CRONICA DE CARNEROPOLIS

CAPITULO I

Donde se trata de los altos ideales que separaban a los carneropolitanos

El pueblo de Carneropolis, como es del dominio público, estaba dividido en dos bandos que se peleaban la supremacía con un entusiasmo casi temerario. Estos dos bandos eran: la Federación de los Cinco Departamentos y la Sociedad Explotadora de las Fiestas de la Primavera (1).

La primera constaba de mil asociados y de la mitad (la mitad inferior) de un dirigente. La segunda—por llevarle la contra—contaba de mil dirigentes y de un asociado partido por la mitad. Como es juicioso inferir, los jóvenes de ambos bandos se hacían la guerra entre si con una perseverancia que causaba emoción. Por doquiera que se veían se mostraban la lengua, se tiraban cornadas y hacían otras severas manifestaciones de desagrado. Este abismo de desamor no provenía, como pudieran imaginarse algunos mal intencionados, de discordancia de ideas. No. Las ideas estaban abolidas por enflaquecedoras en Carneropolis y nadie—salvo uno que otro neurasténico—se atrevía a atentar contra su salud. El abismo provenía de causas más elevadas que acaban de ser descubiertas entre los papiros, mujeres y vasos de la tumba de CruzhAt último faraón de la dinastía de los Tontonidas.

Hélas aquí:

Sucede… que cada trece lunas, cuando las Rosas comienzan a desabotonarse y el chincol se para a cantar, se celebraban en Carneropolis unas fiestas fastuosas que comenzaban con un prólogo del obscuro rapsoda Fuente-de-Mesa y acababan con un vertiginoso epilogo en la ciudad de Tomé. Durante dichas fiestas mozos y mozas se lanzaban a la calle vestidos de oropeles y cascabeles y se daban toda clase de muestras de simpatía. Eran días de concordia universal y mientras duraban solo se oían en Carneropolis risas, ósculos, suspiros y crugidos emocionantes… Nada tiene, pues, de extraordinario que los caudillos de ambos partidos pusieran todo su empeño en sobresalir en estas fiestas. Para lo cual hacíanse derroches fabulosos de esfuerzos y de interjecciones pintorescas. Y este y no otro era el origen del abismo que separaba a los asociados de ambos bandos.

CAPITULO II

Donde se describen las fraternales fiestas de la primavera y se corre un honesto telón sobre sus consecuencias

