EL CARTEL DE HOY

DISCIPLINA

“Veinte gendarmes armados se subieron al muro de la Penitenciaria y otro se colocó tras la reja de entrada y, mientras ardían los polvorines de la Fábrica de Cartuchos, impidieron salir a toda persona hasta no recibir orden superior, arriesgando con esto sus vidas.” De un artículo de “La Nación”.

Así como después de una tempestad, el mar arroja los restos de los naufragios y la vista de estos nos dá una idea fragmentaria de las mil tragedias desarrolladas en la hecatombe. así aparecen dispersos y retardados los detalles de las catástrofes, cuando de ellas apenas queda un recuerdo. Hace unas cuantas semanas, se estremeció la ciudad, sacudida por una explosión; tras los árboles del Parque Cousiño se elevó una nube de humo; las bocinas de incendio lanzaron su aullido hipeante y todos corrieron allí, para, en seguida volver grupas horrorizados: un polvorín había estallado, haciendo trizas los edificios circundantes y desnudando de sus hojas a los árboles y rompiendo los vidrios del arrabal vecino. Las lenguas de fuego lamían los polvorines vecinos: todos huían asaltando los autos y los coches o corriendo como enajenados. Pero ahí mismo al lado, estaba medio millar de reos y un centenar de obreros, encerrados entre los muros de la Penitenciaría, a cuyas celdas había arrancado de cuajo las puertas la explosión y cuyos talleres eran un montón de escombros. Los sobrevivientes escaparon, chorreando sangre por las heridas hacia la puerta salvadora; pero allí, más implacables que los cerrojos, más ciegos que el hierro, estaban los guardias, galvanizados por el terror, pero incapaces de toda acción salvadora por no romper la disciplina. Los obreros rogaban, amenazaban, increpaban: ¡todo inútil: la disciplina decía que la hora de salida era las once y media y los gendarmes esperaban una orden superior para alterar el horario: ¡“Pero ustedes nos conocen, nosotros somos obreros y no penados; no hay derecho a asesinarnos como a los reos y ni siquiera a estos, pues ellos están condenados a presidio y no a muerte!” Todo inútil; un soldado sólo tiene oídos cuando recibe una orden, es peor que un penado pues este tiene solo preso el cuerpo por la prisión, mientras aquel tiene preso el cuerpo por el cuartel y el espíritu por la disciplina. Y allí quedaron, trascurrían minutos, largos como siglos. Por fin, cuando el peligro de una nueva esplosión había pasado, llegó el jefe y dejó salir a los obreros heridos… ¡Y ahora, se hace el elogio de esa actitud estúpida y anti-humana! ¡El día menos pensado condecorarán a uno de estos bichos porque ha obturado el sexo de su mujer durante el parto, mientras espera la orden del jefe que le permita tener un hijo! ¡¡La disciplina, la disciplina: lema de esclavos!!

Juan GUERRA.