LA CRISIS EUROPEA

DE QUE MAL MUERE ALEMANIA

Francia y Gran Bretaña parecen ahora dos doctores que litigan junto al lecho del enfermo porque cada uno de ellos tene un remedio que cree infalible. “Pagad, porque si no no voy a evacuar el Ruhr”, dice Francia. El remedio que parece seguro a Francia, es la fuerza militar. “Nombremos una Comisión internacional que dictamine sobre la capacidad de pago de Alemania, y sometamos sus finanzas al contralor internacional”, responde Gran Bretaña. El remedio que Gran Bretaña recomienda es el mismo que ya se aplicó a Túnez, a Marruecos, a Egipto, a Turquía: el protectorado financiero. Pero mientras los dos médicos disputan, ni el uno ni el otro se dan cuenta que el enfermo… está muerto. Yace cadáver, bajo un sudario de asignados. ¿Cuál es la razón primera de la situación desesperada en que se encuentra Alemania? Para comencuentra Alemania? Para comprender la crisis en que Europa se debate es necesario ante todo, responder a esta pregunta. Muchos en Europa denuncian la mala fe del Gobierno alemán como la causa de todo el mal. El Gobierno de Alemania, con la complicidad del pueblo, habría arruinado de intenta, según aquellos, la moneda y toda la fortuna del país, para defraudar a los acreedores y no pagar las reparaciones. No cabe duda que el Gobierno y el pueblo hayan dejado andar y precipitarse las cosas sin conmoverse demasiado, consolándose con la idea de que no solamente Alemania sino también sus vencedores sufrirían el descalabro. Pero la razón de la enorme catástrofe económica de Alemania es mucho más compleja y profunda: reside en el hecho de que Alemania, como Austria y Hungría, por lo demás, después del armisticio, y por motivo en algo de la guerra y en algo también de los tratados de paz, “no ha encontrado crédito”. Un gran Estado moderno no puede vivir sin crédito. El crédito es el pan del que se alimenta durante la paz y durante la guerra. Sin las gigantescas operaciones de crédito que son capaces de hacer los Estados modernos ni la Europa ni la América habrían podido mantener, de 1914 hasta 1918, tantos millones de soldados bajo las armas. Tampoco la necesidad del crédito ha cesado con el término de la guerra; creció por el contrario, sobre todo en los primeros años de la mal establecida paz que nos aflige. ¿Qué habría pasado con Francia, con Italia, con Gran Bretaña, con Estados Unidos, si súbitamente después del armisticio no hubieran hallado crédito? Dos de estas potencias, Francia e Italia, aún hoy, cinco años después de terminar la guerra, no se mantienen sino gracias al crédito, porque deben cubrir cada año un considerable déficit de millares de millones liras o de francos. Si no hubieran encontrado nadie que les prestase algunos millares de millones, habrían tenido que caer en la bancarrota o recurrir a las prensas litográficas e imprimir billetes billetes y billetes… Pero es esto, precisamente, lo que ha ocurrido a Alemania, lo mismo que al Austria y a la Hungría. Después de haber firmado el armisticio, Alemania no encontró más crédito en el exterior y muy escaso dentro del país. No encontró más crédito, un poco porque se había arruinado ya con la guerra, habiendo consumido en ella una parte de su fortuna, mucho mayor, en proporciones, que las grandes potencias de la entente. No ha encontrado más crédito porque había hecho una revolución, y la República, como todos los gobiernos nuevos, inspiraba escasa confianza, tanto en el interior como en el exterior. No ha encontrado más crédito, en fin, porque el tratado de paz, además de privarla de ricos territorios, le ha impuesto gravámenes enormes. ¿Quién habría tenido ánimo de prestar dinero a un estado cuyos recursos estaban gravados en una hipoteca general a beneficio de los vencedores, por una suma que el tratado no precisaba siquiera, y que hasta 1921 se podía temer ascendiese a muchos centenares de millares de millones de marcos? Pero no habiendo encontrado más crédito, y viéndose obligada a gastar necesidades, que han constreñido a todos los beligerantes en los primeros años de la