Sentados estos prolegomenos, es de imaginarse el temerario estado de alma en que se hallaban los carneropolitanos al iniciarse los preparativos de las fiestas del lejano año 1923. Después de algunas escaramuzas donde los corazones se enardecieron más allá de lo permitido por los Manuales de Urbanidad, la Fed. de los Cinco Departamentos dió a su adversaria un golpe magistral: un día, con el mayor misterio, requisó todo el marisco existente a veinte leguas a la redonda. Imaginenese ustedes: sin marisco no hay banquete posible. Los mil dirigentes de la Sociedad Explotadora se humedecieron de sorpresa. Pero reponiéndose, enseguida contestaron con otro golpe genial, y sin decir agua va acapararon todo el jugo de uva de las bodegas de Carneropolis. ¡Y vaya que había” Fué un terrible golpe moral para sus enemigos. En esta delicadísima situación y previendo desgracias irreparables, el Mono Sabio que estaba entonces a cargo de la instrucción de los carneropolitanitos, convocó a representantes de ambos bandos. Y en el sosiego de su morada los exhortó con juiciosas palabras a deponer sus odios. Les demostró con la tabla de logaritmos en la mano que sin marisco y sin jugo no hay fiesta posible; y, en nombre de los altos ideales, les rogó que celebraran juntos las fiestas, porque así “ganarían en honra y provecho”. Finalmente para acabar de convencerlos, les leyó, con el dedo índice levantado, algunas conmovedoras páginas de “El Deber” de Smíles. Los jóvenes carneropolitanos se enternecieron. Y llorando a moco tendido, cayeron unos en brazos de los otros prometiéndose olvidar sus resabios y jugar juntos, en lo sucesivo, como buenos hermanitos. Después de tan tierna conciliación es hasta cargoso decir que las fiestas de aquel año resultaron delirantes. El primer día, tan pronto como el rapsoda de marras declamó su prólogo y los nervios se hubieron calmado, los carneropolitanos vestidos de mil colores se desbordaron cantando por las calles y jardines. ¡Qué divino espectáculo! Aquí risas y rosas. Allá, besos y vasos. Y por todas partes: rosado, amarillo, verde, carmín, celeste. Era como si el arco iris hubiese caído hecho trizas a la tierra. Los carneropolitanos andaban disfrazados tan sabiamente que costaba lo indecible reconocerlos bajo aquellas apariencias ingeniosas. En el concurso de disfraces que se celebró aquella misma mañana en la plaza pública el jurado se vió en duro conflicto para elegir los mejores entre los mejores. Por fin después de oír, mirar, gustar, oler y palpar cuanto fué necesario, acordó laurear a los siguientes jóvenes que a su juicio merecían la palma: Premio de Honor.—A D. Abelón Saavedra, disfrazado de Bartolo. Primer Premio.—A D. Arturo Nato, disfrazado de Huevo. Segundo Premio.—A D. Vicente Vial, disfrazado de Pájaro Tercer Premio.—A D. Alfredo Cruzat, disfrazado de Pinguino. Cuarto Premio.—A D. Luis Escala, disfrazado de picket-pocket. Quinto Premio.—A un tal Raúl Slater, disfrazado de Ave de Rapiña. Los laureados fueron calurosamente felicitados por sus amistades. El segundo día hubo una preciosa función de Circo donde las tonys y equilibristas consumados de Carneropolis hicieron gozar de lo lindo a la multitud. Llamó justamente la atención de los entendidos un número de ilusionismo a cargo de los jóvenes Huevo, Ave de Rapiña y Picket-pocket que consistió en la desaparición de una caja de fondos sin que nadie se diera cuenta como ni cuando. Pero el número que hizo vomitar los hígados de felicidad a la concurrencia fué la pantomina titulada: “Adiós que me voy llorando”, representada con gran dominio de la escena por un grupo de jóvenes disfrazados de Zorro, Camaleón, Caimán y Perro. Hasta hoy se ignora quienes se escondían bajo estas ingeniosas pieles. El tercero y último día fué destinado a toda clase de juegos honestos. A una señal dada, vírgenes y mancebos se entregaron a jugar con inocente ardor a las escondidas, al arroz con leche, al corderito entra y sal de mi huerta. Pero aquí juzgamos juicioso correr el telón…

CAPITULO III

Donde el inmaculado Huevo lee una reseña maravillosa, de cuyas resultas fallece un envidioso

