DEFENSA DE SCHWEITZER

Los acápites que siguen pertenecen al discurso que D. Carlos Vicuña Fuentes pronunció en 1924 a raíz de la impúdica deportación de Schweitzer, represión primitiva que los soldados multiplicarían después para defenderse del espíritu. Tienen estas palabras, aparte de su varonil entereza, un certero soplo profético ya que esbozan con admirable clarividencia la “huelga civil republicana” que siete años más tarde tumbaría la ciega máquina militar que simiescamente pretendía ser gobierno. El discurso íntegro, de donde entresacamos estas palabras de fuego, fue publicado por “Claridad” en Noviembre de 1924, en plena dictadura y en circunstancias que nuestros “intelectuales” comulgaban con la casaca con el mismo fervor con que ahora último la desprecian. Les affaires sont les affaires!

Los hombres de espíritu y de ideales no son peligrosos sino para los malvados y criminales, que temen con razón que la palabra de los apóstoles acelere su caída inevitable. Hombres peligrosos son los militares: están armados y lo que es peor, dispuestos a sacar el sable para imponer su voluntad, la cual sólo prospera por el miedo que infunden en las masas populares. Prueba de que son peligrosos los vemos en la destrucción de toda nuestra vida republicana, Presidente, Congreso, Tribunales, prensa, libertad, desmoronada al menor ruido de sus sables amenazantes. Y no se extrañe que se hayan desmoronado y disgregado esas fuerzas espirituales, porque la fuerza ciega nada respeta y a su paso furibundo y desatado no puede resistir la fuerza moral. Pero ella no muere: revivirá, se organizará y tendrá a su servicio nuevas fuerzas físicas que substituyan a las que fueron infieles, y entonces éstas, faltas de razón y de justicia, serán precipitadas a su turno por las fuerzas populares renovadas. Pero no solamente es falso este hecho de la conspiración, sino que él es absurdo y falto de toda lógica formal. Los únicos que pueden conspirar y han conspirado efectivamente son los militares. Basta fue su conspiración y de resultados patentes y reales. Los civiles no podemos conspirar porque la conspiración supone el concierto secreto de los jefes para una insurrección, y los civiles no tenemos soldados que nos obedezcan ciegamente, por razón de simple disciplina, como los militares. Dos son los tipos fundamentales de revuelta armada: la conspiración y la asonada o rebelión popular. La primera es del tipo militar: para ella basta el concierto de los jefes, el acuerdo privado y secreto de los conjurados; para la segunda se necesita el alzamiento en masa, público e irresistible, del pueblo entero; el cual no obedece por disciplina sino que es colectivamente arrastrado por convicción y por sentimiento. Los civiles no tenemos soldados que nos obedezcan; si estamos descontentos con la tiranía y queremos reemplazarla violentamente, no nos queda otro camino que la rebelión abierta y franca, la cual no puede hacerse sin el estremecimiento social, sin la onda psicológica, sin la pasión popular exacerbada por la tiranía, por la injusticia o la miseria. Y estas rebeliones públicas, que serán seguramente las que acaben con el régimen militar si este no abandona su política de tiranía y de engaños, son incontenibles, como todo movimiento verdaderamente social. Cuando la medida esté colmada, cuando el cansancio agobie a los hombres, cuando el descontento los una a todos, cuando la miseria y la injusticia los abrume, el pueblo se alzará en grandes masas y será incontenible. Ni armas necesitará porque entonces los martillos, los chuzos, las palas, los palos, las piedras, servirán de armas suficientes y el temor solamente bastará para que los militares vuelvan a sus cuarteles de donde no debieron haber salido nunca a destruir las instituciones de la Patria. Y ni aun esas armas serán necesarias: bastará la huelga civil republicana, un paro general de todas las actividades, de los Tribunales, oficinas, comercio, industria, agricultura y minas, bastarán los brazos caídos, la pasividad formidable de la gente libre, que se niegue a la servidumbre infame para que los militares abandonen el gobierno de una máquina social cuyos delicados resortes de seguridad, de libertad y de justicia, no saben manejar.