FILOSOFIA DE CANARIOS

Frente a la puerta de mi cuarto hay una jaula con canarios. Son numerosos. El elevado tono de su greguería interrumpió mi lectura. Los observo. Disputan por una hoja de lechuga. El más fuerte la defiendo a picotazos de la voracidad de los demás. Se forma un grupo compacto: vuelan algunas plumas amarillas y luego el autoritario huye con la hoja. En un rincón de la jaula empieza a devorarla. Los vencidos alisan sus plumas y ensayan un canto de indiferencia. Sin embargo, poco a poco se han ido acercando y con disimulo—sin despojarse de la imponente prestancia con que cubren su golpeada de canarios—recogen las partículas que, en su afanoso picotear, el abusador lanza en todas direcciones. Pronto satisface su apetito. De buenas ganas volaría de un lado a otro de la jaula; pero no puede. Aquel pedazo de lechuga lo ha esclavizado; si se mueve los hambrientos caerán sobre él. Trata de cantar, pero las notas se ahogan en su garganta. Cierra los ojos y ante el menor ruido los abre sobresaltado. Y por los redondos ojos negros—como cabezas de alfileres—de los hambrientos, pasa también la sombra quemante: envidian la falsa felicidad del ahíto. ¡Incomprensión y estulticia de canarios! Pasada la nube de la disputa seguirán viviendo felices en el reducido espacio de su jaula. Nacieron prisioneros y a fuerza de recibir de la falsa mano cariñosa el alimento amargo se atrofió en ellos el ansia del vuelo. Por eso pienso que, si algún audaz encaramado en un palo de la jaula les dijera: “¡Sois unos cretinos! Si en vez de pelear por una hoja de lechuga os unís para abrir esta puerta, podréis hartaros en los sembrados de los hombres”, acallarían la voz del orador con la estridencia de sus gritos. Y disipado un poco el bullicio las reflexiones sesudas se dejarían oír:

—¡Es una locura!—exclamarían los más viejos.—Si dejamos la jaula nos moriremos de hambre. Hacia donde dirijamos nuestra vista solo veremos la estéril superficie de los tejados. ¿Dónde está la verdura? ¡Es un perfidia! Y desde su rincón la aflautada voz del usurpador se haría oír: —¡Es un mal canario! Nos incita a que salgamos de la jaula, para quedar solo y poder así comerse mi pedazo de lechuga. ¡Ceguera de canarios!

Luis Sepúlveda Alfaro