NOTAS SOBRE LA JUVENTUD LITERARIA DE CHILE

III.—ADICIONES A LOS ARTICULOS PRIMEROS Y SEGUNDO

Por diversas circunstancias no incluimos en nuestros primeros artículos a Juan Egaña, O. Segura Castro y Renato Monestier entre los nuevos del período 1916-19 y a Marcial Pérez Cordero entre los muertos. Hoy reparamos este error en parte involuntario. Marcial Pérez Cordero.—A las ocho de la mañana del 29 de Septiembre de 1915, en los momentos en que, terminadas las vacaciones patrias, volvía a mis clases del Instituto Nacional, asistí espectáculo que, hiriendo mi sensibilidad infantil, no he podida olvidar: tendido en la acera norte de la calle San Carlos, en la cuadra comprendida entre San Francisco y Serrano, se encontraba el cadáver de un joven que había dado fin a sus días por sus propias manos. Sus facciones eran correctas y delicadas; su traje bien cuidado; llevaba un sombrero de paja que la caída postrera de su cuerpo rompió…. En un grupo cercano—caras azoradas, gestos espasmódicos, lágrimas no enjutas—una señorita alentaba ansiosamente en su agonía en los brazos de una mujer de edad. El joven muerto era el poeta Marcial Pérez Cordero. Marcial Pérez Cordero al morir no tenía sino diecisiete años, aun cuando en su alma parecía pesar siniestramente un fardo angustioso de centurias de amargura sin remedio. La honradez de su sentir herido por la vida le llevó a buscar en la muerte un descanso que aquélla le negó. Unos meses más tarde, el mismo año 1915, sus amigos recopilaron en un libro que se titula “De vida, de amor y de muerte”, los poemas que en su existencia brevísima escribió aquel buen muchacho. ¿Que se le puede pedir a un joven de quince, de dieciséis, de diecisiete años? La poesía de esa alba de la conciencia vital es apenas un esbozo esfumado de lo que ella podrá ser más tarde, pero contiene virtualmente los rasgos típicos y distintivos de la personalidad que la concibiera. Marcial Pérez murió—arrastrado por el torcedor irresistible de esa pasión arrebatadora que había ya amargado sus días—antes de poder libertar la espléndida mariposa de sus ensueños poéticos, de la intimidad de su alma. Su promesa era como ninguna feliz, llena de altos augurios, y de las mejores anticipaciones, pero antes fué la muerte que la reclamó para su lecho de sombras y de lágrimas. Juan Egaña.—Ha prometido durante un buen número de años un libros de los poemas que ha escrito a lo largo de su azarosa y decadente existencia. Tiene Egaña un gran temperamento en bruto, sin cultivo alguno, apenas revelado o sólo entrevisto por sus estrofas. Ha escrito siempre sin cuidarse de la forma, de la armonía total que el arte demanda, ni menos del curso general de su obra, caprichosa e irregular como su vida misma, orgiástica y bohemia. La voluntad en sus versos falta tal como en su existencia que ha ido de un extremo a otro, de tumbo en tumbo, rehaciéndose a cada instante sin alcanzar la fase máxima de ninguno de sus aspectos ni la perfección del propósito en la labor emprendida. O. Segura Castro.—Es el seudónimo de Juan Agustín Araya, uno de los autores—el otro fué Julio Molina Núñez—de “Selva Lírica”, antología general de los poetas chilenos modernos elaborada con un criterio apasionado y ligero que entraba la visión de conjunto y dificultó el trabajo selectivo. Sin embargo, esa “selva” tan enmarañada y caótica es un precioso documento para estimar cómo la generación que estudiamos, y algunos otros elementos adscritos a ella, apreciaba en aquellos años de la vida literaria chilena la obra de sus predecesores.—Los versos de Segura Castro no han sido coleccionados en volumen y corren dispersos en revistas, lo mismo que algunos artículos críticos y literarios que ha escrito bajo la imposición de la actualidad. El verso de Segura Castro es un eco robustísimo de la armonía acerada que en Francia ensayó Baudelaire, de quien conserva la numerosidad algo monótona y el empuje elocuente que a nuestra poesía falta tanto. Hace ya mucho que Segura Castro no publica nada; no sabemos si aun escribe. Renato Monestier.—Se inicio en la Literatura con un libro de versos, “Anunciación”—Talca, 1919—, que hoy debe causar su vergüenza más sincera. Monestier tiene un fondo entero de poeta; pero le ha impedido por mucho tiempo llegar a traducirlo en forma adecuada la carencia de instrucción que podemos llamar académica: él ha aprendido lo que sabe de la vida misma, que no siempre es la mejor maestra y que le ha maltratado muchas veces. Con su propio nombre y a veces con su seudónimo “Pablo Gerardo” publicó en Claridad prosas dignas de aplauso. Hace años que no publica versos; se nos ha dicho que tiene algunos inéditos.

Raúl SILVA CASTRO

Memento: Marcial Pérez Cordero publicó sus versos en algunas revistas que dieron a la publicidad los alumnos del Instituto Nacional en los años 1914 y 15. En el prólogo del volumen “De vida, de amor y de muerte” (1915) Julio Munizaga Ossandón intenta resumir la vida del joven poeta y analizar su obra.—Juan Egaña fundó en 1917, en compañía de O. Segura Castro, Roberto Meza Fuentes, Fernando García Oldini y González Vera, la revista Selva Lírica en la que aparecen muchos poemas y algunos artículos suyos. En el N.o 3 de Claridad—1920—Segura Castro le presentó en la sección “Los Nuevos”. Dirigió en Santiago y Valparaíso (1918 a 20) el periódico Numen, que tuvo una gran importancia literaria y social para nuestro medio.—Renato Monestier colaboró en La Pluma (1918) y en la revista que con el mismo nombre y pretensamente como una continuación de aquélla, se publicó en 1923. En Claridad está lo más estimable de su labor en prosa. Escribió también en La Epoca (1921).

R. S. C.