LOS DESTERRADOS POR EL DIRECTORIO MILITAR

Miguel de Unamuno, y Soriano

La vida en la Isla Fuerte Ventura

Cuando Unamuno pueda vindicarse, dirá acaso: “He aquí el manotazo del troglodita contra la inteligencia el golpe de la bestia ciega e iracunda contra quien no pudo ser de los mansos que siempre saben callar”. ¡La embestida del arrastra sable contra la conciencia inerme! Pero ¿dónde está España, la que clame, la que proteste o grite contra el vejamen? ¿O sólo se habrá de escuchar el clamor iracundo que truena afuera, estremecido en la protesta de D`Anunnzio, de Wells, de Larbaud, de argentinos, mexicanos, peruanos y chilenos? En Fuerte Ventura se encuentra sólo y sin defensa Unamuno, recluido como en los días vergonzosos de cualquier tiranuelo, mientras en su desgraciada tierra rueda la farsa sobre la tartana de siempre, con cascabeles de clamorosas ideas que claman por la salvación pública y con aspavientos de funambulesca cortesanía. ¿Qué más da si en su rincón catalán Gabriel Alomar se conduele de España, recordando cada día un poco a Sócrates, o si yerran atemorizados lejos de la patria vengativa, Américo Castro o Rodrigo Soriano, cuando nunca faltan pechos para lucir los botones de lacayos y sobran asientos para los ocupantes del coro, que siempre aplaude al último escamoteador o al farsante más audaz? ¿Qué mucho si se destierra a Unamuno cuando el mismo día se festeja al tímido y pacífico Benavente? En medio del rebajamiento colectivo peninsular, ante la entronización del trogloditismo directorial, España se adormila, y muy a pesar de ella comienza a crearse el heroísmo de un hombre libre, como en medio de la Alemania y la Francia en guerra se creó el de Nicolai y el de Roman Rolland. Mientras calla Araquistain y Maetzu da un salto hacia atrás descubriendo en Spengler razones de un retardatario principio de cesarismo político; mientras Ortega y Gasset, demasiado ideólogo para sentir el estremecimiento del hervor humano que le circunda, repasa a Kant, Unamuno continúa conminando con su palabra encendida y su alerta preñado de virilidad. Es la voz aislada de un hombre, de todo un hombre: es la voz bíblica que, en la soledad del desierto, va a concentrar tempestades. A veces el yermo fue buen consejero, y hasta la soledad encendió la fragua de San Juan en Patmos, de la cual brotó el relámpago de chispas del Apocalipsis. A Fuerte Ventura ha alcanzado el interés del periodista que fue a interrogar al desterrado, y desde su cautiverio nos llega ahora el eco de sus palabras, siempre encendidas en el mismo fuego depurador. Nuevo Ezequiel, su acento traspasa las distancias, y lo recoge cada espíritu abierto a las siembras futuras. Acaso, cuando en breve se derrumbe el carcomido edificio de la actual ciudadela imperialista que mantiene el Directorio, cuya puerta guarda el bull-dog nefasto de Martínez Anido, por sobre las ruinas humeantes cantará la victoria de los espíritus libres, la palabra de este anciano ejemplar, de cuyo espíritu mana cada mañana la palabra nueva. Bienvenido su ostracismo sí él ha de contribuir a acelerar el advenimiento de la otra España, de la que más que la prolongación del África ha de ser la continuación de la Europa contemporánea.

ARMANDO DONOSO.

