MOMENTOS

El problema.—Donde ya se ausentan las últimas casas; donde la tierra verde se torna pasto y flores y la tierra parda se vuelve camino, más allá de los senderos de todos, frente a la ola del viento ebrio que tuerce y cimbra los matorrales húmedos. O al pie de los sombríos eucaliptus, albergue en que cuelgan a media noche los ahogados y los ladrones. Otras veces, andando por las lomas mojadas, cuando el sol extiende sus dedos de fuego, y una nube de espanto lo cubre y lo aniquila. O tendido, mirando en la alta noche los astros que centellean y palpitan clavados a la sombra innumerable. En todas partes, bajo el cielo de sol y de luna, sobre la cama de mantas o de tréboles, mi deseo en huida, siempre en huída; todavía mis ojos traidores huyendo, siempre huyendo; mi corazón sin fatiga, buscando, como un pájaro de presa, buscando siempre. Piedras en retorno.—He lanzado hacia la noche infinita tres piedras errantes, acusadas por mi ansiedad, durecidas y agudas por mi inquietud inextinguble. Las prepare en las tardes de temporal; el viento tambaleaba mi vivienda solitaria, los truenos retumbaban y caían las aguas del cielo inagotable. Las lancé con mi fiebre de saber tres enigmas, tres oscuros secretos, tres robos a la noche. Tarde, tendido en mi vivienda solitaria, frente a la ventana más alta, he visto caer tres piedras errantes, desde la noche infinita. Poema de la ausente.—A ti este arrullo, Pequeña, donde estés, donde vayas. Caliente río trémulo; la ternura moja mi voz, mi voz que te nombra. Por ti, más lejos que los arreboles lejanos, y las montañas lejanas, y las estrellas lejanas, por ti, más lejos miro, más lejos Un hueco aquí entre mis dos brazos, un sonido tembloroso que falta en mi voz, la mancha de tu cuerpo ausente del paisaje; eso eres, Pequeña, y sin embargo eres más. Flor de mi corazón, alma de agua que cruza mi tierra, flor mía. Llena de mis dolores y de mis silencios, niña de ojos absortos como toda mi infancia, quiero que te crucifiques en mis sueños y me sobrevivas en todas las cosas de la tierra. A media noche, brotas .....cha árbol en mi pecho, como de una piedra partida, com un árbol te elevas en el cielo profundo y te constelan las estrellas altísimas Me ocupas como el aire ocupa las salas vacías, como la presencia de la sombra ocupa las salas cerradas, como el perfume satura las corolas de esto. Acaso me aleje de ti, no te entristezca. Pasa recién, frente a la ventana, el vuelo de un pájaro errante y silencioso. La ausente, eres la ausente. Te llamo, y mi voz cae y se arrastra, pero la oyes. La oyes, Pequeña, al dormirte, como el ruido de un río distante. La noche, es la noche. Emerges floreada de luces azules y eres el astro que ama mi deseo. No estás. La ausente, la que cierra los párpados, al otro lado de la sombra. Te hablo, y mi voz te llama, Pequeña. No te vayas, no te vayas nunca.

Pablo NERUDA.

Temuco, 1923.