De la Provincia

VIAJEROS

Todos los días están llegando y todos los días se están yendo. Algunos están unas horas, otros un día, otros una semana. Todos son distintos y, sin embargo, todos tienen el mismo aire, que a uno lo hace decir: Ese no es de aquí. Algunos comen en silencio y rápidamente, sin permitirse ninguna voluptuosidad, mirando con ojos fríos a sus vecinos. Otros son dicharacheros y alborotan el comedor con sus risas y sus cuentos. A veces hablan de sus familias, otras de mujeres, otras de otros países. Cuando llegan, se van a la pieza, se arreglan, se lavan, se peinan y salen a pasear por la plaza, mirando, volviendo la cabeza, o parándose. Yo acurrucado en la mesa de mi rincón, a la hora del almuerzo o de la comida los observo. Examino sus facciones, las arrugas de su cara, como toman la cuchara y como se limpian la boca, y de cada ademán, trato de inquirir lo que han sido o lo que son. Ellos también se extrañan de mi, pues a veces me miran de una manera rara y como no comprendiendo por qué tengo una cara así. En las noches los siento andar en sus piezas. Oigo en las piezas contiguas –hasta sus más mínimos pasos. Y si para Barbusse era un placer “ver”, para mí lo es “oír”. Pero aquí nadie viene por placer, sino por negocios; son gente apurada y de pocas palabras y que piensan siempre en la hora de la partida. Yo me he acostumbrado a este ir y venir de los viajeros, como al ir y venir de las olas a la orilla del mar, y esa misma angustia y esa misma nostalgia, he sentido al ver llegar un viajero y al ver irse otro.

CARRERAS

Han sido más concurridas y más animadas que las fiestas del dieciocho. Verdad es también qué el “Piojo” era muy conocido y que la “Gitana” tenía partidarios decididos. Una señora que ve la suerte, había echado las cartas, y la respuesta que obtuvo, no se la comunicó más que a determinadas personas, las que a su vez, no se la comunicaron más que a determinados amigos. Esto contribuyó a aumentar el interés colectivo, Por otra parte, en el Club se cruzaron fuertes apuestas. Así fue como todo el pueblo se dio cita en la cancha de carreras, dejando vacías las casas, cerradas las puertas y desiertas las calles. A las cuatro de la tarde había un verdadero enjambre de jinetes y viandantes, a más de la gente en coches. La figura principal aquí es el Intendente, sentado bajo unos corredores, con el alcalde y distinguidos personajes. La mayoría de los hacendados, que en los días ordinarios usan bastón y tongo, andan ahora en sus buenos caballos de montura chilena, desahogados y como libres de un fardo, luciendo sus grandes chupallas o haciendo sonar sus enormes espuelas o azotando el caballo con su guapo rebenque. Las mujeres lucen vistosos y llamativos trajes. Las más humildes se han puesto su manto. Las ancianas, que nunca salen de paseo, andan sofocadas, rengueando con los pies doloridos, apretados, por los zapatos nuevos. Las jóvenes llevan mucho polvo en la cara, una cinta en el cabello, el portamonedas y el pañuelo en las entrecruzadas manos. Los hombres, que no andan a caballo, también se han acicalado. Se han puesto la ropa dominguera y andan con aire conquistador. Los enamorados aprovechan de la ocasión y se dicen descaradas palabras melifluas y hay complacientes risas reprimidas. Y nadie se escandaliza. Vienen a divertirse, a comer empanadas y a tomar vino, y justo es que cada uno se divierta a su modo. Pero los caballos llegan. Los pasean. La gente se apiña más, comenta, hace apuestas, grita. Los jinetes corren. Se levanta polvo, hace calor. Algunos borrachos pelean... y la gente les hace sitio y los anima con gritos y risotadas. Algunos jinetes también medios borrachos ya-hacen cabriolas con sus caballos. Concluido el paseo de los caballos, van al punto de partida, El público espera impaciente. De repente hay un grito unánime; ¡¡Ya!! Los caballos corren como una flecha. La gente grita, atropella, se cae. Por fin el barullo cesa y un hombre corre veloz entre la muchedumbre: ¡El “Piojo”! el “Piojo” ganó! Hay gritos de alegría y gritos de despecho. Se ríe, se patea, se jura. “A mi me tincaba, oh”, dice uno. Yo de bruto, no acepté una parada de cincuenta pesos. ¡Chuzo maldito!, vociferan otros, y así... Ahora la gente está más alegre. Hay peleas cómicas. El olor a empanadas fritas es intenso. Algunas mujeres tienen las mejillas rosadas y los ojos chispeantes por el vino. Los mozos dan sus manotones atrevidos. Unos huasos afutrados, meten un barullo formidable. Se pololea, se emborracha, se divierte.

ROMANONES

A mi me sirve Romanones. Romanones es cojo: tiene una pata larga y torcida y otra chica, bien chica. Cuando anda lo hace de una manera tan cómica, que no puedo menos de sonreírme. Parece un actorcillo haciendo de cojo sicalíptico. Pero Romanones es un buen chico y si tuviese las dos piernas buenas, con seguridad que sería un gran hombre: trabajador, listo, ágil. Ahora no es nada más que mozo, y cuando no sirve a la mesa va a dejar las viandas a los pensionistas que comen fuera. A veces suele tener sus peleas con Guido, el otro mozo. Entonces pagan el pato los comensales. Oye, Romanones, tráeme pan dice uno. Oye Guido –dice a su vez Romanones– dice el patrón que le traigay pan –¿Y por qué no se lo llevay vó?– contesta Guido.– Porque te toca a vó de servirle– ¿Y por eso no le podí llevar pan?–No, pú.–¡Baboso!– ¡Bruto. A todo esto el otro tiene que estar oyendo, sin ver el pan . Y como tratan por todos los medios a su alcance de molestarse uno al otro el servicio anda mal. Pero esto es nada más cuando están enojados. Cuando están bien las cosas marchan mejor. Ya véis, pues, como Romanones a pesar de ser cojo, tiene mal genio. A veces tiene sus grescas con la Graciela: Mira china murienta,–le dice,–¿me habí visto las canillas vó a mí?–¿Por qué me vení a decir eso hij'una......? y sigue una retahila de denuestos–¿Qué te pasa, Romanones?–le digo.–Ná, patrón–contesta–que me tiene azariao toda esta gente. Y en verdad, Romanones a veces parece que va a echar al infierno a la gente que lo molesta. Viéndolo tan tieso, yo una vez le di un larga conferencia sobre el socialismo y sobre la injusticia de ser unos pobres y otros ricos, etc. El me escuchó en silencio y después con un tono de hombre que no se deja hacer leso, me dijo: ¡Chita, por que usté es leído quiere jugarme la talquina, iñor!

PABLO GERARDO.