El Sofisma anti-idealista de Marx

UNA REFUTACIÓN A LAS BASES DE LA INTERPRESTACION MATERIALISTA DE LA HISTORIA

“Para la producción social de sus medios de existencia, los hombres, dice Carlos Marx, sostienen relaciones determinadas, necesarias e “independientes de su voluntad”; relaciones de producción que corresponden a un estado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de tales relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se eleva una superstructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales de conciencias determinadas. El modo de producción de la vida material acondiciona “in globo” el proceso social político e intelectual de la vida. “No es la conciencia de los hombres lo que determina su manera de ser, antes bien su conciencia es determinada por su conciencia es determinada por su manera social de ser”. Es, como se ve, la exclusión de toda fuerza moral en la determinación de los sucesos humanos. Los sentimientos, las ideas, no tienen eficacia propia ni influencia real alguna en la vida: no son más que apariencias ilusorias de un determinismo materialista sobre el cual carecen de acción. Es el interés, el interés material, el interés económico, lo que mueve el mundo. Es el tema que ha tenido éxito bajo el nombre de concepción materialista de la historia. El lema en que una grita ensordecedora nos aturde infatigablemente desde medio siglo de germanización socialista.

Es el que Engels, alter ego de Marx, resumía así: “Las causas determinantes de tal o cual metamorfosis o revolución social, “no deben ser buscadas en las cabezas de los hombres”, sino en la evolución de la producción y el cambio”. Hay que hacer notar que esta conclusión se apoya sobre una metáfora, y sobre la cual se razona como si se tratara de la realidad misma. De hecho no existe “superstructura” social. No hay más que una expresión metafórica y metafísica. Basta observar los hechos reales para ver cómo se desvanece tal miraje. Las ideas, en el mundo real, lejos de aparecer como un “caput mortuum”, aparecen como elemento viviente, como una fuerza autónoma. Ciertamente el hombre no es puro espíritu, y sus ideas con sus sentimientos expresan la influencia del medio material, del régimen económico. Pero por más pronunciada, por más notable que sea tal influencia, dista mucho de ser absoluta. “Tan sólo de pan no vive el hombre”. Hay otras influencias fuera de las económicas; hay otras necesidades fuera de las materiales. Y si el hombre es como se ha dicho, “hijo de la bestia”, su naturaleza está muy lejos de la simplicidad bestial. Su naturaleza, compleja, tiene, al lado de sus necesidades materiales, necesidades afectivas, necesidades intelectuales. Las unas y las otras intervienen en las reacciones que produce el medio, y atestigua su existencia visible en la escala de la vida. Es que el hombre no es “simple animal egoísta”; es naturalmente sociable; nace sociable como todo animal bisexual, y se torna así, en más y más “sociable”, es decir, susceptible de altruismo y de egoísmo.

Es que está también dotado de razón, vale decir de la facultad de razonar. Y de esta triple naturaleza del hombre, despréndese en la conducta de la actividad humana tres órdenes de móviles: móviles egoístas, móviles altruistas, móviles impersonales o idealistas. ¿Ideas puras? ¿Razón pura? No: Nosotros dejamos esto a los metafísicos. Pero sí, dinámica cerebral. “Después de los sabios estudios de M. Fouillée y de M. Tarde, no es posible ignorar que las ideas son fuerzas, y las imágenes sugestiones cuasi hipnóticas”. (Th Regolin, “Solidarios”, pág. 159).

Esta vida y esta actividad autónomas de las ideas, podemos, como lo dice Marx, constatarlas de inmediato en el dominio económico que Marx declara “ independientes de la voluntad” de los hombres. “Un fenómeno económico, dice muy acertadamente G. de Greef, no es un fenómeno puramente material.” Y precisa: “Los fenómenos económicos, que con la escuela de Marx considero como fenómenos fundamentales de la estructura y de la vida colectivas, “implican elementos ideológicos.” Y agrega, precisando aún más: “Desde el momento que un fenómeno es “social” no es jamás puramente material.” Nada más exacto. Ello lo es tanto que Espinas pudo decir en su admirable libro “Las Sociedades animales”, que una Sociedad es “un organismo de ideas” y que Eliseo Reclus, en “Evolución y Revolución” ha podido por su parte escribir con razón:”Es la savia lo que hace al árbol, son las ideas las que hacen las sociedades. “Ningún hecho de la historia está mejor constatado.” ¿A qué se reduce, pues, la afirmación de Carlos Marx, negando, en las relaciones de producción, el papel de la voluntad? ¿No se ha confundido de nuevo fatalismo y determinismo? Fatalismo: es decir, concepción simplista de la casualidad. Determinismo: es decir, negación del absolutismo y de lo arbitrario en la naturaleza, concepción compleja, concepción sintética de la etiología de los fenómenos.

