CUESTIONES OBRERAS DE ACTUALIDAD

LABORES QUE MATAN

Hay muchos trabajos que constituyen un asesinato lento para el obrero: el de vidriero, el de tintorero, el de fabricante d productos químicos, etc. etc. Aparentemente, estas labores se desarrollan sin peligro, sin la amenaza constante y manifiesta de la muerte que acecha traidoramente a su víctima, como en otros trabajos cuyas características trágicas son proverbiales: el de los mineros, el de los palanqueros de ferrocarril, el de los trabajadores de la aserradora o de la tupí en nuestras modernas usinas, y el de los obreros que trabajan en alturas considerables. Dos escritores franceses socialistas, León y Mauricio Boneff, después de hacer un estudio prolijo y concienzudo de todos los trabajos que matan, dieron a luz, allá por los años 12 o 13, un libro muy documentado y conmovedor sobre estas materias: “La vida trágica de los trabajadores”, obra que se editó en un interesante volumen, después de haberse estado publicando capítulo por capítulo en el notable semanario de sociología que publicaba Juan Grave en París, “Les Temps Nouveaux”. Desgraciadamente, la muerte arrebató en hora temprana a estos dos brillantes escritores y apóstoles de la revolución social, cuando aun podrían haber rendido nuevos y valiosos tributos a la noble causa que sustentaron durante su vida. Uno de ellos, Mauricio, murió en la batalla del Marne, y su hermano León falleció también poco tiempo después.

En Chile, donde el industrialismo no está aún tan desarrollado como en Francia y otros países europeos, no faltan labores labores asesinas; y hace algunos años, Valentín Brandau, en sus buenos tiempos de escritor independiente y altruista, antes de convertirse en el intelectual burócrata que es ahora, hizo algunas publicaciones llenas de piedad y compasión acerca del trabajo en las fábricas de vidrio, pintando, a grandes rasgos, el suplicio de esas labores que van engendrando lenta pero inevitablemente la ruina fisiológica y la muerte de los pobres condenados a ellas.

Después, que nosotros sepamos, ningún intelectual, médico o profano, ha dedicado atención alguna al estudio de los oficios que matan, que aquí como en todas partes, siegan todos los días, implacablemente, legiones de vidas preciosas. Y sería útil que alguien tuviera el valor de emprender un estudio de esta naturaleza en este país en donde el obrero no tiene nadie que se preocupe desinteresadamente de su mísera suerte, a no se en las épocas eleccionarias, en las cuales brotan con una fecundidad pasmosa los mentores y paladines del soberano pueblo a quien adulan y ofrecen el Paraíso de Mahoma a cambio de una boleta electoral.

LOS PANADEROS

Sin embargo, en las últimas semanas se ha estado tratando por la prensa y en conferencias públicas de la abolición de una de las muchas labores que matan: el trabajo nocturno en las panaderías. Los obreros del ramo han iniciado un movimiento de opinión en este sentido, y parece que la iniciativa ha tenido un eco simpático en todos los círculos. Varios patrones se han expresado favorablemente, y no han faltado, como era natural, las farsanterías de políticos y politicantes, que no desperdician ocasión para hacerse querer del soberano con fines que son fáciles de comprender.

El trabajo nocturno en las panaderías es un infamia sin atenuación que debería haberse abolido mucho tiempo ha, por la acción directa de los interesados, quienes no deberían esperar de nadie la concesión, por gracia de un derecho inmanente como es el derecho a la vida. Obliga a un hombre a pasar todas sus noches en vela, junto a un horno candente, sometido a una labor bestial que le priva de los goces legítimos del hogar, y le escatima las horas de descanso, enterrándole en vida por un salario de hambre, es algo diabólico que no se concibe cómo ha podido pasar desapercibido en nuestra sociedad saturada de cristianismo y democracia.

Además, este sistema del trabajo nocturno hace ilusoria toda la obra defensiva de los obreros agremiados, porque los que trabajan por meses, método de pago que tienen los que están internos, no solidarizan con los de afuera, y constituyen una ejército d krumiros en contra de sus propios camaradas. Y, por otra parte, contribuyen a bajar el precio de la mano de obra con perjuicio para toda la colectividad. Es, por consiguiente, digna del mayor aplauso la iniciativa emprendida por los obreros panaderos en pro de la abolición del trabajo nocturno, forma disimulada de esclavitud y de aniquilamiento físico para estos trabajadores. En lo que no estamos de acuerdo es en el camino en que se han colocado los obreros para conseguir la extirpación de esta ignominia.

