EL IDEAL ANARQUISTA

RESUMEN GENERAL

Hemos hablado de socializar la riqueza y suprimir el gobierno con claridad suficiente para no dejar lugar a dudas. Mas por la fuerza del hábito, por la costumbre de considerar la organización política como un círculo de hierro del cual nadie puede salirse, las gentes confunden con sobrada frecuencia lo que es una transformación radical con un simple cambio de formas, a veces de nombres. Socializar la riqueza no significa para nosotros la apropiación por el Estado de los instrumentos de trabajo, minas, tierras y viviendas. Suprimir el gobierno no es una sencilla modificación de la máquina gubernamental. Entendemos ambas cosas de muy distinto modo que el socialismo doctrinario. Una revolución que no hiciera más que entregar la riqueza al Estado y dejara en pie un seudo-gobierno bajo el nombre de administración pública, tendría que empezar de nuevo la obra demoledora. Substituir a la multitud de propietarios personales por el propietario impersonal único, valdría tanto como ratificar las causas de la desigualdad social. Entregar a unos cuantos privilegiados el gobierno político. Tales cambios no darían a nadie la libertad, sino que remacharían fuertemente la cadena de la servidumbre: En el futuro movimiento popular, ya previsto por todo el mundo, encontraráse el individuo por tercera vez en plena independencia de acción, libre del látigo del capitalista y de la tiranía gubernamental; por primera vez hallaráse en el ejercicio libérrimo de sus iniciativas, capaz de abarcar sin trabas el inmenso horizonte de una vida nueva. ¿No sería propio de dementes entregar a unos cuantos el arreglo de los negocios generales, el gobierno de la producción y el consumo? ¿No lo sería reanudar la obra del privilegio, de la centralización, el agiotaje y del despotismo armado, contra la cual se habría hecho exclusivamente la revolución? Todo el éxito del socialismo autoritario no tiene otra explicación que los hábitos de obediencia de las masas. Enséñaseles la misma rutina gubernamental, organízase les militarmente, póneseles ante la vista un organismo glosado con los elementos mismos del actual organismo autoritario, y bajo la promesa de la futura igualdad. Io aceptan todo creyéndose próximos a la emancipación ansiada. Pero al propio tiempo la autoritaria organización del socialismo produce naturalmente los mismos resultados, los mismos males, las mismas luchas, las mismas anomalías que la organización autoritaria del capitalismo, y entonces el obrero adquiere su experiencia y compren de que se ha engañado con un simple cambio de nombres. Si su cerebro ha despertado a la vida de un mundo mejor, no retrocederá. Si los hábitos de obediencia son todavía bastante poderosos, entregaráse indiferente a la explotación del capitalista. juzgándose fatal e inevitablemente esclavo. Pero a experiencia va haciendose; las masas aprenden a pensar por si, a obrar por si, y a pasarse sin representantes privilegiados. Cuando la revolución anarquista, ahito ya de mesías políticos y sociales, de gobernantes y administradores desinteresados, de toda clase de delegaciones, de representantes y de intermediarios. Por esto pretendemos producir de momento el avance necesario del progreso social que dé al pueblo la libertad de sus iniciativas siempre vigorosas. Pretendemos, sí, dar un salto, salto formidable, que colocando a la humanidad en el comienzo de una nueva evolución, le permita desenvolverse armónicamente en lo sucesivo. Pretendemos que la sociedad recorra en un período revolucionario todo el camino que el privilegio económico, amparado por el poder político. le ha impedido andar al compás de sus otros progresos en la mecánica industrial, en las comunicaciones, en las conquistas científicas, en los goces artísticos. Porque si la humanidad se confía a los teorizantes de las clases directoras y espera llegar a la soñada meta por el lento evolucionar que le predican, la humanidad permanecerá eternamente distanciada del goce de aquello mismo que ella ha creado y crea a cada momento sin percatarse de que toda su labor redunda y seguirá redundando en beneficio exclusivo de una exigua minoría privilegiada. Todo propende al estado de equilibrio y cuando éste se ha quebrantado bajo la influencia continuada de causas que persisten a través del tiempo, ha de producirse necesariamente una brusca sacudida de las fuerzas latentes que de golpe restablezca la armonía indispensable al desenvolvimiento de la vida. Así, el equilibrio social sólo puede esperarse de un momento revolucionario en que los elementos sociales, rompiendo los moldes históricos y los convencionalismos de la tradición, aborden de una vez el pavoroso problema de emancipar a todos los hombres de cualquier forma subsistente de la esclavitud. Y esta revolución, este sacudimiento formidable esperanza de unos, terror de otros, ¿qué debe proponerse? He aquí lo que dicen los anarquistas: la próxima revolución debe, ante todo y sobre todo, apagar todas las hambres: hambre física, hambre intelectual, hambre moral. Dése a todos el pan, primeramente el pan, el combustible necesario para que la máquina funcione. Que si alguna vez falta sea porque todos hayan saciado el hambre heredada siglo tras siglo y de generación en generación. El derecho de la vida no es una meta física para engañar a los tontos. Por brutal que os parezca. trasnochados idealistas, teólogos rancios, filósofos a la violeta que podéis ocupar vuestro cerebro vacío en las disquisiciones de nubes vaporosas, de aromáticas flores y de caprichos de luz y de color para entretener vuestros ocíos; el pan, la satisfacción de las necesidades materiales, es indispensable, lo primero que hay que facilitar a todo el mundo. Esta lacónica palabra, pan, encierra todo el para vosotros terrible problema social. Si del pan dispusiera todo el mundo, ¡cuán fácil sería satisfacer cumplidamente esas que llamáis necesidades