CRONICA de PATRIOTEROPOLIS

Ocurre a menudo que los historiadores, puestos a explicar el porqué de acontecimientos transcendentales, se pierden en un laberinto de suposiciones, y no llegan nunca a establecer causas exactas... Esto se debe a que los historiadores se niegan sistemáticamente a aceptar que sucesos ínfimos produzcan formidables efectos. Debido a este error, los cronistas de Patrioterópolis no pudieron explicarse jamás que un Ministerio de librepensadores colocado frente al simple problema de la libertad de opinar se proclamara un día su campeón, y al día siguiente destituyera al profesor Fontana porque ejercitaba el derecho de opinar. Los periodistas de Patrioterópolis, que no eran muy agudos, se adelgazaban sumergidos en graves cavilaciones metafisícas, y ni siquiera llegaban a establecer un truco sofístico en la actitud ministerial, pues los ministros eran demasiado simples para ser sofistas. Por lo demás en Patrioterópolis los conceptos morales habían llegado a un punto de transparencia tal que el ministerio para explicar su actuación gritó cuatro veces: “viva la Patria”... Todo Patrioterópolis aplaudió; y durante dos semanas los diarios dedicaron ditirámbicos editoriales al fino talento político de los ministros. Entre tanto los periodistas seguían con la cabeza entre las manos tratando de explicarse lo inexplicable. Y las nefastas ideas de Justicia, de Amor y de Humanidad. sostenidas por el inmoral profesor Fontana, se estudiaban y se discutían por doquiera. El profesor Fontana, según el decir de un senador tonsurado, venía predicando sus perniciosas teorías desde treinta años atrás. Y en todo Patrioterópolis solo había reclutado treinta prosélitos. Exactamente uno por año. Tres días después de su destitución, 429.301 ciudadanos libres se solidarizaban con el profesor; y 647.284, vacilaban entre los “viva la Patria” de los ministros y las argumentaciones de Fontana. En la república vecina se aprovecharon de la ocasión para iniciar una gran propaganda de descrédito contra Patrioterópolis, asegurando maliciosamente que este país se hallaba bajo la tiranía del amor, y que el gobierno propagaba sus ideas a palos y a patadas... Un periódico mal intencionado llegó a acoger y esparcir la calumnia de que el propio presidente catequizaba incrédulos a bofetada limpia... Se habló de la posibilidad de una guerra... Y todas estas calamidades tenían su origen en la actitud ministerial, cuyo fondo no lograban descifrar ni psicólogos ni patólogos. Pero he aquí que pasados los años, hoy hojeando la correspondencia de una cortesana, célebre por su devoción a las ánimas benditas y por los diezmos y novenas con que trataba de obtener la remisión anticipada de sus noches voluptuosas encontré una carta del santo superior de una santa congregación, donde entre inefables divagaciones al margen del sexto mandamiento narra los incidentes de una entrevista habida entre los jefes del partido católico y el Ministro del Interior, la mañana misma en que fue destituido el profesor Fontana. Traduzco el pasaje pertinente, seguro de hacer un gran favor a los posibles historiadores de Patrioterópolis. “El jefe católico” dijo: «Señor Ministro; debo comunicaros que el perito nombrado para informar sobre las falsificaciones verificadas en las elecciones de la Provincia de los Abonos ha encontrado doscientas cuarentas y tres firmas falsas. Estas doscientas cuarenta y tres firmas correspondían a otros tantos votos escrutados a nuestro favor. En consecuencia vamos a anular la elección. Ahora... que si vos queréis... Con solo destituir a ese deshonesto profesor Fontana que arrastra a la juventud por los comienzos perniciosos de la Justicia y la Verdad... El Ministro, indignado de la vergonzosa insinuación se puso en pie y fríamente contestó: Vuestras proposiciones son rastreras. ¿Os imagináis que por un sillón senatorial voy a pisotear principios sagrados? Es el interés del país lo que en mí, prima sobre todo. Fontana ha ofendido nuestra bandera... Será destituida... ¡Viva la Patria! Todos los presentes, enternecidos hasta las lágrimas abrazaron al Ministro»... He aquí explicado un hecho histórico que nunca pudieron aclarar ni los psicólogos ni los patólogos de patrioterópolis.

CLAUDIO ROLLAND