Porque los hemos visto golpear en todas las puertas, casi, casi en ademán de súplica, habiendo recurrido hasta a las autoridades locales para que se les conceda un derecho que deberían tomar por su propia voluntad. Todavía no quieren comprender los obreros que las cosas que atañen a sus intereses, tanto económicos como de cualquiera otra naturaleza, deben ser resueltas por ellos mismos, que son los que trabajan y los que sufren las malas condiciones del trabajo. Necedad sería suponer que los bien hallados en la sociedad fueran a hacerse partícipes de sus dolores, por la sencilla razón de que no los han experimentado nunca; y en nuestro mundo actual de crueldad y de egoísmo nadie se conmueve sino por lo que siente en carne propia. ¿Que los obreros panaderos no quieren soportar por más tiempo quieren soportar por más tiempo el trabajo nocturno? Pues bien, el camino es expedito. Se reunen y acuerdan abolir esa forma de trabajo no concurriendo a los establecimientos de panificación en horas que no son de labor sino de descanso. Y si tienen el valor y el espíritu solidario suficiente para triunfar habrán obtenido el objetivo perseguido por su propio esfuerzo, sin tener que reconocerse deudores de la buena voluntad de ningún protector oficioso e improvisado. Esta es la buena doctrina y la buena práctica. Lo demás es colocarse voluntariamente bajo el tutelaje de sus propios enemigos.

LA REDONDILLA

Los obreros marítimos del norte desde hace tiempo en la forma que preconizamos, estableciendo un sistema que constituye una verdadera cooperación en el trabajo. La redondilla no es otra cosa: un método cooperativo por medio del cual se reparten equitativamente el trabajo y, por consiguiente, la ganancia. Con este sistema quedan abolidos los intermediarios, el favoritismo y el krumiraje. Ninguno deja de trabajar—poco o mucho, según las circunstancias,—nadie es favorecido en detrimento de los demás, todos cooperan entre sí. Los patrones no han podido ver con buenos ojos esta inteligencia entre los trabajadores, y han tratado, por todos los medios a su alcance, de derribar esta forma de común acuerdo libre, procurando romper la cohesión de los obreros para explotarlos a su sabor. Argumentando a favor de los capitalistas, y para cohonestar su inconsulta medida de abolir la redondilla, algunos representantes del gobierno han dicho que este sistema de trabajo provoca perturbaciones y desavenencias entre los obreros. Farsa colosal es ésta, sostenida con todo descaro por el Intendente y el Gobernador Marítimo de Iquique con el fin de desacreditar el movimiento iniciado por los trabajadores.

Porque la verdad está en el polo opuesto de las aseveraciones mentirosas de los dos parásitos que acabamos de mencionar. Durante todo el tiempo que se mantuvo en vigencia la redondilla las faenas del puerto se desarrollaron en medio de la mayor cordialidad entre los trabajadores, y las labores adquirieron toda su eficacia, según lo acredita el testimonio imparcial del comercio de aquella ciudad. Sólo cuando se dictó el estúpido decreto que pone en suspensión la redondilla empezó el efervescencia en los ánimos de los trabajadores. Y se produjo la huelga, provocada por el gobierno para satisfacer intereses mezquinos.

Pero los obreros no parecen dispuestos a ceder, y el conflicto permanece sin solución. Sabemos que el Intendente de Iquique, don Recaredo Amengual, vejete neurasténico y atrabiliario bravuconea de lo lindo exasperado ante la entereza de los trabajadores.

Y es fama que ha proferido la amenaza de “hacer un escarmiento” entre los “revoltosos”. Y no sería raro que este movimiento obrero inspirado en tan nobles propósitos llegara a culminar en un episodio trágico. Sería una página más agregada a la historia de los crímenes de la burguesía chilena.

Y este crimen, caso de llegar a consumarse, ¿quedaría sin castigo, como los anteriores? ¡Ah, difícil sería predecirlo!…

F. P.