¿TAMBIEN EN MEXICO?

(Correspondencia especial)

Nuestros lectores estarán más o menos informados acerca de la aprehensión del camarada Enrique Flores Magón; pero, como la prensa burguesa siempre se ocupa de torcer los informes en tales casos, hacemos en seguida un resumen de los hechos ya que nuestro limitado espacio no permite una reseña detallada. Durante las cinco semanas que el camarada Flores Magón y su compañera, Teresa Magón, permanecieron en la capital, después de haber llegado al ser deportados de Estados Unidos, estuvieron en continua actividad, visitando centros obreros y fabriles, en donde se dedicaban a su incesante labor de propaganda libertaria. De diferentes partes del país empezaron a venir invitaciones para que Enrique y Teresa salieran en gira de propaganda. El día 25 de Mayo salieron para Puebla, a donde habían sido invitados por la Confederación Sindicalista del Estado de Puebla. Desde hace algún tiempo existe gran descontento entre los obreros y campesinos de esa región, debido a que los industriales y nacendados se proponen reinstaurar las mismas condiciones odiosas de peonaje y servilismo que existían en la época porfiriana, llegando ya su insolencia hasta al grado de demandar que los obreros se descubran ante sus despreciables capataces. Enrique y Teresa, quienes no gastan su tiempo en proponer reformas, sino en hacerles ver a los trabajador que lo que deben hacer es tomar posesión de la tierra y de las industrias que les pertenecen, habían desarrollado una intensa labor de propaganda en Puebla y sus alrededores, habiendo logrado despertar gran entusiasmo y simpatías entre aquel proletariado. Toda la burguesía estaba furiosa, pero no se atrevía a molestar a nuestros compañeros en Puebla, puesto que la masa obrera respondía por ellos. El día 12 de Junio continuaban su gira, saliendo de Puebla para Orizaba. Al llegar el tren a una estación remota, la soldadesca lo abordó y con todo lujo de fuerza procedieron a aprehender a Enrique y a Teresa. Sin duda los “guardianes” del orden llevaban dobles instrucciones, porque intentaron aplicar la “ley de fuga” a Enrique, siendo frustrados sus planes sólo cuando Teresa logró excitar a los pasajeros y a las personas presentes. Regresados a Puebla bajo una gruesa escolta, y tratados cual si fueran temibles criminales, se les llevó a pié por más de 30 cuadras, de la estación al cuartel militar. Al llegar a dicho lugar, Teresa fué puesta en libertad, pero como se rehusara a separarse de Enrique, se le fijaron varias bayonetas sobre su pecho para hacerla desistir, lo que no consiguieron hasta que Enrique le dijo que desempeñara su parte fuera de la prisión. Teresa desde luego se encargó de iniciar las grandes manifestaciones que sucedieron y que no cesaron hasta que Enrique ya estaba en libertad. A Enrique desde luego se le puso rigurosamente incomunicado, con dos guardias a su lado, quienes con pistola en mano fijas sobre su pecho, continuamente le decían que si venían los obreros a sacarlo sería muerto en el acto. El proletariado en Puebla estaba casi en abierto motín demandando la libertad de su compañero. Las huelgas se iniciaban por donde quiera; los mensajes de protesta le llegaban a Obregón de todas partes, la indignación montaba y se hacía general, el proletariado de todo el país estaba a la expectativa; la presión era enorme y Obregón tuvo que capitular, ordenado la libertad de Enrique el día 13. El júbilo fué desbordante entre el proletariado de Puebla y de todas partes, mientras el atentado estúpido de las autoridades sólo sirvió para fortalecer grandemente la causa representada por nuestros compañeros e intensificar el interés en sus labores de emancipación. Enrique y Teresa se encuentran ahora en Orizaba, en donde continúan sus trabajos con la misma devoción de siempre, sólo que con mayor aceptación y éxito, gracias al valioso contingente prestado por el empeño de las autoridades de querer obstruir lo que no hay fuerza existente que pueda detener: la aspiración humana por conseguir su emancipación. Aunque el caso de Enrique no llegó ni al punto en que se hiciera una acusación formal, el jefe militar que lo denuncio así como un buen número de burgueses y algunos “jefes obreros” que lo apoyaban, lo acusaban de “rebelión, injurias al Presidente y al Ejército, traición a la patria”, etc.,etc. La acusación estaba basada en que Enrique había cometido tales violación al haber hablado él, Teresa y otros compañeros en un mitin de campesinos celebrado en San Martín Texmelucan, al que habían reinado el más completo orden, hasta que llegó un jefecillo militar insolente con una fuerza de soldados, quien, dirigiéndose a Enrique le dijo que disolvería el mitin si no cesaba de insultar al Ejercito. Enrique le contestó que a nadie insultaba, que hablaba verdades, a lo que tenía perfecto derecho, y que estaba dispuesto a hacer uso de tal derecho; que si dicho militar alteraba el orden, él sería el responsable de sus hechos Actos continuo, unos cuarenta soldados avanzaron “cortando” cartucho hasta llegar frente al kiosko donde hablaba Enrique. Desde luego les dirigió la palabra haciéndoles ver que eran trabajadores y desheredados al igual que sus hermanos presentes, a quienes no debían de asesinar por estar atados con las mismas cadenas de esclavitud que ellos. Pero el coronel sigue insolente, y cuando los soldados, obedeciendo sus órdenes, hacen una demostración de fuerza, Teresa le quita la palabra a Enrique, y colocando a su hijito en frente, a la vez que abría los brazos, les grita a los soldados: “¡Aquí estamos para que nos asesinen! ¡Tiren! ¡Asesinen a mi hijo, a mí a todos! ¡Cobardes!” Enrique le pedía a Teresa que dejara hablarles a los soldados pero ella le decía: “¿Para qué? ¡Que tiren los asesinos de profesión!” Los campesinos no se cortaron, e indignados ante tal agresión, se dividieron en diferentes bandos, rodeando a los soldados por completo, inclusive al coronel y al capitán que lo acompañaba. Viéndose perdido el coronel, se acerca a Enrique y le dice, revelando inadvertidamente sus intenciones. “Nadie viene a asesinarlo a usted, señor Magón. No vamos a tirar en contra de usted, señor. Prosiga usted con su mitin. Pero le suplicó que tenga la bondad de no insultar al Ejercito.” Enrique le dijo que con razones sí podía entenderse con él, pero que no había venido a insultar a nadie, sino a decir la verdad. El señor coronel, ya muy cambiado, repite: “No venimos a matarlo, señor Magón. Siga usted con mitin.” Entonces ordenó la retirada de sus soldados y el orden se restableció automáticamente. Pero la humillación en que él mismo se había metido era muy grande y había que buscar la manera de cubrirla o vengarla. Por lo mismo, el señor se dedicó a juntar las consiguientes firmas para denunciar a Enrique, esperando conseguir así lo que no había logrado en el mitin. Tal es la autoridad en acción.

R. B. GARCIA

México, Septiembre 1923.