LOS SACRIFICADOS

—¿Por qué se sacrifican tanto los anarquistas en redimir a la humanidad?—decíame hace poco un entusiasta camarada. —¡No hay tal sacrificio—le respondí. Eso está bueno en labios de los políticos o de los caudillos…, pero en la convicción de un hombre de ideas eso tiene un significado distinto. A menudo se cree que sacrificio y dolor son sinónimo, y que los anarquistas, impulsados por un sentimiento de amor a la colectividad se entregan de lleno a favorecerla en todo sentido. ¡No hay tal!… ¿Por qué nos recreamos ante la magnificencia de un paisaje? ¿Por qué aspiramos el perfume de las flores? ¿Por qué nos encantan las divinas armonías musicales? ¿Por qué nos sentimos dioses cuando amamos y somos correspondidos? ¿Será por cariño a la colectividad o es porque todas esas maravillas que nos cautivan constituyen nuestros más preciados y ardientes deseos? Si llegásemos a la conclusión de que los anarquistas somos unos cuantos llorones que despreciamos nuestra individualidad por servir a los intereses colectivos, tendremos por resultado una triste concepción de los móviles que inducen a la naturaleza en su afán de transformación. ¿Por qué la inclinación al licor del borracho? ¿Por qué el insaciable instinto de venganza del criminal? ¿Se figurará el borracho que ama mucho a los viñateros a los dueños de cantinas? ¿Creerá el malvado que hace un bien al que mata o que beneficia a la empresa de funerales? Nada de eso! El anarquista lucha por la extinción del principio de autoridad y por la abolición de la propiedad privada, porque cree sinceramente que exterminados esos factores de opresión, se abre un cauce bienhechor al libre desarrollo de todas las iniciativas. Si llegara a columbrar que tarde o temprano le sobreviniera un daño, procurará en el acto remediarlo. Bien se vé pues, que no satisfaciendo sus propias necesidades, todo lo demás que haga, lo cumple de una manera forzada y engorrosa. Cuando celebramos un mitin de protesta por la maledicente obra de los gobiernos contra los hombres libres, no es por simpatías a fulano o perengano, sino porque sabemos demasiado que nadie tiene derecho a coartar la libertad a otro ser, y por lo tanto, si no nos opusiéramos nos remordería la conciencia y sufriríamos intensamente nuestra cobarde quietud. Tenemos de nuevo demostrado que para luchar buenamente por los demás tenemos primero que sentir las consecuencias en nuestro propio pellejo… ¿Dónde está pues ese alarde de sacrificio y de desinterés que muchos creen poseemos los anarquistas? Luchamos por abolir los Estados y las Patrias, Porque los creemos innecesarios, en un régimen de libre acuerdo. No comulgamos con las ruedas de molinos de los políticos ni de los frailes porque no están basados en principios lógicos e irrefutables. No vendemos, nuestra conciencia por treinta monedas a esos mercaderes porque gozamos más combatiéndolos y lapidándolos. Somos así, raros, anormales, desinteresados, porque la sociedad está moldeada en la vulgaridad, en la prostitución, en el interés, etc. Mañana posiblemente, los nuevos la encontrarán peor y bregarán por renovarla desde su base… y, no faltará quien diga que los anarquistas se sacrifican por la colectividad… ¿Por qué canta el ave, ruge la bestia, medita el sabio, sueña el artista, da flores y frutos la planta, procrea la especie?… Pues, por sus propias necesidades… ¿Verdad, amigo lector, que ese del sacrificio es algo distinto de lo que tú opinas?

Federico SERRANO VICENCIO.