CAMARA DE ARTISTAS

SESION N.o 704

(Versión oficial y comentada, por León Ponce)

Se abre la sesión en la sacristía de la Merced, graciosamente cedida por los basílicos a la O. P. Q. de R. S. T. de amantes de las Artes en la República de Chile (Sur América). Esta simpática determinación del Reverendo Prior fue debida a una carta del Ilustrísimo y Reverendísimo Obispo señor Martín Rücker en la que le dice sentir un intenso placer al comunicarle: 1.o Que el Arte es cosa bella y artística según ha podido informarse por las palabras de Vila y Prades, palabras de tan indiscutible verdad que “El Diario Ilustrado” dioles cabida en sus columnas; 2.o que siendo así y no de otro modo, ellos, los fieles discípulos de la Religión A. A. y R., la más alegre y sana de cuantas existen, deben luchar contra los artistas neuróticos, hacedores de “ismos” melancólicos y enfermizos y totalmente inútiles, ya que el propio Vila y Prades nada en ellos tiene que aprender; 3.o que deben, por lo tanto, dar su ayuda a las sociedades protectoras del Arte artístico entre las que figura la O. P. Q. de R. S. T.; y 4.o que careciendo dicha sociedad de local apropiado para funcionar –ya que hasta la fecha se ha visto obligada a hacerlo en los andenes de la Estación Mapocho o en los salones de la 6.a Cia. de bomberos– le ruega cederles la Sacristía para la Sesión N.o 704, que será la más interesante de cuantas hasta hoy se hayan efectuado en el país. Reunidos los miembros de ambos sexos de la O. P. Q. en la Sacristía, el órgano se dejó oír: El trozo fue escuchado en artístico silencio. Luego la señorita Berta Lastarria Cavero recitó dos cuartetos del poeta Soffia que produjeron honda emoción entre los asistentes. En vista del éxito, la señorita Berta sintió latir en su corazón el fuego de Ricardo Corazón de León y arengó entonces a los miembros para emprender una nueva cruzada contra las malsanas tendencias artísticas que amenazaban concluir con todas las Tarjetas Postales en tres colores. Una salvo de aplausos remeció los cimientos de la Basílica. Por todas partes se oyeron gritos de batalla: “¡Abajo los cubistas!” “¡Que linchen a Cézanne!”, “¡Muerte a los expresionistas alemanes!” “¡La Inquisición para Marinetti y Seveini!”... y de pronto todos los miembros, a un mismo impulso, gritaron: ¡Tres ras por Núñez de Arce! ¡Ras, ras, ras! ¡Chit, ¡Púm! Pero aquí -eterna falta de disciplina– los hombres gritaron “¡Núñez!” y las mujeres gritaron “¡Arce!” Se produjo entonces un tumulto indescriptible. La confusión cayó sobre la O. P. Q. Sólo un anciano de barba blanca –cuyo nombre no logré saber– hubiera podido calmar los espíritus de los miembros enfurecidos; pero su voz débil era apagada por los clamores de los demás. Yo, escondido en un confesionario, me hallaba a dos pasos de él, así es que, a través de la rejilla, me llegaban algunas palabras suyas: –¡Calma, consocios! – exclamaba. ¡Si siempre habrá poetas blandos como blando algodón! ¡No temáis! ¡Si siempre habrá escultores finos que en un trozo de azúcar refina, esculpan el primer beso de dos amantes refinados! ¡No exageréis! ¡Esos malhechores podrán destruirlo todo, más no el periódico aparecer de la luna. ¡Oh perla de la cúpula sideral! que continuará enviándonos un pálido rayo de plata gaseosa, pálido rayo que siempre estará dispuesto a escuchar nuestras congojas espirituales, espirituosas, espiritistas...! Mas el tumulto iba en aumento. Aquello era ya una furia desencadenada. Volaban les chambergos, agitábanse las melenas, deshacíanse las corbatas flotantes. Quise escapar; cuando de pronto veo que un miembro yérguese majestuoso. “Le van a devorar” pensé. Error. Aquel hombre cogió, sencillamente, una campanilla diminuta y la agitó: tilín, tilín. Lo que presencié, entonces, pasó los límites del prodigio. Prodújose un silencio repentino y absoluto. Cada miembro quedó, como por encanto, sentado en su silla correspondiente. Los muebles derribados, se levantaron. Las grandes corbatas volvieron a anudarse. Aquel hombre dijo: –Señoras y señores: Antes de entregarnos a manifestaciones desordenadas, es menester aprobar el acta de la sesión N.o 703. Puede empezar su lectura el señor secretario. Pero el señor secretario, aterrorizado aún con los atropellos y alaridos, había perdido el uso de la palabra. Planteóse entonces un problema constitucional-artístico. ¿Podrían las actas ser leídas por otro miembro? En caso afirmativo, ¿afectaría este hecho el buen y normal desenvolvimiento de las artes? Si las leyes de la O. P. Q., no permitieran este exceso casi libertino, pero, si a pesar de todo, las leyes fuesen violadas, ¿reducirían esta violación a lo establecido, las probabilidades de ver llegar la divina inspiración hacia uno de los miembros de la O. P. Q. y por lo tanto las probabilidades del advenimiento de una obra maestra? El hombre aquel, que era sin duda el Presidente de la sociedad, ordenó cinco minutos de recogimiento y meditación. Al cabo de los cinco minutos, dijo: –Tengo el alto placer de anunciar a los Honorables Miembros de la O. P. Q. de R. S. T. de amantes de las artes en la República de Chile (Sur América), que el caso suscitado con la pérdida de voz de nuestro distinguido secretario, puede solucionarse dando la lectura de las actas al señor pro-secretario, lo cual, aunque no es totalmente permitido, ha sido muchas veces tolerado. Cito como ejemplo: En 1913, en el Consejo Superior de Agricultores, el secretario, habiendo sufrido un sincope al probar unas callampas que resultaron ser venenosas, la lectura de las actas fue encomendada al pro-secretario; no por esto el trigo dejó de crecer en la cosecha siguiente. De donde deduzco que si los agricultores afrontan sin temor tales audacias, nosotros, artistas, por lo tanto, hombres sin prejuicios, podemos hacer igual cosa. Puede leer, pues el señor pro-secretario. (Aplausos nutridos). El pro-secretario.–Lee: “En la sesión N.o 703 se recibe la moción del artista señor X por la cual se ofrece al talentoso pintor Y, el pecho de un miembro de la O. P. Q. para ayudarle a llevar el ya infinito número de medallas ganadas en los más prestigiosos torneos de arte universal. Se acuerda enviar una nota de condolencia a la querida del delicado poeta Z., muerto de emoción al contemplar súbitamente un crepúsculo de fuego mientras una melodiosa voz cantaba: “Oh dolci bacci, languide carezzi...” Se pasa a nombrar el nuevo directorio, pero el reloj habiendo dado las 19 horas, máximo del lapso legal, las elecciones se postergan hasta la sesión siguiente”. El Presidente.–¿Queda aprobada el acta de la sesión anterior? Todos.–¡Aprobada!

