MOMENTOS

LAS NUBES

En incansable peregrinaje los nubarrones negros caminan y caminan. Como viejos mendigos de espalda corva y pupilas secas, tactean en todas direcciones, más nunca saben hacia donde van. A los nubarrones y mendigos los empuja el viento… por eso son deformes, indeterminados; se alejan y se acercan, huyen y desaparecen. Nubarrón y mendigo van envueltos en un ropaje tosco y neblinoso. A ambos el cansancio les ha dado el jesto torvo.

LA LLUVIA

De países ignotos viene esta muchedumbres de seres fantasmales; silenciosamente van, apretujados los cuerpos unos contra otros y los brazos caídos de infinito cansancio. Llevan las frentes agrietadas, huella de dolor indecible, y pesada carga les curva la espalda; la muchedumbre misteriosa suda, y su sudor cae fecundo sobre la tierra. ¿Qué rumbo siguen? ¡Nadie lo sabe! Los guía un Ashaverus del Infinito que aprisiona con su vista senderos desconocidos. Mientras tanto, enlazan al mundo con su cansancio líquido.

LA TEMPESTAD

Vertiginosas corren las nubes por sobre la cordillera, cuyos cerros tendidos, de espalda jibosa simulan una manada de hienas dormidas. Amarillenta claridad, el horizonte, salpicado de copos negros, oblongos, cogidos de los extremos… se diría la espina dorsal de un largo esqueleto. Un golpe de huracán, un beso cálido y empieza el delirante baile de cuerpos sin cabeza. Cada cual baila por su cuenta. Buena música forma el huracán, sinfónico en el ramaje de los árboles, con golpes de tambor al pasar entre los cerros. Arriba continúa el baile fantasmal; con los brazos ya estendidos, ya alzados, dibujan garabatos con las piernas. Abajo los grandes pinos doblan sus cuerpos aterrados por el tropel de genios oscuros que pasan. Después se van apagando las voces en el ámbito y se aleja la masa desenfrenada de cuerpos sin cabeza, ebrios de la música que toca el huracán.

Marta GARCIA G.