EL SOCIALISMO ANARQUISTA

Al amparo de la idea anarquista se ha pretendido cerrar nuestros labios respecto de los mayores absurdos, pretextando la posibilidad de un fundamento de lógica. Decíase que la condición de anarquista implicaba la admisión, o poco ménos, de las extravagancias de los que querían singularizarse y de las majaderías de los que sentaban plaza de sabiondos metafísicos a la violeta. Cada individuo y cada grupo erigíanse en dogma viviente y se desbarraba el placer. El anarquismo es, indudablemente amplio campo para todas las hipótesis; pero arranca de bases fundamentales, de principios bien comprobados, con arreglo a los que son admisibles unas ideas, ……… inadmisibles otras. Como agrupación, hablando en términos generales es todavía mayor para el anarquismo la necesidad de exclusión o selección. No es posible realizar nada práctico ni constituir verdadera fuerza con opiniones contradictorias y tendencias antagónicas. Dentro de nuestro amplio criterio, las agrupaciones han de constituirse por comunidad de ideas y tendencias. Si hay elementos que, denominándose de un mismo modo difieren en la doctrina o en los procedimientos, harán bien en organizarse separadamente, porque cuando más juntos vivan, más daño harán a la propaganda, ya que serán más fáciles las disensiones. Limando las asperezas del personalismo y de los pequeños detalles, será siempre fácil llegar a la concordancia de elementos en el terreno de los principios generales. Establecida la concordancia de principios, no es menos fácil llegar a la comunidad de método, de conducta. Sobre todo cuando del anarquismo no se hace un pasatiempo de agradables divagaciones, cuando los anarquistas se entregan de lleno a la propaganda por la palabra y por la acción—por la conducta, sería preferible decir,— se hacen casi imposibles, por lo menos muy difíciles, les disenciones, las dañosas luchas por menudencia sin importancia. No significa esto tendencia a sumar elementos verdaderamente contrarios. Hay en el campo anarquista diferencias irreductibles. Amalgamar opiniones de hecho contrarias, es tan insano como establecer profundas algunas entre hombres que en el fondo piensan de un mismo modo. El socialismo anarquista comprende todos los matices de la idea revolucionaria que proclama la libertad completa dentro de la igualdad de condiciones. Pero ¿cómo meter dentro de su programa, si así puedo expresarme, la exageración individualista? Olvidados de la necesidad o fatalidad de la vida común, los anarquistas individualistas representan la mitad justa de la idea revolucionaria. Pudiera decirse que andan en un solo pie. Sería el neo-individualismo prácticamente hermoso, si prácticamente no viniera negado por la relatividad humana, si prácticamente no viniera negado por la relatividad humana, si prácticamente la realización de lo absoluto no fuera absurda. Pero es simple teología política, quimera idealmente espléndida hacia la que correrá siempre la humanidad, sin alcanzarla jamás. La vida en grupo supone necesariamente transaciones, arreglos, convenios. Y son demasiado limitadas las facultades individuales para que la vida pueda librarse fuera de la comunidad. El socialismo es por esto condición primera del anarquismo. Predicamos que cada uno debe estar en condiciones de hacer lo que quiera; pero sobradamente se entiende que lo que pretendemos es colocar a la humanidad en condiciones tales, que cada uno pueda hacer lo más posible lo que quiera. Porque, en absoluto, tal afirmación significaría la potencia y la acción ilimitada en el individuo en correlación lógica con la ausencia de las relaciones sociales, de transacciones, de arreglos, de convenios. La picara facultad de abstracción, a veces tan hermosa, tan imponente nos traiciona a menudo, convirtiendo a los más recalcitrantes positivistas y materialistas en teólogos el revés, soñadores metafísicos de quinta esencias del porvenir. Digo del comunismo a outrance algo semenjante a lo que del individualismo dejo dicho, con la diferencia de que aquel se deriva de una más fuertemente sentida necesidad de vivir. Veráse el neo-individualismo en sujetos de gran imaginación, que se preocupan poco o nada de la vida material y parecen alimentarse de ideologismo y enrevesadas. Veráse el comunismo a outrance en hombres o obsesionados por las crueles deficiencias de la vida material, que se preocupan escasamente de la satisfacción de las necesidades artísticas e intelectuales, mas propensos a traducir el problema social en una simple cuestión de pan, que en el desideratum de la vida general humana. El comunismo a outrance olvida precisamente aquello que constituye la exageración neo-individualista: olvida que si la existencia no es posible fuera de la comunidad, no lo es asimismo si se descarta la libertad personal. Para estos comunistas, confiénselo o nó, la colectividad o grupo es todo o caso nada. Si el comunismo, genéricamente hablando, o mejor aún el socialismo, es la base necesaria de la anarquía, no hay forma predeterminada de la comunidad que se pueda establecer como tal exclusivamente. Nuestra especie tiende demasiado a diferenciarse: son muy diversos los gustos, las inclinaciones, muy complejos los fines, no menos complejos los medios de acción, para que una regla invariable y constante de conveniencia social sea de cualquier modo establecida. El principio de la comunidad supone grados, distintas concepciones, más y menos y en el régimen libertario ha quedar a la voluntad de los hombres la aplicación del método. Repito que dentro de nuestras ideas acerca del desarrollo de las necesidades, de la sociedad, del hombre mismo, no caben formas definitivas de vida social. No aspiramos a un estado social inmejorable, por que creemos que nada permanece inmóvil, ni nada puede ser absolutamente bueno.

