NUESTRA PORTADA

L`homme a la tete rose” como se le llama en el Museo del Louvre, es el trozo de escultura en granito más admirable que se conoce. Su autor vivió en aquella prodigiosa época del pueblo caldeo– 2 a 3 mil años antes de la Era Cristiana– de dejó tantas maravillas a la humanidad. Hoy, al alzarse entre nosotros con una majestad imponente esta manifestación de arte antiquísimo, podemos afirmar esa verdad silenciosa de todos los tiempos: “En arte lo viejo y lo nuevo no tienen mayor importancia. Sólo cuenta lo fuerte y lo débil”. Todos los conocimientos adquiridos en treinta siglos de civilización son una pobre cosa frente a esta cabeza tallada en piedra. Los espíritus más concientes, los más altos representantes del arte plástico moderno, miran esta obra con una religiosa admiración. La sobriedad de sus medios expresivos, la fuerza enorme encerrada en sus formas, la síntesis, la construcción poderosa, la sutil expresión viviente en ella aprisionada, son milagros de eficiencia plástica que hacen meditar en el “progreso” en lo que al Arte se refiere.