CARTA DE UNAMUNO

El día 20 de Febrero leí en la Plaza Mayor de Salamanca un telegrama en que se decía que el Directorio –o sea Primo de Rivera, pues los demás no existen– había acordado desterrarme a Fuerteventura. Puede huir a Portugal y no lo hice, porque no me sentía con culpa alguna ni esa medida respondía a un proceso legal. Horas después, se me comunicó una orden para que en veinticuatro horas saliera al puerto que designara. Salí a Cádiz y al llegar a él, supe que se me había suspendido de empleo y sueldo. Resolví entonces continuar el destierro por cuenta de quien me desterraba. Soy pobre –pobre es el que vive de su trabajo tan sólo– y tengo seis hijos y mujer que mantener. Pueden encarcelarme pero no obligarme a que me pague el confinamiento en una isla casi desierta, donde apenas hay agua potable. Llegamos acá, a las Palmas de Gran Canaria sin pagarnos el pasaje, como presos a bordo. Hoy mismo, 9-III nos hacen salir para Fuerteventura. Esperaban, sin duda, que en estos días de descanso aquí hubiéramos pedido algo o procurándoles solución. Pero soy, como dice el ganso real, un rebelde irreductible. Irreductible a la vergonzosa dictadura del cretinismo. Ni puedo ponerme al habla con él, porque ni él es capaz de entender mi lengua, ni yo voy a aprender, a mis años, una que se aprende en prostíbulos, timbas y tabernas, lugares donde se había formado. Es preciso saber que el Rey no entra para nada en esto, que es sólo una venganza individual –personal no, porque no hay persona– del Primo. He traído conmigo la gran cruz de Alfonso XII, que me regaló su hijo –cruz acabada de envilecer cuando se la han puesto, como un collar, a cierto escritor por haber lamido la mano, o lo que sea, del Rey– y pienso rifarla para ayuda de gastos. Y con lo que sobre, hacerle un regalito al don Alfonso. Pero no se trata de pleito, individual y personal mío, como puede él creer, juzgando por su menguado talante, sino que repito lo que Mármol dijo a Rosas: Como hombre te perdono mi cárcel y cadenas, pero como argentino, las de mi patria, no! Da ya asco de ser compatriota de esa gente. La manifestación más patente y más triste de la cobardía del ejercito español no es el desastre de Annual, que acaso fue una fatalidad; es el soportar la dictadura de chulos de lenocinio, y, lo que es peor, cretinos. Porque la característica de este que llaman el nuevo régimen es, no su arbitrariedad ni su furor de injusticia, con ser grandes, sino su imbecilidad y su odio a la inteligencia. No puedo dar las gracias a los desdichados de alma de esclavo que piden mi indulto. No cabe indulto donde no hay condena legal previo proceso y juicio. Yo no he sido desterrado judicialmente, ni en virtud de sentencia de juzgado militar siquiera, sino por una orden directorial o mejor dictatorial, pues que ni la conoció el Directorio hasta después de dictada. Acaso cuando estas líneas lleguen ahí se habrá resuelto Dios sabe cómo y El quiera que sin sangre, esta terrible situación de mi pobre España, que está peor que Bolivia estuvo bajo Melgarejo, Argentina bajo Rosas o el Paraguay bajo Rodríguez Francia. Ahora es cuando empieza a conocerse de verdad el separatismo en España, hora en que esta “generalezca cretinizada hidrófoba de rabia anti-intelectual” nos está separando del mundo civilizado.

MIGUEL DE UNAMUNO.

¡Fuerteventura!... ¡la isla de los desterrados del Directorio!...

El hotel, fonda o casa, donde los desterrados gimen su condena es un frágil pabellón de un solo piso, limpio y blanco, de verdes ventanales, que ostenta, como adorno, un modesto jardincito con honores de corral, mustios arbolillos y nacientes enredaderas, raídas plantas que con ruidoso cacareo, profanan gallos y gallinas, y, aún asola, nuevo Atila, un negro cerdito, a quien los desterrados, familiarmente, llaman “Alfonsito”. Unamuno recordó, luego, aquel sucedido que le refiriera el rey, durante un viaje entre Salamanca y Zamora. S. M. gustaba, según le dijo, de hacer saltar por un aro los regios puercos que se crían en la Casa de Campo de Madrid. Y, evocando en ellos majestáticos ascendientes, tan amables tiranos como aquel Fernando VII que, luego de engañar a los liberales, solemnemente les decía: “Marchemos todos y yo el primero por la senda constitucional”, bien podría su descendiente don Alfonso, al pasar sus ejemplares porcinos por las caudinas horcas, repetir con su ilustre abuelo: “Pasemos todos y yo el primero por el aro dictatorial”.

