SOBRE INSTRUCCION SECUNDARIA

Sin lugar a dudas, el que ni guarda un feliz recuerdo de las blandas horas vividas en un internado o el tener la osadía de criticar la acción orientadora de los que fueran nuestros maestros, constituyen signos de una avanzada depravación moral. Cuanta verdad encerraban las palabras de los hombres de experiencia, cuando me decían sentenciosamente: 'Sólo a través de la distancia vemos nítidamente la bondad de las cosas.' Porque, he de confesar francamente que en aquel entonces no me sentía muy seguro ni de la felicidad claustral ni del hondo espíritu educativo de mis maestros. El tiempo se ha encargado de demostrarme que dos experimentados tenían razón. Comprendo y admiro a todos aquellos que, al evocar los días de encierro lanzan un gran suspiro nostálgico y a los que llevan perenne en sus labios el homenaje respetuoso y agradecido a la honda acción orientadora de los maestros. Cualquiera que examine rápidamente la mentalidad de los egresados de un sexto año de humanidades se convencerá de la veracidad de mis palabras. En efecto, todos o casi todos, traen consigo un robusto embrión político, que crecerá lozano en el terreno propicio de las asambleas y los centros. Y bien sabemos que la política es la fuerza motriz de los pueblos. No faltará un mal intencionado que pretenda arrebatar a los profesores la paternidad de este embrión diciendo que en la mayoría de los casos se genera espontáneamente en el espíritu de los muchachos. Absolutamente falso y faltaría a un deber de gratitud, si en defensa de mis profesores no probará lo contrario. De entre muchos voy a citar un caso. Recuerdo que en una clase de Intrucción Cívica, el profesor nos lanzó esta frase monumental: 'La deserción cívica debe ser penada por la ley.' Estas palabras profundas gustaron mucho y fueron repetidas en todos las tonos por los muchachos y aún hoy son usadas por ellos, como argumento concluyente, en contra de esos ciudadanos descarriados, enemigos del orden y de la evolución lenta. Establecida ya esta verdad, con gran tiento, nos llevó al terreno de los partidos. Allí, con palabras donosas y consideraciones graves, fué destruyéndolos uno a uno, hasta dejar enhiesto y magnifico al gran partido radical. La mayoría, de los muchachos a la salida de clase, eran radicales furibundos. ¡La misión del maestro estaba cumplida! Otros, ponían como base de su elevada propaganda cualquier futileza relacionada con sus asignaturas. Y partiendo de allí llegaban a las mismas conclusiones de bien público. Recuerdo que en la clase de Historia, todo asunto religioso con que tropezábamos daba tema para un caluroso panegírico del radicalismo. Tenemos que de todo esto se desprende un grande y efectivo beneficio para el país los educandos con una sólida y elevada orientación política. Las aulas transformadas—para bien de nuestra parte—en barbechos de partidos. Posiblemente la exagerada cercanía hace borrosos a algunos muchachos el buen propósito de la siembra. Así, leí en una revista estudiantil un 'Ruego al maestro', cuya finalidad era pedirles fervorosamente la proteicidad. ¡No compañero miope, proteicidad, no! ¡Pedidles que os presenten a un Partido político o a un centro de propaganda! Por eso ¡que puerilmente insulsas! son estas palabras de la Gabriela Mistral: '¡Señor! Tú que enseñaste perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que tú llevaste por la Tierra.' Bueno para ella está este ruego, para ella que sólo sabe hacer versos; pero para aquellos que enseñan ciencia y forman ciudadanos está demás.

Luis SEPULVEDA ALFARO