Libre el anárquismo socialista de ambas exageraciones, mira con tolerancia todas las hipótesis, y amigablemente las discute; pero no viene obligado a aceptarlas por el simple hecho de colgarles una etiqueta, casi siempre inadecuada. Convencidos del doble carácter de la vida, armamos francamente el principio de la cooperación libre, dentro del cual todos los métodos, todas las aplicaciones tendrán práctica sanción, a reserva de las eliminaciones que la experiencia imponga. Muchos no conciben como la sociedad podrá desenvolverse fuera de un sistema uniforme y constante. Si observaran, si penetraran el modo de funcionar de la sociedad actual, cambiarían de opinión. A pesar de la práctica individualista, casa país vive de diferente modo: cada comarca, cada ciudad, chica o grande, tienen modos peculiares de atender el trabajo, el comercio, etc. El individualismo está prácticamente limitado por prácticas más o menos comunistas. Las bibliotecas, los paseos públicos, los hospitales, las sociedades industriales, son ejemplos de que la organización social descansa en un principio único, pero no se desenvuelve según un sistema cerrado.

Después de un siglo de continuos esfuerzo por uniformar la vida colectiva, no hay pueblo que no pugne por recabar su personalidad, y las rebeliones contra la uniformidad de la existencia sucédense sin interrupción. El sueño de los Césares, como la ambición de los Papas ha corrido la misma suerte deparada a los que han querido encerrar a la humanidad en un inmenso cuartel. Sólo la libertad puede unir a los hombres cuando la comunidad de intereses los haga solidarios. Un principio general de justicia no supone necesidad de método uniforme. Las ideas tienen en los individuos diferentes modalidades; en cada lugar y en cada tiempo distintas aplicaciones. En vano intentaremos torcer la naturaleza. Aceptándola tal cual es, habremos de dejar libre campo a todas las iniciativas, a todas las prácticas, a todas las experiencias, única forma de obtener una resultante común favorable al individuo y a la colectividad. El hombre es …………por esencia; esto es, refractario a toda regla, a toda ley. Lo que voluntariamente hace sin repugnancia, se le resiste cuando se le impone. Preguntad a todo el que vive en la dependencia de otro y la contestación confirmará nuestro aserto. Dejar libre al hombre de gobernarse a sí mismo, se nos dirá, es condenarnos al suicidio. La imposición de obligaciones y de servicios es necesaria. Ciertamente que sí, cuando el hombre carece de interés en cumplirlas voluntariamente. En nuestros días, la fuerza es indispensable para que los hombres, mejor dicho, algunos hombres, trabajen, tiren pacientemente del carro como tira la bestia. No trabajan para sí, no sienten la necesidad de cumplir obligaciones que no conciben. El bruto tira del carro a fuerza de palos, primero; voluntariamente, por hábito adquirido, después. No otra cosa ocurre al trabajador. Pero si las condiciones sociales fueran iguales para todos, ¿no respondería a la necesidad de alimentarse, de vestirse, la necesidad de trabajar? ¿No habría un interés individual y común de proporcionarse las mayores comodidades y los mayores goces posibles? El acicate de la necesidad es tan poderoso que jamás, cualesquiera que hayan sido las condiciones de la existencia, se han entregado los pueblos a la holganza. Ved hoy mismo a muchos que no tienen por qué trabajar, ya que disponen de grandes riquezas, dedicados a todo género de deportes, trabajando a veces con ahinco en cosas fútiles, de ninguna utilidad. Los burgueses que se dedican a la industria y al comercio trabajan afanosos porque trabajan en provecho propio, porque sienten vivamente la necesidad de cumplir obligaciones de familia o el interés de enriquecerse. El jornalero, en cambio, acostúmbrase a su salario, y aún es bastante imbécil para no hacer lo menos posible. La mayor parte de los trabajadores, no obstante la falta de interés en la faena porque siempre le produce lo mismo, toma generalmente con empeño su labor, y aún hay quien se encariña con el trabajo y se esmera en ejecutarlo primorosamente. Y si esto ocurre cuando se les reduce la condición del bruto, que trabaja a cambio de un mal pienso, ¿qué ocurriría si todos y cada uno viéramos inmediatamente la ventaja personal y colectiva de producir lo más posible en el menor tiempo dable y con la mayor perfección de que fuéramos capaces? Realmente, en el fondo de todos los argumentos que se hacen contra la posibilidad del trabajo voluntario y de la asociación libre, no hay de verdadero más que esto: que se divide a la humanidad en dos clases de hombres, una compuesta de los ricos, cuya capacidad para regirse por sí mismo, para trabajar, para ilustrarse, para desenvolverse, en fin, por propia iniciativa, nadie pone en duda; otra de los pobres, cuya incapacidad para gobernar, para instruirse y satisfacer por sí sus propias necesidades, sin la coacción del rico y del político, y del cura, es asimismo evidente. Para los primeros. Religión, poder fuerza publica, magistraturas son cosas perfectamente inútiles; para los segundos, además de todas esas zaranjadas, es necesario un buen látigo en manos del bárbaro gañan que los arreo sin piedad.

Sin esta división inventada por la maldad y aplaudida por la ignorancia, toda la lógica de la necesidad del trabajo forzoso y del gobierno de los hombres se disiparía como humo, y la noción del trabajo voluntario y de la asociación libre sería tan universalmente aceptada como la que dos y dos son cuatro.

Ramel