COMO VIVEN LOS DESTERRADOS

Ante ellos hay un montón de periódicos; periódicos de todo el mundo; franceses e ingleses, italianos y alemanes, belgas, americanos, que frasean indignados, por el mundo el atropello del Unamuno catedrático. Diariamente ecos del combate llegan a la isla con cartas y telegramas, efusivos saludos, cariñosos homenajes, propuestas de viajes... El mundo todo ante la salvaje obra del Directorio se estremeció en sus fibras más sensibles, viendo despojado de su tribuno al inmortal Ateneo, atropellada la sacra cátedra de Fray Luis de León, y del “Brocense”. El formidable movimiento mundial tiene su repercusión en protestas de literatos como Gabriel D`Annunzzio, Roman Rolland, Anatole France, Rojas, y tantos otros. El flamante príncipe de Monte Nevoso grita indignado: “El general Primo de Rivera vale menos que las repugnantes tripas de las plazas de toros españolas”. Y así todos por el estilo. Extranjeros de calidad visitan constantemente a los desterrados. Unos políticos franceses y una dama rusa estuvieron allí recientemente, y como llegaran en un barco de los veleros, estremecióse de pavor el Directorio que, por telégrafo, mandó cuarenta parejas de guardia, vigías de la isla. Aventureros y románticos, como en los buenos días de Guernesey, se llegan allá para proponer “fugas” de “película”, barcos o buques fantasmas, aeroplanos o “zeppelines”, que se lleven por los aires, o escondidos bajo rojas velas, a los prisioneros de la isla. Más ellos dicen que no se irán, ni admitirán indulto, gracia o concesión alguna, que las rechazarán todas. Cuando ya, repetidas veces, se les insinuó, por amigos oficiosos del Gobierno, sus propósitos de perdón, contestaron los desterrados: –No nos hagan tan inocentes. No queremos, por dignidad primero, por conveniencia después, aceptar mercedes. Si nos la trajeran en plato de oro y nos lo pidieran de rodillas, tampoco las aceptaríamos. No queremos volver a España sino triunfadores para exterminar al adversario. Y si preciso es volver a insultar al Directorio para que nunca, jamás, piense en nuestro indulto, así lo haremos. Nada rectificamos, ni de nada nos arrepentimos, ni queremos ni buscamos enmienda. Hoy más firmes que nunca, aquí estaremos, como Prometeo sujeto a la roca. Aquí, aún callados, somos una afirmación, una lección de energía que despertará al pueblo. Indultados, no podríamos hablar, seríamos, sí, un valor negativo. Nuestro sacrificio levantará el de los demás y ya vamos viendo que cada día de Fuerteventura es de agonía para el Directorio, asustado del error político que cometiera, pues supuso que por se él desconocido en el mundo, (que tan sólo sabe alguna vez de sus derrotas y desastres) lo eran, también, cuantos simbolizan en España hoy el Ateneo y libertad de pensamiento, intangibles principios que son base del hombre civilizado. Y, al ver ellos que la ola avanza, que la inteligencia, la libertad, les ahoga, pues nunca consentirán que triunfe el sable, desearían, ahora, quitársenos de encima. Pero no y no y no –exclaman Unamuno y Soriano, decididos y enérgicos.

RESIGNADOS Y CONTENTOS

–¿...? –Para nosotros –dicen– es esto una vocación. Lo lamentamos por la familia, pero, en lo demás, hacemos vida higiénica, nos bañamos en el mar, navegamos algunos ratos a vela, pescamos... Y cazaremos... Somos los nuevos Robinsones. Hay aquí mucho conejo. Por eso, sin duda el Directorio acaba de redactar una cartilla, “para la cría del conejo”. Se preocupa al mismo tiempo –¡oh, Directorio previsor de la libertad del conejo y de la prisión de los intelectuales– exclama Soriano riendo. Hay también aquí –siguen los desterrados– una especie de perdices a que llaman gangas, pero, tememos que nos la dispute el Directorio, que va la caza de “gangas” desde su primer día. Viajamos por la isla constantemente seguidos por la policía, en automóvil, con camello, y ya hemos recorrido sus pueblos más interesantes admirando la magna obra realizada por los patriarcas isleños don Matías López, don Domingo Peña y sus hermanos don Juan y don Ramón Castañeyra, que, con algunos otros ciudadanos, hicieron el milagro de sacar agua de las rocas, nuevos Moisés, y reverdear este desierto. A ellos se debe el resurgir de Fuerteventura... Visitamos, ya cortijos y pueblos, aldeas y cabañas, el poblado venerable de Betancurín, donde el normando Betancourt, conquistador de la isla, tuvo su palacio... Pasamos, ratos muy agradables, pues cuanto se diga en elogios de esta gente es poco. Son corteses, bien educados, sencillos, afectuosos, hospitalarios. Nos consideran como hermanos y se preguntan a toda hora “¿dónde están los niños?” Estos niños, ¿lo creerá usted?, somos nosotros –exclaman, riendo, los joviales desterrados.– Tenemos una grata tertulia en la casa patriarcal de los señores Castañeyra, a la que concurre el más simpático, liberal e independiente de los curas conocidos, el de este pueblo, don Víctor Sanmartín, el juez, dignísima persona, y varios amigos encantadores... Se habla de literatura, de arte, de política, si bien esto es peligroso, porque desde que el Directorio gobierna, es la delación señora de España. Ni en los días del famoso Luzón el del “Consejo de los Diez” de Venecia le viera tal espíritu repulsivo, con traza de inquisidores, por hacer méritos, delatan, cobardemente, cuantos pasos damos, si hablamos o si callamos, si nos visitan, si nos obsequian, si tenemos amistad con los unos o con los otros, si los barcos nos traen cartas. Inventan propagandas que no existieron, gritos subversivos y fantásticos, mitines que nunca celebramos. Quieren estrecharnos, cercarnos, impedir a toda costa que se nos obsequie, se nos visite… Y allá, en Las Palmas, algún esbirro que viste uniforme, estúpido o loco, hace creer a muchas gentes que se nos tiene metidos en un cuartel y comiendo rancho. Pero, esos “caballeros esbirros”, que ya conocemos, tendrán muy pronto su merecido. Esta vida muestra, si tal vez algo monótona es a lo menos sana. Nos molesta el agua que aquí es salobre e insana, y la falta de nocturna luz que nos obliga a acostarnos al ponerse el sol y a levantarnos con él. Leemos mucho, contestamos infinita correspondencia, paseamos… Ahora está Unamuno escribiendo en su destierro su “Don Quijote en Fuerteventura”. —Y yo — añade Rodrigo Soriano—recordando mis buenos tiempos de “España Nueva”, mi periódico, escribo el “Sancho Panza en Fuerteventura”. ¿ Quién será Sancho Panza? Adivínenlo. La ínsula Barataria bien pudiera ser esta isla, aun cuando su gobernador, o Delegado, policía suplementario.

