LA VOTACIÓN DEL DIRECTORIO GENERAL DEMÓCRATA

Grandemente interesado por conocer el resultado que tendría la votación que se produciría en el Directorio General del Partido Demócrata después del importante debate promovido como consecuencia del discurso pronunciado en el Senado por el señor Bañados, concurrí el Domingo pasado al local en que debía sesionar esa colectividad política. Lo primero que llamaba la atención en el recinto de la reunión era la, extremada nerviosidad y la espectación que se notaba entre ambos bandos en lucha. Era una cosa ostensible, sobre todo, entre los partidarios del «orden» social. Se comentaba en los diversos círculos, en las más variadas formas, el hecho de que en esos momentos aún estuvieran a la mesa, desde la hora del almuerzo, en casa del ministro señor Torrealba, e invitados por éste, los otros dos senadores del partido junto con ocho diputados. Ambos bandos suponían que de aquella reunión saldría un voto que neutralizara los efectos de las dos proposiciones que se hallaban sobre tabla para la votación. Los partidarios del «orden» decían que de allí saldría la moción que evitaría la división del partido, y los «maximalistas» argüían que de allí saldría la moción anodina, que nada dijera. A esta altura de los comentarios, el señor Araya Escón propone dar comienzo a la sesión. Se comienza a proponer persona para que presida, en ausencia del titular. Se consigue, al fin, que el señor Correa Ramírez presida, y empieza la sesión. Pide la palabra el señor Guerra y pretende que se le admita una encomienda a su indicación primitiva. Los del «orden» arguyen que la sesión es solamente para votar y no se deben admitir nuevas indicaciones ni discusiones. Sin embargo, a continuación se le concede da palabra al diputado O´Ryan, quien pronuncia un ligero discurso, en el que, al principio, se manifestó aceptando los movimientos de rebelión y dándoles toda su simpatía, para terminar manifestando su respeto por los hombres que mantienen la tradición del partido. En todas las votaciones estuvo con los partidarios del orden. En esos momentos entran los diputados que venían del almuerzo, acompañados del doctor Fajardo, que pasó a presidir, y del senador Bañados. La barra prorrumpe en aplausos para Pradenas, el jefe de la fracción maximalista. Desde este momento aquello fue un campo de Agramante. Se pasa a la mesa, por el diputado Paredes, una moción en la que se entrega a la Convención el pronunciamiento del asunto en debate y se pasa a la orden del día. Era la temida proposición anodina que decían los «maximalista»; la que evitaba la división del partido, según los del «orden». El grupo «maximalista» protesta de esa intromisión, alegando que la sesión es sólo para votar y no para presentar nuevas mociones. Se forma entre los directores generales gran batahola, acusándose ambos bandos de hacer chacota del debate e insultándose mutuamente. El diputado Chanks, con la cara abotagada y roja, dirige insultos de todos calibres al grupo «maximalista». El señor Araya Escón culpa de este desorden a la barra, que dice está compuesta de radicales, y declara que hay acuerdo para que esta sesión sea secreta, y en consecuencia, pide a los que no son directores generales que abandonen la sala. Nadie se mueve. Entonces el sanador Bañados, en persona, recorre todo el local, de banco en banco, preguntando a cada asistente: ¿usted es director general? A todo el que decía qua no, le agregaba: tenga la bondad de salir para qua sesione el Directorio. Notada esta maniobra por el diputado Pradenas, cuando ya había salido mucha gente, se puso de pie y gritó: ¡nadie más salga, porque no existe acuerdo para qua la sesión sea secreta! A pesar de esto, el señor Bañados continuó echando a la concurrencia El que esto escribe fué notificado, como los demás, por el señor Bañados, para que saliera. Pero al hacerle presente que no existía acuerdo para despejar la barra, no insistió. Me quedé, pues, hasta el último. La sesión continúa. Los del «orden» insisten en que se debe dar preferencia para la votación a la indicación Paredes, confeccionada de sobremesa. Los «maximalistas» protestan; por fin se restablece el orden y se empieza a tomar la votación, comenzando con la moción Guerra, que declara que el discurso del senador Bañados es sólo su opinión personal y manifiesta sus simpatías a la revolución rusa. Es rechazada por ligera mayoría. Se propone por los del «orden» votar en seguida la moción Paredes. Nuevos y ruidosos disturbios. Para hacerla pasar se recurre a toda clase de medios. Se temía por los del «orden» votar la moción Araya Escón, que contenía un franco aplauso para el senador Bañados, por temor de que fuera rechazada. El propio Araya Escón retira su indicación para evitar que fuera votada. Fué hecha propia por el director Estay, «maximalista». Ante esta situación la hace suya el diputado Chancks. Durante la votación muchos fundan su voto. El diputado Chancks, al fundar su voto, dijo que la apoyaba porque no quería ninguna armonía con los agitadores socialistas, qua eran los verdaderos asesinos, explotadores y ladrones del pueblo. Pradenas protesta enérgicamente y se produce un violento cambio de palabras entre ambos. Pradenas llama a Chancks «lacayo de la burguesía». Chancks entonces señala personalmente a Pradenas como esplotador y ladrón del pueblo. Pradenas le dice que al salir del salón va a tener qua responderle de esas injurias. La sesión continua. Se vota la indicación Araya Escón, qua contiene un franco aplauso para el senador Bañados y es rechazada por la misma mayoría qua lo fué la de censura. Las fuerzas quedan parangonadas. La nerviosidad de los del «orden» aumenta. ¿Cómo soldar aquella trizadura qua allí se había producido? Se trata a toda costa que se vote la moción Paredes. El propio senador censurado, lápiz en mano, ante la mesa directiva, procura darle nuevos jiros a la moción Paredes para que encuentre aceptación. Por fin, los «maximalistas» acceden a qua se vote esa moción, pero con su redacción primitiva. La moción se vota y los «maximalistas», en gran parte, se abstienen. Fué aprobada por gran mayoría. Los del «orden» respiran. La unión del partido ha sido consolidada aparentemente. La sesión se levanta en medio de la mayor animación y nerviosidad. Al salir el grupo de directores generales, el público, que esperaba al lado afuera, prorrumpe en manifestaciones. Inmediatamente ocurre un hecho casi previsto. Al lado afuera Pradenas cumpliendo su promesa, llama a Chancks a explicar sus injurias, y rápido, le dirige dos rectos a la boca. El director general de apellido Millán, que se halla detrás de Pradenas enarbola su bastón y dirige por detrás, sobre la cabeza de aquel, un feroz garrotazo. Pradenas, en la lucha, se había retirado, y el palo cae sobre la espalda de otro partidario del «orden». Intervienen varios amigos y el asunto termina en paz. El Partido Demócrata continúa unido... ¿Qué irá a pasar en las sesiones de la convención? Tendremos fiesta para rato.

JUVENCIO