FIGURAS

LA LLANURA

Enorme, llenando el horizonte redondo, la llanura es un burdo ropaje de harapiento extendido sobre la tierra. No tiene dioses protectores ni ninfas que bailen sobre su monotonía. Los pájaros errantes que en grandes bandadas la atraviesan, caen a veces, muertos de sed, y sus esqueletos calcinados adornan de manchitas blancas la implacable desolación. La tempestad no la conmueve y el viento no tiene en ella eco. El caminante que la encuentra, tuerce rumbo. Al que la surca confiado, lo traiciona: la sed y el cansancio lo agotan; en vano alza los brazos implorando misericordia y araña la tierra dura; en vano, porque alegre o desesperado, todo grito en ella muere. El único peñasco que decora su fría soledad, duerme como una tortuga inmóvil. Y unas matas raquíticas, nutridas en el dolor del yermo, agonizan, elevando sus brazos retorcidos como en un implorante miserere.

LA MONTAÑA

Brotó de la tierra volcánica, lentamente, como un hipopótamo que surje del agua y se tiende a la orilla. Su piel es dura y profundas arrugas la surcan. Rava los ciclos con su cabeza monstruosa de piedra traicionera y a la nube que llega a besarla confiada, le lanza al rostro la oculta guadaña de los malos vientos. Durante las tempestades eriza su piel e infunde pavor, y en los días lúgubres de los estremecimientos, hablan en ella las confusas voces de la tierra, aullando desacompasadamente o dando muelles estertores de sordina. Así vive siglos y siglos, y un día cualquiera, se sumerje pausadamente, con la cautela del viejo hipopótamo.

LA VETA

Vivió años ignorada, dormida entre la dura piedra de la montaña. Era una veta oxidada, semejante a un puñal orinado que olvidó el asesino entre los resquicios de una muralla vieja. Sepulta, ahogada en un abrazo infernal, nunca supo del beso cortante del viento, ni conoció el alma sencilla de las cosas. Hombres de brazos monstruosos la arrancaron al vientre de la montaña con sus uñas filudas. Hombres fornidos la desmenuzaron y fundieron, sin misericordia, su existencia. Cuando ya le nacía la vida en el brillo obsesor, pasó a ser la amante de seres extraños, con ojos alucinados y dedos nudosos y secos. Desde entonces la veta medita su venganza diabólicamente, acechando, acechando… revolviendo las pupilas satisfechas…

MARTA GARCIA G.

Santiago, Agosto de 1923.