Homenaje a la sangre vertida

Charlábamos sobre los últimos acontecimientos, y mi amigo se mostraba pesimista. No lograba entusiasmarse. Parecía haber vivido estos días de tremenda agitación en mundos de otros sueños y otras realidades. –Después de todo, las cosas quedarán tal como antes– me decía.– Caeremos una vez más en el feroz individualismo; cada cual se interesará en sí y en los suyos; los hombres seguirán tradicionalistas, prejuiciosos, y la gazmoñería, reina de los mediocres, adquirirá nuevamente sus derechos. Me separé de mi amigo con el vago presentimiento de que “quizás tuviese razón”. Hay valores que son superiores a la inteligencia de los hombres, no basta entenderlos, es preciso llegar a sentirlos como una realidad, que lleguen a constituir la meta visionaria de la espiritualidad humana. Sólo la juventud, esa fuerza incesante, eterna renovadora de valores, es capaz de hacer suyos los inaccesibles al corazón de los hombres experimentados, de los insinceros. Y aún la juventud, en el caso que relato, se ha mostrado orgullosa, mezquina y tradicional. ¿Que fueron de mejor cuna? ¿qué acaso tocó la dicha de que tuvieran un hermoso y significativo apellido? ¿que sobresalían de entre los demás por tener una mejor situación social? Nada de esto justifica el halago de que se les hace merecedores. Seamos justos y humanos en el calificativo, “han sido víctimas de la desvergonzada actitud de los tiranuelos”. Víctimas han sido estudiantes, obreros y niños. La muerte exalta, indudablemente. Encoleriza, violenta o enrabia. En otros corazones gesta la compasión o la piedad hacia los victimarios. La muerte exige venganza o recompensa. El tiempo mata las pasiones en el corazón de los hombres. Es esto lo que va sucediendo. Este jugo milagroso y vivificante de la sangre vertida, se anemiza cada día más a los ojos de los mortales. Hoy nos contentaremos con un homenaje simpático, elegante y burocrático. Elegimos la víctima mejor reputada para hacer de ella el “héroe representativo de la jornada”. Desgraciadamente, no es él solo. Junto al estudiante valiente, de clara inteligencia, de corazón generoso, ha caído también el obrero pobre, menesteroso y honrado, también el inocente y el indiferente a quien nada logra inquietarlo, y tras de sí todos han dejado corazones acongojados que hoy lloran lágrimas vivificadoras, por la pérdida de los suyos. Todos sentían el hielo que amenazaba petrificar sus corazones, se sentían robados de lo mismo, defendían lo mismo en la medida de su comprensión y necesidad. El estudiante defendía sus ideales, sus libertades, todo aquello que le permitía hacer más humana la vida de los hombres. El obrero defendía sus derechos materiales, lo que a él le interesa, defendía su pan, su hogar, en síntesis, una condición de existencia más humana. Un mismo ideal los guiaba al sacrificar sus vidas. Elegir de entre tantas víctimas una que sea el “héroe representativo”, por valederas que sean sus cualidades, es injusto, ahondará el resentimiento en el corazón de las almas condolidas, y lo que es más aún, nos alejamos fundamentalmente del espíritu generoso que por todos supo sacrificarse y que hoy, seguro estoy, no querrá acaparar el mérito que a todos corresponde. Respetemos su corazón generoso. Erijámoslo en nombre de las víctimas caídas en la revolución, que sea el homenaje a la sangre heroicamente vertida. Sólo así las víctimas de hoy podrán ser el estímulo para las del futuro. No contemplemos al estudiante inteligente, al hombre valeroso y simpático por sus recuerdos, al amigo; contemplemos en él a las víctimas todas que supieron vivir muriendo y eternizándose en el corazón de los demás, y así, cuando la fuerza, la ignominia o la corrupción pretenda hacernos sus víctimas, sepamos decir altamente: “Arriba los muertos”. Que así como esta noche obscura que vivimos ha salido de esta horrenda tiranía, así también que salga la luz de las tumbas. Es preciso reconocerlo de una vez por todas y para siempre: si la cohesión atómica quiere el contacto entre los átomos, así también, para que alguna vez veamos realizada la cohesión de la humanidad toda, es preciso el contacto de los corazones humanos.

Dr. Vila.