderse, todos anhelábamos deshacer la frontera moral que nos dividía. Aquí y allá se levantaban algunas voces renegando de las barreras, y todos los hombres de buena voluntad y de sincero espíritu pacifista, trabajaban para crear nuevas condiciones que permitiesen restaurar lo que rompió la guerra del 79. La certeza de estar separados de una nación que es un hermoso matiz en la gama americana, nos acongojaba y torturaba.

Si la realidad actual la hubiésemos vislumbrando cuando era traición involucrar a los peruanos en el concepto de humanidad, cuando se perseguía y se vejaba al que se atreviese a suponerles la hombría que nos suponemos, nuestro regocijo no hubiera encontrado medida.

Hoy estamos viviendo esa realidad. Hoy estamos a punto de estrechar la mano de nuestros camaradas del norte y de anular para siempre las barreras morales. La larga espera ha debido cansarnos y agotarnos casi, porque nuestra voz, en este momento que debía ser jubiloso, no tiene la tonancia ni la virilidad que el acontecimiento requiere. Y no sólo las voces son más bajas; algunas han sido alteradas por las circunstancias y otras son más mudas que el silencio. La curación de la llaga que hoy estamos palpando, debía tener la amplitud de una ansia colectiva. La llaga misma debía proyectarse sobre todos, para que el horror del grangenamiento totalizara la reacción.

Es inexplicable que los que aman la libertad y abominan de la guerra, no hayan aprovechado la circunstancia de que se esté discutiendo el protocolo, para exponer claramente sus finalidades pacifistas; para influir en la adopción de una fórmula última que acabe con el desacuerdo de Chile y Perú y permita la vinculación total de los dos pueblos. No cabe duda que la paz que nosotros soñamos está a bastante distancia de las rigideces del protocolo; pero no es obligatorio que al exponer nuestras ideas, tengamos fatalmente que subordinarlas a esa fórmula; nosotros somos pacifistas y por el hecho de serlo, vemos con simpatía cuanto tienda a la realización de ese ideal. En nuestro concepto de organización el gobierno como elemento de represión, como obstáculo al desenvolvimiento individual, no tiene sitio ni espacio; pero hoy, los que no tienen sitio ni espacio, somos nosotros. Y porque es así, no estamos habilitados para el entendimiento directo con los hombres del norte ni podemos, aunque nos consuma el deseo, sellar pactos en la forma que quisiéramos. Existe un régimen que confía la resolución de todas las cosas a un limitado número de hombres. Nosotros tenemos que vivir dentro de ese régimen y acatar lo que se ordene. Cuando una determinación política va a pesar demasiado sobre nuestras espaldas, si no podemos rechazarla, debemos por lo menos, aminorar su pesantez. Actualmente se discute un problema cuyas consecuencias hemos tenido que sufrirlas únicamente nosotros, los que producimos y los que colaboramos en la producción. La guerra la declararon los capitalistas, pero tuvieron que hacerla los trabajadores; después de la guerra, se ha mantenido un ejército para guardar las fronteras, y el pan de ese ejército y los hombres que lo forman, ha tenido que darlos el pueblo. Si es fatal que debamos sufrir los errores de los que gobiernan, sería demasiado insensato, no luchar porque esos errores desminuyan.

El instante que estamos viviendo no es muy apropiado para hacer resaltar matices. Los que quieran la paz deben estar en un lado y los agentes de las fabricas de armamentos, en otro.

GONZÁLEZ VERA.