El simplismo económico, el simplismo materialista de Marx es tan falso, tan absurdo, como el simplismo de los idealistas puros. Negando la cualidad de la conciencia y de la voluntad, se desconoce esta verdad biológica elemental: que el hombre no es puramente pasivo, que está dotado de actividad, de movimiento propio, de iniciativa; se desconoce esta verdad psicológica; que toda acción consciente es un complejo de factores eficientes, personales y psíquicos; se desconoce, por último, esta verdad sociológica: que la vida social reposa sobre la psicología colectiva de la cual emana en cierto modo la flor del “tallo”.

Reconocer por lo contrario, en mérito al buen sentido, la parte, por mínima que sea, de la ideación y del pensamiento personal en la determinación de los arreglos humanos, es negar la fatalidad de los fenómenos económicos, es destruir en su base el sofisma anti-idealista de Marx es conceder a la voluntad razonada del hombre su dignidad y sus derechos. ¡Sea! se nos dice. El “materialismo” estricto, el materialismo puro es un error, pero sólo lo es el “economismo”. Cierto, las ideas tienen su independencia relativa y su papel autónomo en la producción de los fenómenos económicos pero una vez producidos estos, los otros fenómenos sociales, los otros fenómenos colectivos, no son más que fenómenos independientes de la voluntad animal para entrar en el orden de la voluntad psíquica y de la dinámica cerebral. Si, el hombre es un animal sometido a sus necesidades materiales, demasiado lo sabemos, pero es también un ser pensante, un ser dotado de conciencia y de razón, susceptible de concebir y querer lo “justo” en todos los dominios, en toda la plenitud del término, de tener una ideal—una idea abstracta, una idea sintética—de equidad y de justicia, de nobleza y de superioridad. Los que no se interesan por las ideas abstractas son retardatarios, munúsculos seres en quienes aun dormitan las virtudes humanas, no son más que larvas de humanidad, y ellos no son los que forman la historia humana. Quienes hacen esta historia son los creadores del porvenir, son aquellos a quines anima una idea, una idea abstracta, tanto más poderosa cuanto más sintética y justa. La idea por más que digan los marxistas, conduce el mundo. Las ideas, pues, si dependen de la presión económica no dimanan de ella. Y si no: ¿por qué los hombres y los partidos no luchan tan sólo por causas económicas sino que lo hacen también por sentimentales o intelectuales? La independencia recíproca de la lucha política y de la económica es tan patente, tan real, que vése perpetuamente a hombres y a grupos de hombres sin recato alguno sufrir las consecuencias de una de las causas y repudiar la otra. Ningún hombre sensato pretenderá que todos los “liberales”, todos los partidarios de las libertades políticas, se hayan vuelto tales bajo el imperio de intereses materiales, nadie sostendrá que no existan entre ellos—y en gran número—hombres cuya actitud sea dictada por el ideal mismo, por altas preocupaciones de ideas, filosóficas y morales, sin cuidado ni influencias de orden económico. Las circunstancias económicas no bastan en manera alguna para explicar las filosofías, las morales y las religiosas.

Y si las circunstancias económicas no bastan para explicar las filosofías, ni las religiones, ¿cómo explicarán ellas las concepciones jurídicas y morales? Sería difícil, por ejemplo, concebir el derecho divino sin la religión, como sería difícil concebir una moral verdaderamente humana fuera de una concepción sintética que la justifique y la inspire.

Y no solamente la economía deja de explicar las concepciones jurídicas y morales reinantes, sino que son estas concepciones jurídicas y morales las que dan la clave del régimen económico y ordenan su funcionamiento. La fuerza motriz de nuestros actos está en nosotros; está en la necesidad diversa de nuestra naturaleza.

El derecho de propiedad no nace del derecho en sí, nace de la fuerza autoritaria de los primitivos hombres. Esa fuerza obedecía a un instinto de superioridad: la fuerza moral sin la cual todo régimen económico no es más que un cuerpo sin alma, un cuerpo sin vida.

La verdadera causa, no primera pero “eficiente”, de toda esclavitud social está en “el espíritu que la justifica”, en la razón, la razón extraviada, ilusionada, que la apuntala, la sostiene y le da fuerza de vida.

“Primum vivire, deinde philosophare”. Eso desde luego si filosofar significa hacer metafísica. Mas no, sí significa lo justo; lo justo bajo sus múltiples aspectos, ¿no es la ley misma de la vida, la ley misma de la fuerza? ¿Y el ser animado no sufre esta ley, y no tiene de ella el instinto? Ese instinto es el germen de la fuerza moral, es el germen de la dignidad humana. El solo hecho de su existencia hace del animalismo materialista una aberración y un contrasentido.

Paul GILLE.