LA ANQUILOSTOMIASIS O ANEMIA DE LOS MINEROS

II

Tratamiento y Profilaxis.

El tratamiento de la anquilostomiasis va dirigido fundamentalmente, como es lógico, a conseguir la expulsión de los gusanos. Entre los medicamentos que se conocen con este objeto, uno de los más usados y mas activos es el timol, a condición que se emplee a dosis suficientes y tomando estrictamente las precauciones necesarias para evitar la intoxicación. Durante los estudios del año 1919 la Comisión de la Facultad de Medicina empleó el timol en gran escala, suministrándolo pulverizado, en obleas de 1 a 2 gramos tomadas en ayunas en número de tres, con una hora de intervalo entre una y otra; esto mismo se repetía por tres días consecutivos (en total 9 obleas, que hacían 9 a 18 gramos de timol). Durante todo este tiempo el enfermo era sometido a una dieta especial, un poco de leche, arroz, caldo sin grasa, con supresión total de toda bebida alcohólica, con cloroformo, aceites, grasas. En la tarde del tercer día se le suministra un purgante de unos 50 gramos de sulfato de soda, nunca aceite: Con este tratamiento la expulsión de los anquilostomas es segura, por lo menos de la mayoría de los gusanos; por esta razón, al cabo de 10 a 15 días es necesario hacer un nuevo examen microscópico de los excrementos: si no se encuentran huevos de anquilostoma el paciente se considera curado; si por el contrario aparecen aún huevos, quiere decir que aún quedan gusanos en el intestino y será necesario someter al individuo a una segunda y a veces a una tercera cura de timol. Por lo general basta una o dos curas. Al lado de este tratamiento de expulsión de los gusanos es natural que haya necesidad de instituir un tratamiento tónico general en los casos en que por la intensidad de la infección hay anemia más o menos profunda, debilidad, etc.; se dará preferencia a los arsenicales (cacodilatos) y a los compuestos de fierro, al mismo tiempo que se ayudará a normalizar las funciones digestivas. Respecto a la Profilaxis, o sea la manera de impedir la infección y la propagación de la enfermedad, el punto es más complejo porque si bien es cierto que las líneas generales de la profilaxis no varían desde que se conoce la biología del anquilostoma, su estudio requiere un detenido examen en el terreno mismo, contemplando en cada una de las minas en particular las medidas más oportunas que deban tomarse de acuerdo con los medios y condiciones que ofrezcan, sin olvidar tampoco las costumbres e idiosincrasia de nuestros mineros; estudio que desgraciadamente no pudo ni ha podido realizar hasta la fecha la Comisión ya aludida por la desidia incalificable de la mayor parte de las compañías mineras y especialmente de las autoridades. Como decíamos en nuestro artículo anterior, la profilaxis se hace mucho más sencilla en los casos en que no hay infección endémica en campo abierto alrededor de las minas, condición favorable que es precisamente la que existe en nuestra zona carbonífera. En todo caso, las medidas que hay que tomar difieren si se trata de una mina aún indemne o si ya se presenta en ella la anquilostomiasis endémica o en forma de epidemia. En el primer caso la cuestión es muy sencilla y se limitará al examen microscópico de los excrementos de todo nuevo minero que solicite trabajo; sólo en el caso de que este examen resulte negativo se le admitirá en los trabajos del interior de la mina; en caso de estar infectado de anquilostoma se le someterá previamente al tratamiento de expulsión que ya hemos indicado, tratamiento que será de dispensario; mientras tanto este obrero podrá ser ocupado en los trabajos del exterior, en las planchas, casa de máquinas, etc. Pero desde luego se desprende de esto que toda compañía debe tener un servicio médico permanente y por lo menos un dispensario con instalaciones ad-hoc; lo que actualmente no ocurre entre nosotros. Si la mina está ya infectada, la tarea se hace mucho más difícil y sólo con una lucha intensiva y sobre todo perseverante se logra extirpar el mal. Las medidas deberán tender a la desinfección de la mina, a impedir la contaminación, a curar a todos los enfermos y portadores de anquilostoma y a precaver a los obreros de las reinfecciones una vez curados. La desinfección de las galerías de una mina es costosa por la resistencia que ofrecen los huevos y larvas del anquilostoma y también por la dilución que sufren los desinfectantes con las mismas aguas de filtración. Se ha empleado con este objeto el lisol, cresol, sal marina en soluciones concentradas; en Alemania ha prestado buenos servicios el agua de cal. En todo caso, podría emplearse la desinfección parcial, en sitios reconocidos como intensamente contaminados. Más practico resulta provocar una baja de la temperatura y una disminución de la humedad por una ventilación enérgica y lo más perfecta posible, haciéndose así menos favorable el ambiente al desarrollo de las larvas; y con lo cual gana también desde el punto de vista higiénico la atmósfera en que permanecen los mineros por varias horas. Para evitar que se mantenga y se difunda la infección de la mina, lo más eficaz sería impedir la defecación en las galerías; pero siendo esto imposible en la practica se ha regulado el cumplimiento de esta función con el empleo de letrinas, de cubos metálicos transportables, que una vez ocupados hasta la mitad son llenados con lechada de cal, extraídos y vaciados en la superficie substituyéndose por otros desinfectados; en el exterior deben instalarse excusados cómodos y que reúnan seguridades higiénicas en cuanto a toda clase de contaminación. Medidas más seguras y que han dado resultados positivos en la práctica, consisten en el examen microscópico de todo el personal, tanto de planta como del que viene de otros establecimientos, para instituir el tratamiento de expulsión de los