NUESTRA PALABRA

Aprovechando el revoltijo gubernativo que hace posible la actual libertad de prensa– libertad característica por su aglomeración, profusión y charlatanería liberal– en que los diversos elementos eternamente en pugna adoptan sus viejas posiciones, descubren sus mohosas armas, sacan a la luz sus pintarrajeos de guerra, “Claridad” vuelve al lugar de la libre crítica que ha sido su norma lineal, ajena a intereses personales o de clases. La Dictadura no ha sido sino el reverso de esa moneda fatídica que llevando por un lado la torva efigie de Ibáñez, por la otra traía ese conjunto dantesco formada por los políticos corrompidos, que esquilmaron igualmente la hacienda pública, llevando al país a la catástrofe total de su forma política, de su derecho privado y del patrimonio del Erario. Entre el militarismo y los políticos no hay más diferencia que la manera de operar por separado en la consecución de sus beneficios. Actuando unidos forman un conjunto perfectamente organizado que ha sostenido con éxito todos los embates de la suerte. Lo uno es el complemento de lo otro de tal manera que la crisis nacional proviene en su aspecto externo, de la desarmonía de ambos factores, provocada por una dualidad de iniciativa en sus funciones antes perfectamente combinadas. Por separado, ninguna de estas dos entidades representa, sin embargo, el peligro grave y amenazante que significan coordinadas, cuando sus partes están metidas exactamente en un todo de mecánica terrible para la masa. La historia constitucional de Chile las ve talvez por primera vez pelearse de frente la cabeza del Estado, disputarse febrilmente el logro de los negocios públicos, y esto significa que la sociedad actual no goza de buena salud. Como una convulsión indominable viene de los substratos populares del mundo, subiendo hasta la superficie, la convicción de otros derechos, extrañas certidumbres de sistemas. Es muy cómodo creer que lo ocurrido entre nosotros es una simple crisis política tangente a una crisis económica. Un fenómeno de esta naturaleza es un hecho local, de límites conocidos, cuya trayectoria desenvuelve una línea de diagnóstico previsible. Si solo se trata de una crisis económico-política, la manoseada farmacopea liberal tiene ancho campo para emplear sus menjurjes y emplastos, distrayendo con trucos de prestidigitador al agotado organismo colectivo. Pueden también volver de nuevo, en un nuevo ensayo, los mismos caciques electorales, ayer no más repudiados por funestos, incapaces y desvergonzados, a “reorganizar el país”, “en una hora de prueba para la República”. En cambio, el planteamiento del problema de orden fundamental con respecto al Estado requiere una conciencia histórica que nuestros pseudo-estadistas no poseen ni remotamente. La vida moderna ha alcanzado su tope en intensidad y extensidad, complicando su organización, obstáculos imposibles de solucionar por los medios consagrados; la dilatación del sistema capitalista ha llegado a un máximo que sobrepasa la elasticidad de su tejido. El chomage mundial pesa demasiado sobre el equilibrio del orbe para mirarlo sin zozobras; como un accidente vulgar que puede evitarse con remedios vulgares. La sobreproducción monstruosa que congestiona a las naciones, el imperialismo elefantiásico de las potencias, llaman a meditar seriamente en el porvenir de la sociedad. Entre nosotros, no serán, ciertamente, los militares ni los políticos los que han de escuchar el ruido subterráneo, que trae en su entraña un pueblo que busca su sentido propio. Pertenecen ambos a la armazón liberal de un Estado, extraño de veras a la realidad contemporánea. La exaltación al poder de la Dictadura contó con la colaboración velada o abierta de todas las fuerzas nacionales, con excepción de los sindicatos revolucionarios del proletariado, sin excluir castas ni pelajes, colores políticos ni profesiones. Estuvieron presentes, los partidos, las sociedades obreras, las federaciones de la clase media, los intelectuales, la oligarquía voraz y aprovechadora. Los que no estuvieron allí no fue ciertamente por honestidad republicana– como han aparecido pregonándolo hoy día– sino porque la inesperada voltereta del régimen de Alessandri los encontró en mala postura ante su sucesor. Pero