YO HE VENIDO DESDE LA CIUDAD

Yo he venido de la ciudad hacia estos campos floridos al fin del invierno. Venia saliendo de los hangares humosos de la ciudad con la angustia de un pájaro de hierro y el fastidio de una flor de papel. Ahora ando por la buena suerte de estos caminos primaverales que cruzan el campo las rayas de las manos. He caminado a la sombra de los zarzales nevados, junto a los brezos flamígeros, pisando la verde yerba esta tarde, de cara al cielo azul. Casas de tierra cocida avistan el sendero, casas del color de toda hora y de todo tiempo, como el agua, como los vasos. Un hombre ara tras el cercado tejido de tallos y rosas campestres. Una mujer viene lejos con una gavilla de lirios en los brazos. —Traía sed, buen hombre. Al pasar me has dado agua fresca del pozo en tu posillo de greda y de tus ojos paz en los míos. Sigo, no se con qué deseos de no hablar, tocado por tus palabras sencillas. Tú ya no volverás a hablar. Sólo al atarcedecer, en la soledad tibia y olorosa, como todos los días, frente al camino desierto, dirás de tu único buey algunas palabras amorosas que agrandándose rebosarán el silencio tal los círculos que se expanden en una lámina de agua tersa.

Liviano, trasparente como una voluta de humo azul en el oro de las mañanas, esta tarde de Primavera te debo el sentido de las cosas. Con el corazón llevo una semilla conmigo. —Que la hunda en el seno más propicio que halle; que la deje en el campo más precario, que la esconda en la hendidura de una huella del camino.

Tomás Lagos.