gusanos a todos los enfermos y portadores; lo que se hará en dispensarios anexos. A estas medidas deben agregarse las precauciones individuales, personales de cada minero, tendiente a colocarlo al abrigo de las infecciones o reinfecciones; para lo cual es indispensable inculcar al personal obrero los principios higiénicos. Puede hacerse esta educación higiénica en las escuelas nocturnas, que deberían existir en todos los establecimientos mineros, y especialmente por medio de conferencias prácticas y amenas, acompañadas de cuadros gráficos sobre la enfermedad, etc., y que estarían principalmente a cargo del médico del establecimiento. Debe dársele a conocer al obrero los grandes peligros que corre al beber el agua de las galerías; pero es lógico que por otra parte las compañías deban proveer a su personal del interior de las minas de agua potable, haciendo circular por las galerías carros-cubas con llave. Habrá que recomendarles que eviten llevarse las manos sucias a la boca; no dejar sus objetos o utensilios para las comidas directamente en el suelo, menos aún los alimentos, pudiéndolo hacer sobre un papel limpio. No deben comer con las manos contaminadas con el barro de las galerías, y si no se encuentra agua suficiente para el lavado, por lo menos tomar sus alimentos, el pan principalmente, con un pedazo de papel. Una limpieza inmediatamente a la salida de la mina es también importantísima; antes de cambiarse de ropa y de abandonar el local de la mina, el obrero se acostumbrará a los baños de ducha, fáciles de conseguirlos tibios existiendo grandes instalaciones de maquinarias; es este el medio más fácil y rápido de limpieza, existiendo con este objeto en los países mas civilizados que el nuestro, varios sistemas de camarotes o galpones para el cambio de indumentaria y baño. En el peor de los casos, que tiene que ser necesariamente lo que entre nosotros ocurre, en que el minero regresa a su casa con sus ropas de trabajo con todo el barro contaminado de la mina, por lo menos, no deberá hacer ninguna comida antes de haberse lavado y cambiado de vestidos. En resumen, cualesquiera que sean las medidas que se adopten, las principales e indispensables, invariables para toda mina, son las siguientes: 1.o Examen microscópico de todo el personal y de todo nuevo minero que solicite trabajo; no admitir en las faenas del interior a ninguno que se manifieste infectado, pudiéndosele emplear mientras dura el tratamiento en las faenas del exterior. 2.o Tratamiento y curación de todos los obreros infectados. 3.o Revisión periódica del personal con el objeto de ir reduciendo la contaminación. Estas medidas, unidas a las que se adopten contra la infección de las galerías de las minas, poco a poco tienden a la desaparición de la enfermedad, sobre todo si se siguen en forma, rigurosa y perseverante. Pero al hablar de medidas higiénicas que deban adoptarse progresivamente no podemos callar, aunque nos salgamos del tema, que estas medidas no deben dirigirse sólo a la anquilostomiasis, sino en todo sentido, ya que el estado de salubridad de las poblaciones mineras es por demás deficiente, dejándose sentir sus efectos con toda intensidad. Es realmente doloroso dejar constancia del abandono, a veces casi absoluto en que se mantiene a los mineros, en cuanto a atención médica e higiénica se refiere. Es cierto que algunas grandes compañías poseen su hospital propio; pero si bien este hospital puede impresionar al visitante superficial, basta sólo cerciorarse de la inmensa población que sirve para convencerse de que no puede dar abasto. No podemos pensar siquiera que pueda hacerse en la actualidad, con estos servicios médicos, por lo general tan reducidos, acción de higienización social, tan necesaria en aquella región, acción profiláctica efectiva contra enfermedades infecciosas especialmente enfermedades venéreas; casi todas las compañías carecen hasta de los más elementales servicios de maternidad; la protección al niño está completamente abandonada; no hay para qué mencionar el desarrollo de aquellos hijos, criados en habitaciones anti-higiénicas, mal ventiladas, con una alimentación más que deficiente, a lo cual viene a agregarse el desamparo como consecuencia ineludible de la natalidad ilegítima que llega a limites verdaderamente asombrosos. Los efectos sumados de todas estas causas se palpan inmediatamente al recorrer las poblaciones mineras, llamando la atención el gran número de niños raquíticos y contrahechos; agréguese a todo esto que muchos de estos niños son ocupados en las faenas del interior de las minas desde una temprana edad, desconociéndose hasta los más elementales principios de legislación del trabajo. Pero para qué seguir, cuando en realidad, cada vez que abordamos estos problemas de salubridad pública nos parece entrar en el terreno de las meras teorías, dada la preparación cívica de todos aquellos encargados de legislar, y que en su gran mayoría demuestran una desidia o una incapacidad irritante para tratar cualquier problema de verdadero interés colectivo, estando en cambio siempre listos y mostrándose muy avesados para manifestar sus “dotes” en las bochornosas incidencias de conventillo que con frecuencia ocupan las sesiones de la Cámara. Es precisamente por esta causa que toda labor será inútil si antes de hablar y de pretender abordar los problemas de salubridad pública y de profilaxis de tal o cual epidemia no nos levantamos enarbolando el estandarte de la profilaxis contra la podredumbre e ineptitud de nuestros poderes públicos. Sólo cuando éstos hayan sido saneados habremos vuelto por nuestros fueros y podremos obtener para las clases proletarias la realización de tantas y tantas aspiraciones a que tienen justo derecho.

Dr. W. FERNANDEZ B. (Jefe del Laboratorio de Histología de la Escuela Médica) Santiago, Mayo de 1924.