Miguel de Unamuno

UNAMUNO HABLA DEL DIRECTORIO

–No sabemos cuánto tiempo estaremos aún aquí, —pero creo que poco. El Directorio ha fracasado. Son, estos gobernantes, mil veces peores que los del antiguo régimen, por inmorales e ineptos. No tienen quien los sustituyan, pues nadie se presta a gobernar bajo el imperio del sable. Vinieron con el plan de salvar España y nada han resuelto, ni economías, ni cese en Marruecos, ni costumbres nuevas. Todo está peor. Dijeron que gobernarían con el pueblo y gobiernan con la parte mas infinita de los derechos bendecidos por obispos, ayudados por clérigos, que quieren restaurar la unidad católica y obligar a la enseñanza religiosa. Persiguen a los intelectuales sin saberse por qué; hicieron en días separatista a toda Cataluña; perdieron Tánger y con él Marruecos; dividieron al ejército; pactaron con el Raisuli y lo intentaron con Abd-el-Krin, luego de tanto censurar a Echeverrieta y Alba por hacer igual; cada día rectifican lo que en el anterior hicieron y, quien lea la “Gaceta”, al ver tal maraña de confundidos decretos, notas y absurdas decisiones la creerá pozo de locura. Este gobierno ha sido ya advertido de sus dislates por el extranjero, y la manifestación moral recientemente hecha por Inglaterra ante Mallorca, es significativa. El viaje a Italia que quiso poner a esta nación con España, contra Francia, para conservar Tánger, ha sido un fracaso. Y el discurso famoso leído por Alfonso ante el Papa, por este reído, la mayor de las vergüenzas. La más abyecta grosería resplandece en estilo y documentos de los publicados por el Directorio. Diríase que las “Notas” presidenciales, por su plebeyez y ordinariez, se redactasen en prostíbulos, tabernas o caballerizas. No tienen sentido político, fineza espiritual, astucia, valor siquiera, para gobernar. Han comprometido al Ejército y al Rey, y, ya en París, los liberales monárquicos se unen, se hacen republicanos. La revolución se aproxima a pasos rápidos. Vinieron estos hombres a evitar las “responsabilidades” y salvar al Rey, único primer responsable de la catástrofe de Annual, y va a ser peor, porque queda más a descubierto. Dijeron que el antiguo régimen y el Parlamento para nada servían, cuando, precisamente y por primera vez, iba a servir de algo, a exigir responsabilidades. No acabaron los sublevados del Directorio con el antiguo régimen por desdén y asqueo hacia él, como dijeron, sino por miedo, por terror, a que dicho régimen tuviera alguna vez eficacia, condenara para siempre a los militares, sus desastres. Esta es la verdad pura. Todo lo han destruido: Parlamento, Constitución, justicia, Ejército, centros culturales, ayuntamientos. Gobiernan sobre ruinas. Pero nada saben edificar. Tan sólo alcanzan a remediarlo todo con palabras, manidos tópicos t retórica de flor de trapo. Hablando de “patria”, “honor”, “bandera”, con que quieran encubrir crímenes y robos, inmoralidades y atropellos. Este régimen absurdo lo arrastrará todo al abismo — exclaman reclamente los “desterrados”.

