PALABRA DEL AMOR PERDURABLE

No estabas muerto y yo te creí muerto, amor. Para creerlo tuve razón de jardinero: si tu rosal lozano nunca me dió una flor, ¿cómo no estar seguro de que te habías muerto!

Nada de tu recuerdo palpitaba en mi vida; ave y canción me fuera, yo maté ave y canción. Hoy pasaste a mi lado con la frente encendida; mi amor tendió los brazos hacia tu corazón.

Mujer, te prolongaste como un sendero claro sobre mi vida inútil que no quiere quererte. Mi corazón y el tuyo se marcharon callados como dos hombres tristes que se fueran sin verse.

Pero no estabas muerto, amor: cuando hoy nos vimos, aunque pasamos mudos y ambos dimos la vuelta, nuestras vidas quisieron tenderse en el camino, ciegas, a revolcarse, como dos bestias sueltas.

Seguiremos, no obstante, los dos siempre diciendo: tu, que nunca me amaste, yo, que ya no te quiero, pero cada mañana nuestros primeros rezos serán por este inmenso cariño que no ha muerto.

Nos separan los montes de tu orgullo y mi orgullo; nuestros ojos se escrutan desde lo alto en las rutas, y aunque mi boca quiere llamarte a gritos… huyo para que no me venza ningún orgullo nunca.

Después, cuando miremos que nuestras vidas fueron, como las aguas muertas de los mares sombríos; que de nuestros amores no quedará un recuerdo porque fueron estériles como campos baldíos,

Lloraremos la negra suerte que nos detuvo sobre una senda misma, como a una cosa fútil…, romperemos los dos nuestros orgullos rudos con la amargura negra de una venganza inútil.

Nuestras palabras graves ya no tendrán objeto; serán como las hojas desprendidas del árbol: unas las lleva el viento quién sabe hacia qué puertos, otras siguen rodando, siempre siguen rodando…

Nuestros últimos cantos serán cantos de muerte; nuestros últimos pasos serán perdidos… Los senderos que yo haya recorrido sin verte y los que sin mirarme hayas tú recorrido,

aunque no lo queramos, mujer, aunque sintamos que eso es como un azote sobre nuestros recuerdos, tendrán para nosotros el dolor de los labios tristes que no sintieron nunca el calor de un beso.

Seguiremos, no obstante, los dos siempre diciendo: tú que ya no me quieres, yo, que no te he querido, pero, cada mañana nuestros primeros rezos serán por este inmenso cariño que está vivo.

JOAQUIN CIFUENTES SEPULVEDA.