Una luna después, cuando los cuerpos habían recobrado su savia y su vigor, los carneropolitanos se reunieron en fraternal asamblea a la luz de las estrellas a oir la cuenta de los dineros de la fiesta. (El cronista que garrapatea estas crónicas verídicas, había olvidado decir que después de cada fiesta unos cuantos ochavitos entraban a las arcas. Pero este olvido es muy perdonable porque los carneropolitanos despreciaban el dinero con verdadero entusiasmo. Prueba de ello es que tan pronto como llegaba a sus manos se apresuraban a botarlo… ) Como es natural, la curiosidad era escasísima aquella noche. Los buenos carneropolitanos habían acudido por costumbre. Y sólo uno que otro envidioso había venido con el censurable propósito de impedir que la ceremonia se verificara según la tradición. Cuando la luna besó el zenit, el caudillo Pájaro pronunció este discurso, agitando las alas al compás de sus palabras: —“Hermanos cofrades, salud. Váis a tener la honra de oir la memoria que la comisión de las fiestas recientes se ha dignado preparar. El presidente de la comisión, el inmaculado Huevo, tiene la palabra. El aludido se puso en dos pies. Con decorosa calma se dirigió a una carreta y extrajo de ella uno de los ciento cincuenta infolios que contenía. —“Voy a empezar—dijo—con el Capítulo I de la Introducción. Es algo muy bueno.” Y abarcando al pueblo con una mirada mundana, empezó: —“!Hace dos mil años cuando la tierra estaba casi despoblada…” Y siguió leyendo pausadamente su Memoria, que, empezando en los tiempos bíblicos, seguía paso a paso a través de las edades de la historia hasta concluir en la edad moderna. Era una pieza maravillosa cuya tesis fundamentad era: El tiempo, el amor y el dinero, pasan y no vuelven.” Los carneropolitanos oían maravillados. Y para escuchar mejor cerraron los ojos y se recogieron en si mismo, honradamente, decorosamente. Más, los envidiosos que habían venido con el fin de enturbiar la fiesta, no pegaban el ojo. Acurrucados en la sombra murmuraban y maldecían. Aguardaban con Mal disimulada. saña la coyuntura de interrumpir. Y como ella tardara en presentarse, resolvieron inventarla. En el momento en que el orador leía este trozo sublime: “…Y entonces el anciano Noé soltó el pájaro que sin tardanza se abatió sobre la borda, todo mojado…”, uno de los envidiosos interrumpió: —¡Yo creo que el pájaro de Noé nada tiene que ver con las recientes fiestas. Lo que nos interesa a todos son las cuentas! ¡Las cuentas! Fué tan absurda, tan descortés la interrupción que los carneropolitanos, abrieron los ojos estupefactos. No podían creer que un mal educado hubiera podido interrumpir tan dulce y tierno pasaje. —Este vil me ha injuriado—dijo con ternura el aristocrático Huevo. —¡¡Ese vil lo ha injuriado!!— corearon todos con furia. Pálido y trémulo, el interruptor vió levantarse ante si un cañaveral de brazos amenazantes. Comprendió que su situación era delicada. Y haciendo tripas de corazón, balbuceó: —Amigos míos ¿dónde está mi crimen? Reconozco que el discurso del orador es excelente; pero yo creo que las cuentas deben preceder a los cuentos. ¡Nunca lo hubiera dicho! Se armó un tumulto horrible. Los más indulgentes pedían que le arrancaran la lengua y la redujeran a polvo. A todos se les ocurrían hermosos castigos. Sin parar mientes en ello, el inmaculado Huevo los hizo callar a todos con un gesto: —Calmaos—dijo.—Este vil me ha injuriado: es cierto. Pero yo quiero demostrarle su bajeza, accediendo a su Petición. ¡Voy a leer las “Cuentas” que se hallan en la última página del 150. tomo de mi Memoria! Y en medio de los murmullos de aprobación, leyó: —“Los gastos de la fiesta han sido los siguientes:

Por compra de jugo de uva .. .. .. .. $ 50.000 Por compra de actores .. .. .. .. .. 20.000 Por compra de bicarbonato .. .. .. .. 10.000 Por media docena de sandwichs .. .. .. 10.000 Por una botella de Bilz .. .. .. .. .. 5 000 Por otros gastos “menudos” .. .. .. .. 50.000 ————— Total .. .. .. .. .. $ 545.000

“Las entradas, en cambio, ascendieron a cinco pesos cuarenta centavos. Pero no os apuréis. Los $ 499.495 que faltan los hemos puesto generosamente de nuestros bolsillos. Esto es todo.” Terminada esta lectura, una estruendosa, estupenda tempestad de aplausos se levantó ensordeciendo los espacios serenos. ¡El pueblo de Carneropolis aclamaba a sus benefactores! Pero los envidiosos no se dieron por vencidos. Aprovechando un minuto en qua los aplausos habían amainado un poco, uno de ellos se puso de pie para hablar. —“Señores—alcanzó a decir—e inmediatamente cien brazos de acero cayeron sobre él reduciéndolo. a una pequeña cagarruta. Este actor ejemplar dió lugar a hermosísimas escenas de abrazos, besos y lágrimas de dicha. —¡Qué el generoso Huevo prosiga su Discurso de oro!—gritó alguien secándose las lágrimas. —Si, que prosiga!—repitieron todos como un trueno. —Con el mayor gusto—dijo el aludido—y cogiendo el tomo primero que había abandonado hacia un instante, reanudó la lectura, en medio del religioso silencio: —“Y entonces el anciano Noé, soltó el pájaro que…”

P. de C.

(1) Sobre el origen de estos extraños nombres pueden consultarse con fruto las obras siguientes: Matta Figueroa.—La Federación que yo fundé. Cruzat Tira etc.—La Federación que yo fundí.