ACCIÓN REVOLUCIONARIA AFIRMANDO EL ANTIMILITARISMO

El patriotismo es un sentimiento artificial e irracionable, manantial funesto de la mayor parte de los males que aquejan a la humanidad. La patria, o sea esto que llaman nación, es una suma de intereses diversos, contradictorios, representados por clases diversas que luchan entre sí en el seno de una misma nación. Matar por defender el interés de una de estas clases, bien puede resultar matar en contra del interés de otra. El militar de profesión defiende su paga o busca un ascenso, el simple soldado cree que sirve a la patria, al común interés. El interés del militar de profesión es real, tangible, bien definido, pero el interés del soldado ya es otro cantar. Cuando la clase proletaria mata en nombre de la patria, mata por defender un terreno de que no es propietario, unas propiedades que no posee, unos bienes y riquezas que no son suyos y una independencia que no tiene en el taller, en el surco, en la mina, en la fábrica ni en el buque donde le explotan. Por lo dicho puede comprenderse que el ejército ha sido creado para defender estos terrenos, estas propiedades y este privilegio que disfrutan los propietarios de explotar a la clase obrera. Los patriotas… por interés, suelen decir: “si los obreros no contribuyeran a defender estos terrenos, estas propiedades cuando el extranjero quisiera apoderarse de ellos, sucedería que pasarían a manos del extranjero y se convertirían en sus esclavos”…

Con el espantajo de esta libertad en peligro, no dicen, sin embargo, que el extranjero que se apoderase, de estos terrenos, de estas fábricas, de estas industrias, también tendría necesidad de obreros que trabajaran en ellas, ya que con sus propias manos no las harían producir, y que en este cambio los trabajadores no harían más que cambiar de explotador.

El argumento de los patriotas oculta este raciocinio: “yo soy amo de estos bienes y dispongo de los obreros que me los producen; no quiero, pues, que pasen a otras manos, sean extranjeras o sean nacionales, y como en mi nación pueden únicamente tener un interés en arrebatármelos los únicos que no lo poseen, es decir, los obreros, les meteré bien adentro del cerebro la idea de que cuando se hacen matar por la patria defienden su libertad y su interés, y de este modo continuaré conservando mis privilegios”.

El militarismo, por consiguiente, está montado para defender as propiedades de los que poseen, contra los ataques de los que no poseen, en una palabra, la propiedad privada es la causa del militarismo y como lógica consecuencia el fundamento del patriotismo.

Pero como este juego es muy burdo y a la corta o a la larga el más tonto acabaría por adivinarlo, la burguesía ha levantado el espíritu de la obediencia para que el obrero no se rebele y ha reforzado este espíritu de obediencia con el miedo a las penas del código militar. De este modo ha creado dos ejércitos: uno para producir, otro para defender esta producción monopolizada.

Todo el secreto de la fuerza del militarismo está en este miedo al código militar. Los hombres prefieren matar a que les fusilen por desacato a la disciplina. Y de este modo el militarismo convierte a los hombres en brutos, los adiestra para carniceros y los premia en los campos de batalla, dejando que sus cadáveres insepultos infesten el aire que respiran los vivos. Se comprende que baya buitres y otros animales carniceros, ya que en su profesión hallan el propio sustento y el de los suyos; pero lo que no podríamos comprender, si no nos explicara la ignorancia de las multitudes y su hábito de obediencia, es que haya obreros que vayan al cuartel y allí aprendan a ser matarifes, sin tener en ello ningún interés personal, antes al contrario, en contra de sí mismos, de su propio interés y de sus personas. ¡Oh, espíritu de obediencia! Obedeciendo se nos explota en los talleres, obedeciendo defendemos la propiedad privada y nos hacemos matar por ella en los campos de batalla o en las calles de la ciudad cuando los proletarios reclaman una cosa que la burguesía no quiere dar. Contra este espíritu de obediencia tenemos que reaccionar si no queremos que los hombres se destrozen mutuamente. Odiosa es la guerra de nación a nación, pero mucho más odioso es el plomo que los obreros uniformados, a las órdenes del Estado, reparten a los trabajadores declarados en huelga o en franca rebeldía. El orden público, este alcahuete que sirve para cubrir todas las infamias, es el pretexto de que se valen los gobernantes para reprimir la rebelión, pero lo real es el mantenimiento de los privilegios de una minoría. Los soldados defienden estos privilegios en contra de sus mismos padres y hermanos. No hay peligro de que los patronos, los propietarios, los capitalistas, salgan a la calle en tiempo de huelga o de revolución, revólver en mano, a defender sus bienes amenazados. Astutos y cobardes, piensan que para esto hay los trabajadores militarizados, que por medio de una disciplina cuartelera se hallan dispuestos para asesinar a sus mismos compañeros de dolor y de infortunio. Hora es ya de que cese tanto crimen y de que el trabajador desobedezca a los que quieren transformarlo en un esclavo obediente, como un buey, al va y ven de un trapo nacional cualquiera. No queremos amos ni mandones, llámese como se llamen, y vístanse como se vistan, por más nuevos ropajes de colorines rojos, como sucede con los nuevos dictadores del pueblo ruso, fundadores del ejército rojo. Aún no han pasado muchos días de la epopeya guerrera que asoló los campos de la vieja Europa y que asentó en la Historia la mancha más sangrienta y horrible guerra por causa de la obediencia y acatamiento al patriotismo y al militarismo—y los mismos gobernantes actores de la tragedia, se reúnen en conferencias internacionales para el mantenimiento de la “paz” y la disminución de los armamentos y efectivos militares, según afirman ellos por intermedio de la prensa prostituída de la burguesía. “Pero esto es mentira. Los armamentos pueden ser disminuidos y destruidos no ya por la voluntad de los gobiernos, sino contra esa voluntad. Los armamentos disminuirán y desaparecerán cuando los hombres cesen de tener confianza en los gobiernos, y busquen ellos mismos la cesación de los males que les oprimen; cuando busquen su salvación no ya en las combinaciones complicadas y refinadas de los diplomáticos, sino en el sencillo cumplimiento de la ley obligatoria para todo hombre, ley inscrita en el corazón de todos: no hagas a los demás lo que no quieras para ti; y con mayor razón en el precepto que prohíbe matar al prójimo”. Solo disminuirán y desaparecerán los ejércitos cuando la opinión pública cubra de oprobio a los hombres que por miedo o codicia, venden su libertad y se alistan en esas partidas de bandoleros llamados ejércitos, cuando los hombres —ahora desconocidos y condenados— que a pesar de todos los padecimientos y de toda la opresión, rehusan entregar su libertad en manos de los demás hombres, y convertirse en instrumentos de muerte, sean proclamados heraldos y bienhechores de la humanidad. Sólo entonces empezarán a disminuir los ejércitos, y luego quedarán destruidos, y empezará una era nueva en la vida de la humanidad. Y ese tiempo no está distante.” (1) He aquí el verdadero pensamiento del maestro, que nosotros hacemos nuestro y lo lanzamos a los cuatro vientos, pensamiento que significa la acción revolucionaria del antimilitarismo: Negarse a ser soldado; desobedecer la ley que obliga a ser instrumento dócil del capitalismos y del Estado.

(1)—Palabras de León Tolstoy.

“BANDERA NEGRA”.