INTERESES CREADOS

“El Mercurio” de Valparaíso, diario serio y de hondo raigambre comercial, ha emprendido una campaña interesantísima. Se trata, nada menos, que de llamar la atención de los parlamentarios y de los vecinos que tienen ligados sus intereses a ese puerto, para que se organice una defensa ante el peligro inmediato que significa la prosperidad creciente de San Antonio y el propósito bien definido de elevarlo a puerto mayor, “con lo cual, sin trabas, quedará habilitado para hacer la competencia al de Valparaíso, que por sus actuales condiciones está en patente inferioridad, puesto que en él, el comercio está afecto a mayores gastos y sujeto a molestias y riesgos”. En largos artículos, nutridos de paralelismo numérico y de consideraciones sesudas y desinteresadas, hace el llamada a la cordura de los parlamentarios y al espíritu defensivo de los capitalistas amagados. No es posible lesionar los cuantiosos intereses estranjeros y nacionales ligados a la vida activa del puerto. No es posible, tampoco, defraudar la confianza depositada en su vida y prosperidad y que se ha traducido en fuertes adquisiciones, dándose el caso de propiedades que se han vendido en los barrios centrales, a un valor superior de cinco mil pesos el metro cuadrado de terreno. ¡No es posible!… Lo natural es que, ahora como siempre, sean los ilotas oscuros y silenciosos los que, pagando el mayor precio que adquieren las mercaderías por las elevadas tarifas de los ferrocarriles, mantengan—ante la pasividad indiferente de una parte de esta buena jente, religiosa, cachazuda y patriótica—la magnificencia y el resplandor áureo del puerto, los rostros satisfechos y los vientres redondeados de sus felices habitantes.

Las obras portuarias de San Antonio fueron creadas con el objeto de dar una válvula de escape al inmenso tráfico comercial de Valparaíso. En los primeros tiempos, sólo el carbón y el cobre dieron una vida lánguida al puerto suplementario. Pero, poco a poco, merced a la cercanía de Santiago y al hecho de ser un punto de salida a los productos de una rica zona agrícola, ha llegado a constituirse en un serio rival del que le dio origen. Por ahora aún le debe servidumbre, pues, los papeleos aduaneros deben hacerse en Valparaíso lo cual trae como secuela, múltiples desembolsos e inconvenientes que imposibilitan su libre desarrollo. Lo que se desea es su absoluta libertad y es a esto a lo que se oponen los porteños. Para evitar esta expansividad latente es que el importante rotativo, ha que hago mención, ha lanzado la trémula voz de alarma, tratando de monumentaliza, una vez más, la simpática y antigua ley de embudo. Por lo demás, es esta otra manifestación del “espíritu de Chile”, de que hablaba González Vera. Es costumbre—y por consiguiente no logra distraer a estos buenos hombrecitos de su afanoso hurgar en el barro, en busca de pepitas de oro—la de que la opulencia y la hartanza de una rejión se generen dolorosamente en las calamidades y privaciones de otra. Es además fruto del parlamentarismo. Veamos. Escuchad las voces con cierto dejo interrogativo de los hacendados sureños, que ocupan asientos en las cámaras y que oponen tenazmente a la consecución del ferrocarril de Salta a Antofagasta, que solucionaría en forma amplísima el problemas alimenticio de esa región, amen de los beneficios que le reportaría a una de las zonas agrícolas mas productivas de Argentina; pero que en cambio los privaría del mercado suculento que les permite colocar sus productos a precios exorbitantes. Sobre la vacuidad bulliciosa de las cabezas representativas parece flotar aún, el espíritu malévolamente idiota de aquel Irarrázabal, que se oponía al ferrocarril de Santiago Valparaíso arguyendo: “Ese sistema de locomoción traerá la ruina de los propietarios de carretas”. Mui a menudo el espíritu cobra forma legislativa y sus palabras profundas y campanudas caen como un deslumbramiento en medio de la sala atónita. Y cuando, como en este caso, a la voz recóndita del espíritu se une la fuerza avasalladora de los intereses creados, se genera una corriente capaz de arrollar toda acción honradamente proteccionista, y de desvirtuar toda exteriorización de la menguada opinión pública.

Luis Sepúlveda Alfaro

9 de Julio de 1923.