como la fortuna retorna siempre para todos su caprichosa rueda, he aquí que de nuevo suena la hora de usufructuar de sus antiguas gangas a aquellos mismos políticos fraudulentos, mercachifles del vocabulario democrático, que, después de prolongada cesantía, vuelven a apestar con su aliento el conturbado ambiente chileno. Se ha desencadenado así el espectáculo más repugnante que ha visto nuestra generación. La tiranía militar con su procedimiento medieval de extorsión gubernativa ha logrado meter en un puño no sólo a las fuerzas abiertamente revolucionarias, haciendo desaparecer a sus dirigentes y persiguiendo sus organismos, sino también a los primates del régimen anterior, sociólogos de Clubes, terratenientes rabulosos, chantajistas y periodiqueros. El ambiente de ergástula en que se confundían los unos y los otros, la fuerzas reaccionarias como las de avanzada, había cargado el paisaje nacional de un anhelo común de libertad mínima, que crecía haciéndose más y más compacto, a medida que pasaba el tiempo. La aspiración general nivelaba confusamente estos elementos en los procesos sediciosos, en las prisiones y en el destierro. Entonces los postulados que combaten el militarismo como principio, que piden una intervención más directa, de todas las fuerzas sociales en el manejo del Estado dejaron de ser doctrina peligrosa para adquirir de pronto, una interpretación más grata a las víctimas del rodaje armado, que encontraban en estos credos de reserva la legitimación de sus derechos conculcados. La nación entera cansada de tanto abuso y violencia, hacia suyas las predicciones de los subversivos– tan abundantemente verificadas– sobre los regímenes de facto y desconfiaba de la eficacia política de un parlamento desprestigiado como institución, para coincidir en todo su sentir con la posición revolucionaria de las agrupaciones de izquierda. Y en este clima ideológico que por contraposición con un régimen de violencia, domina al país, aquellos que siempre estuvieron a la moda en la profesión de sus ideas, han aparecido ahora, de un día para otro, como viejos discípulos de Carl Marx– por línea directa e indirecta. Varias clases de socialismos, comunistas de todos los pelos, Ligas, Centros y periódicos han emprendido entonces la maratón libertaria más desaforada de que hay memoria: denuncios, sensacionalismo, próceres de pega, la pecha en suma, por colocarse bien en la mesa del que manda. Clericales disfrazados con extravagantes vestiduras insurgentes, radicales tonantes de barricada, liberales jacobinos se debelan entre sí, se calumnian y se procesan. Nunca había presenciado la nación mayor tumulto de instintos desatados, mayor insidia en el comportamiento público, una falta más grande de moral personal y colectiva. La dictadura puede anotarse a su haber la realización de este desastre que muestra en su completa desnudez un país históricamente informe, abandonado a su suerte. Ella ha puesto de manifiesto la inutilidad de una oligarquía sin principios que después de un siglo de gobierno, muestra un país con el espíritu social de la edad de piedra, con una moral de orangutanes, extraña absolutamente a sus propios problemas. No creemos que esta sea la hora de volver a instaurar viejas combinaciones sistemáticas. Demasiado visibles están las etapas convulsivas, que ha ido marcando en su despeñadero, la vida nacional; la ruina económica en que nos debatimos, tanto como la crisis moral que nos aqueja, hace necesario un ajuste completo del cuerpo colectivo en el cual se examine la razón biológica de sus partes de acuerdo con su función. Debido a la caída de un gobierno, vivimos en un mundo trastocado en cuya incierta atmósfera, los valores, los hombres, las ideas bailan de pronto la más endemoniada zarabanda. Debido a su derrumbe ha perdido su centro de atracción toda la maquinaria social, sostenida solo en este punto, el más vulnerable y vencible de su estructura. Para vertebrar su vida creemos que el país tiene problemas propios que resolver de mayor cuantía que todo eso. Para ello, los productores deben cohesionar sus gremios, fortalecer sus agrupaciones, asumiendo en la realidad social, el rol que de hecho les corresponde. A la realización de estos propósitos sumaremos siempre nuestra labor.