JUAN GANDULFO juzga el momento actual

Las persecuciones de estudiantes y obreros.- La violación de las libertades públicas.- El triunfo de Alessandri y la agitación popular.-Una movilización sin fundamento.-Inmortalidad de la prensa capitalista.-La ley Rengifo.

En el presente artículo –escrito en su mayor parte mientras el autor permanecía en un rincón provinciano esperando la desaparición del terror blanco– analiza Juan Gandulfo la situación política y social de los últimos tiempos. Estudia, con la sinceridad que le caracteriza, el oleaje de falso patriotismo con que se pretendió ahogar las libertades, y tiene palabras de fuego para los que se hicieron cómplices del establecimiento del terror por la juventud clerical y oligárquica.

“La humanidad no vibra sino al dolor”, nos decía un maestro de clínica de la Escuela Médica. Esta ley, tiene sus escepciones, pero últimamente se ha comprobado plenamente. Los estudiantes se han aproximado en una forma real a los obreros, solo cuando han sentido en su propio organismo la mordedura de la persecusión. Al empezar este siglo, se inició, en Chile la difusión de las nuevas ideas sociales entre el proletariado. Actuaron principalmente en este sentido los ácratas, ellos recorrieron el país de un extremo a otro infiltrándose en todas las agrupaciones y obraron al lado de los demócratas; algunos de estos adquirieron una sólida preparación y formaron sus filas bajo el estandarte rojo del partido socialista. Este contó, desde el principio, entre sus afiliados a hombres de la talla de Recabarren, el cual ha dejado en todos los puntos por donde ha pasado su huella luminosa, pues ha logrado iniciar y encauzar en la lucha a los obreros, a los que ha organizado, agrupándolos en una u otra forma. Todos los propagandistas obreros han hecho una obra francamente apostólica. Han sacrificado su bienestar personal y aun su vida por la comunidad y, a pesar de ser hombres laboriosos y de costumbres puras, han permanecido durante largos períodos en la cárcel. Muchos de ellos han muerto a consecuencia de enfermedades contraídas en las prisiones y sus nombres solo viven en el recuerdo de alguno de sus discípulos o aparecen en los carcomidos libros del archivo de algunas sociedad obrera que ya no existe o tatuado al pié de una frase de protesta en el muro de algún oscuro calabozo, pues junto con iniciarse la acción por propagar las nuevas doctrinas, inició la clase burguesa la persecusión contra los llamados “agitadores profesionales”. Creo superfluo insistir que el llamado “agitador profesional” no existe y que es solo el producto de la imaginación perversa de algún periodista francés, el cual lo creó para congratularse con la burguesía que mantenía a los gremios de imprenta a ración de hambre, utilizándolos como el cuchillo envenenado que hiere a los demás asalariados. Los periodistas chilenos, entre los cuales hay dos o tres que conocen a fondo la cuestión social, han chilenizado el “agitador profesional”, para complacer a sus amos y a las-empresas comerciales que avisan en los rotativos de este país. Empresa muy basta sería hacer una enumeración de los obreros que han permanecido presos y han sido torturados en las cárceles de Chile por propagar ideas. Para hostilizarlos se ha violado siempre nuestra Constitución, la cual garantiza la libertad de manifestar opiniones. Los hombres públicos de todos los partidos políticos han amparado estas arbitrariedades desde el Gobierno. Y no solo los conservadores y demás partidos de la Coalición, se han prestado a tan bajos manejos, sino aun los partidos llamados avanzados, y en cuya juventud se ha iniciado hace poco un movimiento de simpatía hacia la clase popular, han desempeñado el triste papel de perseguidores. Fué un ministro radical el que firmó el primer decreto de expulsión del país, aplicando la ley de residencia al socialista Barrios. Estando en el Ministerio del Interior este mismo jefe radical, fueron destruidas las imprentas de los obreros de la zona del Salitre por individuos amparados por la policía y el Gobierno; en el norte de Chile los radicales combaten en una forma encarnizada a los socialistas y a los obreros que sostienen ideas más avanzadas que estos. Los estudiantes universitarios, que hoy militan en parte al lado de los obreros, apedrearon a Pedro Godoy cuando habló en defensa de estos en la primitiva Universidad Popular, y luego se inscribieron en la “guardia blanca”, que se organizó en 1905 para asesinar a los obreros en huelga, justificando su actitud y haciéndose llamar “defensores de la propiedad privada”. Solo en el año 1919, cuando se trató de encarcelar a Santiago Labarca y a Juan Egaña, directores de “Númen” por aquel entonces, empezó entre los universitarios la campaña pública en pro de las libertades públicas; pero con ese acto no se violaba por primera vez la Constitución, pues esta, había sido ya bastante profanada en