ACTUALIDAD INTERNACIONAL

EL DESPOTISMO MILITAR EN ESPAÑA

El mes de Septiembre ha traído para España un profundo cambio en todas las esferas de su vida política. De los hechos en su forma genérica ya están informados nuestros lectores: el general Primo de Rivera, a la sazón jefe militar de Barcelona, se dirigió un día a la nación española señalándole los males que a su juicio la aquejan y ofreciéndose implícitamente para salvarla del abismo a que la daba por destinada. Lo más interesante de este movimiento ha sido la desproporción entre la causa y el efecto. Al pronunciamiento de Primo de Rivera enmudecieron todas las disputas políticas y temblaron en sus sitiales los privilegiados del régimen liberal dominante. Don Santiago de Alba partió rumbo a Francia… El Marqués de Alhucemas renunció con todo su gabinete… El Rey llamó a sí a Primo de Rivera y le encargó de la gestión de un nuevo gobierno.

Entre tanto será bueno fijar las filiaciones de Primo de Rivera que tan preponderante papel ha tenido en estos días de la vida española. ¿Cual ha sido su designio al asumir la responsabilidad del poder político? Recordemos la actitud de Mussolini más o menos a esta misma altura del año pasado: apoyado en sus cien mil camisetas negras Mussolini emplazó al gobierno italiano a proceder con mano de hierro en contra de los enemigos del orden interno, de la reconstrucción económica y social de Italia agobiada por la guerra a pesar de la victoria. La amenaza de Mussolini surtió efecto. La débil mayoría política, ante la cercanía de los destacamentos fascistas que rodeaban a Roma, se tuvo que declarar vencida y abandonó apresuradamente el Quirinal. Lo mismo aconteció en España: la amenaza de Primo de Rivera hizo a los ministros españoles abandonar sus carteras. Pero ¿en qué fuerzas se apoyaba el español?; ¿cuáles eran las armas efectivas para conseguir el dominio que pretendía? Nadie lo ha podido comprobar y en realidad parece que a Primo de Rivera le valió solo la audacia. ¿Habría respondido a su voz el ejército? Prudente silencio se ha guardado al respecto; los oficiales de la guarnición de Madrid fueron los únicos en manifestar a Primo de Rivera su adhesión el mismo día del pronunciamiento. Pero del resto de España nada se sabe. El gobierno—decimos nosotros—debió resistir. Bien o mal formado, cualesquiera que fueran las circunstancias personales de quienes lo componían y por grave que resultara para la nación española su desacertada gestión pública, tenia de beneficiosa la tendencia, la orientación ideal. Los liberales eran los jefes del gobierno después de años de predominio reaccionario sin contrapeso, y con el cambio se había iniciado una era de libertad para los elementos progresistas de España. Sin embargo, parece ser cierto que el mundo no quiere la libertad, tal como lo han dicho Lenin y Mussolini no hace mucho y como en cualquier instante lo puede decir Primo de Rivera. Con éste se ha robustecido la censura, tal como en los días del romanticismo en que el escritor público tenía que sutilizar o disfrazar el concepto para que escapara al basto criterio del censor. En una palabra: el despotismo militar ha quedado instaurado. Se dice que él será transitorio, que su predominio es sólo un compás de espera mientras los civiles acomodan a su ritmo el paso poco presto hasta ayer, y que luego vendrán, en lugar de la casaca del hombre de cuadra, la levita y el vestón del hombre de gabinete. Pero hay un hecho que no se oculta a nadie y que puede tener trágicas resonancias en la multitud: Primo de Rivera representa una regresión tanto en su actitud política y civil (al amordazar la prensa; fuera de la adopción de otras medidas igualmente despóticas) como en la militar, al encabezar un movimiento de opinión en cuyo seno se han ocultado propósitos impunistas respecto de las terribles responsabilidades de Marruecos. Todo el pueblo español ha vivido meses de angustiado anhelar esperando que se hiciera la luz sobre los culpables de los desastres marroquíes y—lo que es más importante—que se llegaría a cesar la inútil campaña que mantienen la testarudez y la ceguera chauvinista de los elementos dinásticos. Con Primo de Rivera, apesar de sus vagas declaraciones en contra, lo único que puede suceder es que se robustezca la guerra y se haga más caudaloso el torrente de sangre que la Península vierte sobre la ardiente tierra marroquí. Triste aparece el porvenir de España entregada al ciego poderío militar y al ensoberbecido “practisismo” de la gente de sable que odia el pensamiento y por lo tanto la discusión tranquila y equilibrada de las ideas. Como LIoyd George ha escrito en un vigoroso artículo reciente, parece ser el episodio de España uno de los síntomas del general movimiento de reacción que hoy se observa contra la democracia y los regímenes representativos en cuanto la una y los otros aseguran más o menos la libertad del individuo y el amplio desarrollo de sus tendencias y opiniones. Pero este tema exige ser desarrollado con más espacio y en consecuencia lo dejaremos para otra oportunidad.

ESPECTADOR.