paz, y los constriñen todavía a endeudarse, Alemania como el Austria, como la Hungría, no han tenido otro recurso que el desesperado expediente de las prensas. Han impreso billetes, billetes, billetes. Y una vez tomada en el engranaje, ya no ha podido detenerse a la mitad del camino. Cuanto más se rebajaba el valor de los billetes, más han debido multiplicarse las emisiones hasta la catástrofe actual. Aún si Alemania hubiese firmado el Tratado de Paz con el más firme propósito de cumplirlo en todas sus partes, no se hallaría hoy en condiciones mucho más diversas. La falta del crédito la habría igualmente obligado a hacer, quizás algo más lentamente, lo que ha hecho. La falta del crédito es un hecho más fuerte que todas las intenciones. Así, siendo esta la causa verdadera y profunda de la catástrofe alemana, fácil es comprender como se plantea hoy, para quien no se paga de vanos discursos, el problema de las reparaciones. Para que Alemania pudiera pagar debería sanear su moneda y equilibrar su balance, pero para equilibrar la moneda y equilibrar su balance debería recuperar su crédito. Sin crédito nada será posible hacer. Lo que quiere decir que los Estados vencedores, y entre éstos Italia, Francia y Gran Bretaña, en primera línea, para poder un día ser satisfechos en las reparaciones, deberían comenzar por prestar Alemania las sumas que ésta urgentemente necesita, puesto que no puede aguardarse que otras naciones presten a Alemania mientras subsistan en vigor los privilegios establecidos por el Tratado de Versalles en favor de los vencedores. Gran Bretaña quiere hacer valer la capacidad de pago de Alemania por una Comisión, y someter las finanzas de este país a un contrato internacional, mientras Francia quiere emplear la fuerza. Pero ninguna potencia ha conseguido nunca. restablecer las finanzas de un Estado en bancarrota con las bayonetas, los estudios de una Comisión, las órdenes y los consejos de una autoridad de controlar, sin anticipar también los primeros fondos necesarios. Las bayonetas pueden dar miedo, los expertos pueden dar buenos consejos pero una bancarrota no se salva sin dar también dinero. Así lo hizo Francia en Marruecos y en Túnez. Gran Bretaña en Egipto y Las grandes potencias en Turquía. La enmarañada situación de Europa ha dado cima a esta extraordinaria paradoja: que los vencedores, en razón y fuerza del Tratado y los derechos que éste les confiere, en vez de recibir dinero deberían comenzar por dar dinero al vencido y deudor. Como por otra parte, ya lo han hecho con Austria. Aquí está para mi la dificultad, acaso insuperable, de la situación actual. Que Gran Bretaña, Francia, Italia, quieran someterse a este sacrificio, me parece difícil; sea porque talvez no están en condiciones, todas juntas, de hacer semejante esfuerzo financiero; sea porque si fuesen capaces de ello habría una dificultad moral terrible. Los pueblos han sido persuadidos por los Gobiernos y por los periódicos, que la victoria les ha conferido una especie de sagrada derecho sobre toda la fortuna de Alemania. Un préstamo a este país se transformaría, de inmediato, en la fantasía de ellos, en una revancha del vencido en una mutilación de la victoria, en un abdicación. Por esta razón el problema es insoluble, si los Estados acreedores no se resuelven, a cambio de concesiones políticas sobre el Rhin, consentir en una reducción de sus derechos que haga posible para, Alemania recuperar su crédito. Lo he dicho ya varias veces, pero es bueno repetirlo: la sola esperanza de salvación está ahí, porque el problema de las reparaciones, tal como está planteado por tratados de paz, es insoluble. Si los vencedores se obstinasen en resolverlo mediante la fuerza: si Alemania no recobra pronto crédito, se llegará al desmembramiento de Alemania, que suprimiría, con la desaparición de los deudores, también la deuda; o a tentativas de reacción, que no podrían dejar de asumir un carácter revolucionario. A este triste dilema ha conducido a Europa una paz equivocada y cinco años de testarudos errores.

Guillermo FERRERO