las múltiples persecuciones anteriores. La burguesía se había hastiado con carne proletaria y necesitó, atacar a sus propios hijos para ser acusada ante la faz de la República por el delito de violación a las leyes. En Abril de 1920 fui reducido yo a prisión por haber manifestado públicamente que consideraba falto de prepreparación al Presidente de la República para resolver los problemas sociales. Aquello sucedía mientras se mantenían los carboníferos en huelga los cuales llevaban varios días de ayuno bajo la lluvia y se veian obligados a enterrar sus hijos en la arena de la playa para que no murieran de frío, pues la población minera había sido arrojada violentamente de sus hogares, estando a la cabeza del Ministerio de Industria y Obras Públicas un senador demócrata. Hablé en aquella ocasión “de las delicias de este Eden” y fui preso e incomunicado por orden de un comisario. “No hay que confiarse ni de sus propios dientes, porque también nos muerden”, me decía en una ocasión un curita mundano y en este caso tenía razón. La burguesía se había mordido la lengua y la lengua protestó. Los universitarios agitaron la opinión, la prensa, con cierto temor al principio, publicó las protestas y la Federación de Estudiantes organizó en compañía de la Federación Obrera de Chile, la I. W. W. y demás organizaciones en resistencia un paro general y un meeting en Santiago, Valparaíso y otras ciudades de la República. Los estudiantes entregaron, en aquella ocasión, a los obreros la defensa de las libertades individuales. El ambiente se serenó un tiempo, para agitarse nuevamente con la lucha presidencial. Triunfó Alessandri en la Convención Aliancista; los viejos de todos los partidos sintieron esa sensación, mezcla de temor, sobresalto e irritación, que experimenta un abuelo cuando el nieto travieso salta sobre la mesa de trabajo por alcanzar una mariposa que ha penetrado a la estancia de estudio. Los jóvenes coalicionistas sintieron por él ese odio profundo que se experimenta por los apóstatas, algo semejante al encono con que miran los sacerdotes católicos al pope Julio, desde que repudió la religión católica y se dedicó a la propaganda de la Religión de la Humanidad. La juventud de los partidos aliancistas se estremeció de júbilo. El hombre era preparado, conocía los dos campos políticos y en la lucha arremetía con decisión. El proletariado lo apoyó, prometía reformas que si bien no eran muy grandes, significaban cierta mejoría en las condiciones de vida del pueblo. Esa cloaca de opinión pública, que se llama “Diario Ilustrado”, se vació sobre él; esto, naturalmente lo prestigió entre la poca gente de bien que aun no lo conocía. El gobierno del compañero Sanfuente intervino en una forma muy propia del actual régimen. Con un ministerio compuesto de tres hombres y capitaneado por el Cirujano-dentista Dr. Puga Borne (hace planchas a domicilio), negó los resultados de la elección del 25 de Junio, después de haber agotado todos los procedimientos de intervención electoral. Alessandri vió enrarecerse las filas de sus partidarios y sintió el vértigo de la caída definitiva. Pero el pueblo lo sostuvo: una delegación obrera lo saludó; al día siguiente se realizó uno de los desfiles más imponentes que haya presenciado la capital, no menos de ochenta mil hombres desfilaron por la Alameda victoreando al “candidato del pueblo”. Este se sintió fuerte y emplazó públicamente al Gobierno para que le reconociera el triunfo en un plazo de 48 horas. Al día siguiente, se publicaron los datos oficiales de la Moneda en una forma incompleta, pero dando más provabilidades de triunfo a Alessandri que a Barros Borgoño. Alessandri trepó el primer escalón de la Moneda gracias a la agitación popular. El proletariado había obtenido una ganancia y una pérdida. Había impuesto un candidato por la manifestación de su fuerza, pero entre sus filas había arraigado hondamente el “alessandrismo'”. Y si bien es cierto qué la conciencia de un poder facilitará mucho al proletariado chileno el triunfo en sus futuras campañas, también es cierto que el endiosamiento entre el pueblo de un hombre que va al poder, apoyado no solamente por el proletariado sino por un grueso núcleo burgués, hará muy difícil la crítica del gobierno de este presidente entre los obreros, y si aquel hace reformas que no beneficien esencialmente a estos, el error cometido se evidenciará después de realizado y será necesario un gran esfuerzo para reponerlo. Los dirigentes de la coalición temían que al tratar ellos de arrebatar a Alessandrí la presidencia en el Congreso Pleno, el pueblo se impusiera violentamente, apoyado por parte del ejército, pues se susurró que en algunos regimientos la oficialidad había celebrado con cuecas el triunfo de Alessandri y que los centinelas de la noche del 25 de junio respondían a la consigna “¿Quién vive?”,-“Arturo Alessandri” en lugar de “cabo de guardia”.

(Concluirá)