de un orden más elevado, más espiritual, según vuestros propios términos! Si el mundo de las desigualdades irritantes ha producido la miseria social, el mundo nuevo de la igualdad no reglamentada, producto del libre funcionamiento de los grupos en posesión de la riqueza toda, producirá necesariamente la robusta física y la hartura social, producirá el bienestar, la ansiada felicidad, jamás conseguida. Y que, para que esta transformación se verifique, es preciso que sobrevenga la revolución preconizada por socialistas y anarquistas, nadie lo pone en duda. La revolución es la expresión histórica de la evolución, y Reclus dice que la revolución sigue a la evolución como el acto sucede a la voluntad de obrar y que en el fondo son una misma cosa y sólo difieren en la época de su aparición. “De creer—añade Reclus—en el progreso normal de las ideas, y por otra parte, que han de producirse ciertas resistencias, queda probado por este hecho la necesidad de sacudidas exteriores que cambien la faz de las sociedades.” Que sea, pues, la evolución de nuestros adelantos una parábola siempre ascendente, o una línea en ziszás, que avanza en unas ocasiones para retroceder en otras, como se pretende por algunos, es de todos modos evidente que las señales exteriores más vivas de la evolución son las revoluciones, de idéntico modo que los volcanes son la exteriorización momentánea de corrientes ígneas que circulan por las entrañas de la tierra. Por otra parte, si en detalle es una línea en ziszás nuestro progreso, su expresión sintética, en conjunto, es un mejoramiento final, sentido filosófico que escapa a la perspicacia de ciertos sabios. La necesidad es la ley suprema en el mundo social, y el odio a lo nuevo, producto de los intereses creados, tiene que ser vencido violentamente, pues entre la necesidad sentida por unos y la resistencia de los otros, no cabe ciertamente ninguna otra solución. Si se considera, por otra parte, como delito aquello que contradice las opiniones de la mayoría y va contra el régimen establecido, habrá de reconocerse que toda la historia del humano linaje es un enorme y continuado delito, ya que se compone de la sucesión no interrumpida de rebeliones contra la tradición y las opiniones de los más. No es sólo en el orden político y religioso y económico; en el campo de la especulación y de la ciencia, la historia toda entera es, sin solución de continuidad, una serie de rebeldes esfuerzos, de protestas violentas, de sacudidas gigantescas que aquí o acullá han ganado para las sociedades un adelanto, un mejoramiento, un progreso, al paso que reducían a la razón a las ciegas mayorías y a las minorías torpemente egoístas Civilización y progreso no son cosas providenciales que se producen sin la intervención del hombre. No son algo metafísico y abstracto de que gozamos como llovido del cielo, los hombres son los autores necesarios del progreso, son los fautores de las reacciones y revoluciones que se suceden en el curso del tiempo fatalmente, por lógica necesidad de la lucha en que vivimos. ¡Y es curioso ver a los doctrinarios defensores del principio del combate por la existencia, condenar todo esfuerzo encaminado al mejoramiento de las condiciones de la vida general sólo porque proceden del campo revolucionario! Ellos justifican la explotación y el agio, amparan al poderoso y teorizan sobre la necesidad de un gobierno y de una religión porque, según el principio citado, el más fuerte ha de gozar exclusivamente de los privilegios sociales. Pero se trata del pueblo desposeído, se trata de la paz y la fraternidad, y entonces todas las excomuniones, todas las condenas caen sobre las cabezas de estos seres inferiores, de estos débiles organismos humanos que sostienen con su rudo trabajo durante una vida miserable, el peso entero de la comunidad social. No quieren comprender siquiera que si la lucha es condición de la existencia, la solidaridad es su meta; y a esta no se llega ciertamente eternizado la guerra y manteniendo por siempre la división de vencidos y vencedores. Reconocemos que la violencia es inmoral; condenámosla enérgicamente; aspiramos a un mundo de paz y armonía: pero, ¿qué hacer en tanto? ¿Como llegar a la deseada paz, si la violencia lo invade todo, toda nuestra educación es la glorificación continua de la violencia en todas sus formas? ¡Ah, la razón de la fuerza! Cuando consideramos el estado de degradación en que las naciones van cayendo; cuando contemplamos el espectáculo de todas las miserias y dolores de la humanidad; cuando vémos cómo los rufianes políticos y los nigrománticos de la religión remachan implacables la cadena de la esclavitud, sentimos en todo su grandioso poder la sugestión de la fuerza que arrollará sin piedad, en un próximo porvenir, instituciones, cosas y personas. Si un día la humanidad rompe la monotonía de su existencia actual y una inmensa hecatombe sucede a todas las ficciones y artificios tradicionales; si un día el pueblo esclavo y humillado, se insurrecciona imponente y riega con sangre el campo yermo en que ahora vegeta: si un día, en fin, los hombres se rebelan y recobran violentamente lo que violentamente se les arrebata, libertad y riqueza, entonces, sobre los montones de la ruina Universal, sobre la pira humeante del gran incendio, veráse flamear en el espacio el último girón de la bandera ensangrentada de la fuerza, el postrer guiñapo de la suprema razón, acatada, reverenciada y enaltecida por el éxito ininterrumpido de la Historia. Este último jirón, ondeando sobre ruinas y muerte, será el nuncio de un nuevo mundo, al surgir del seno de la total disolución Hasta entonces, por brutal que seas, por antihumana que perezcas, ¡oh, fuerza!, nosotros te saludamos como el único instrumento de redención, como supremo derecho de un mundo de diversos, como salvación única del humano linaje, todavía sumido en los abismos de la animalidad primitiva.

R. MEOLA.