El Presidente.–Ruego, entonces, a los honorables miembros pasar a la votación. Abierta la urna y hecho el escrutinio, el nuevo directorio quedó formado como sigue: Presidente: El señor A. (Músico- compositor, autor de un solo de Director de Orquesta). Secretario: El señor B. (Especialista en enfermedades venéreas, que, hastiado de las inmundicias humanas, ha resuelto entregarse a las exquisiteces del Arte). Pro-secretario: El señor C. (Capitán del Regimiento Buín, que no habiendo podido conseguir del Ejecutivo un viaje a Europa como la mayoría de sus colegas, quiere olvidar sus achaques entre hombres refinados). Tesorero: El señor D. (Sin profesión, pero caballero culto, que asegura poder enternecerse ante cualquier manifestación de cualquier rama artística). Presidente honorario: Por aclamación se designa para tan alto puesto honorífico al padrecito E., que ha asistido a toda la sesión para proteger los muebles de la Sacristía en caso de un nuevo altercado. Posesionados de sus respectivos cargos y a insinuación del nuevo presidente, los miembros del nuevo directorio acordaron, en medio de las entusiastas aclamaciones de la Asamblea, declarar que el Arte era Bello, Puro y Sacro, y que siendo así, por aplastante mayoría de voces, serán obras de arte sólo aquellas que sean Bellas como las sonrientes ninfas de los escaparates de los peluqueros: Puras, como el pensamiento de un pollo-bien en el álbum de una señorita delicada; Sacras, como las palabras de un Obispo sobre las artes y las de un Sacerdote sobre las letras.... Los aplausos llenaron la Sacristía, invadieron la Basílica, y subieron por las torres haciendo, a su eco sonar las campanas. Entonces todos los fieles de Santiago golpeáronse el pecho en signo de gracia por el golpe de muerte que la Iglesia y la Academia, acababan de asestar a las satánicas tendencias artísticas perturbadoras de las almas plácidas. Se levantó la sesión.