—¿…?

—Para hacerlo todo bien — añaden — nos desterraron juntos, colocándonos así en buena plataforma, dándonos el relieve a que aspiramos.

DOS VIDAS PARALELAS

Y refieren conmovidos las coincidencias que en su vida tuvieron. Unamuno y Soriano, sin ponerse al habla, se unieron, hace años, para combatir al mismo enemigo. Soriano, en 1906, se bate en grave duelo con el actual general y dictador: Primo de Rivera. Y lo hace por atacar la nefanda ley llamada de “Jurisdicciones”. Hiere gravemente Soriano a Primo de Rivera que, sin justificarlo, y por defender a su tío (el primer marqués de Estella, que era ofendido) provocó por la espalda al diputado Soriano. Unamuno en el mitin de la Zarzuela y por aquellos mismos días, combate, también, la ley famosa. Desde 1906 a 1920 ambos “leaders”, vascos los dos, no cesan de combatir en el Parlamento y en la prensa, al militar poder, sea con discursos fieros y tenaces, o con artículos tremendos. Soriano sufre duelos y agresiones: lleva, en peso, la campaña nacional contra Marruecos. Unamuno es perseguido y condenado por ofensas al Rey. Llega la hora suprema, la de las “Responsabilidades” históricas. Y sin previo acuerdo, Unamuno, desde el Ateneo, provoca tempestades, enfoca al Rey, dícele verdades. Soriano, en 1923, pronuncia en el Ateneo sus famosas conferencias sobre “Responsabilidades”, señalando todas, una por una, del Rey abajo. Decidido y valiente, acusa en su oración al monarca. Los pasillos del Ateneo rugen en tempestades, aplausos y arengas de combate. En el mitin del “Circo Americano”, al que concurren derechas e izquierdas juntas, Soriano, ante innumerables público, pide “Responsabilidades”. Y entonces mil unidades, por el Ateneo convocadas, desfilan en Recoletos, la Castellana y el Hipódromo pidiendo igual. Sube el Directorio. Lanza Unamuno su famosa carta a los americanos. Soriano va a Valladolid, donde se le prohíbe dar una conferencia. Vuelve al Ateneo de Madrid, pronúnciala allí, el 7 de Noviembre. Conferencia audaz en la que por vez primera se discute al Directorio, se profetiza su misión, se analiza su obra. “Ayer, hoy y mañana”, se titula. Unamuno publica en “La Nación” sus artículos famosos contra el Directorio. Soriano escribe en “La Libertad”, Unamuno en 2El Liberal”, día por día, la más acerba y punzante sátira, entre los gobiernos conocida. Todo cae bajo las plumas irónicas de los vascos, únicos que sostienen hoy el pabellón frente a la cobardía ambiente. Soriano publica una “interviú” en periódicos franceses contra la obra dictatorial, redacta, luego, un documento contra el discurso por el Rey pronunciado ante la Santidad de Roma, documento audaz que se publicó, con innumerables firmas de ateneístas, en un periódico de París. Es el documento afirmación de la cultura española, crítica sangrante de los históricos errores por el Rey cometidos en su discurso célebre, en el habla torpe de “La barbarie de los árabes españoles”, los mismos árabes que hicieron la Alambra y la Mezquita de Córdoba. Llega, por fin, la gran batalla. A consecuencia de la conferencia de Soriano quiere el Directorio clausurar el Ateneo. Surgen dimisiones de presidentes, el Ateneo suspende las cátedras pero mantiene intangible su responsabilidad. Y el elemento joven, ardiente e independiente en su ideal sagrado a toda costa quiere volver a discutir las “responsabilidades”. Si lo hizo cuando había libertad parécele más gallardo hacerlo ahora, frente al tirano triunfante. Lógrase abrir, por fin, la Cátedra. Coincide con ello el escandaloso hecho llamado de la “Caoba”. El dictador, siguiendo su antigua vida, comparte el buen gobierno con la embriaguez y el prostíbulo. Y un día, ante el Madrid escandalizado, corre “ cabarets” del brazo de prostitutas, alardeando de ello. Una su antigua amante, la “Caoba”, (así llamada por el tinte especial de sus cabellos) es detenida por vender “cocaina”. Un juez dignísimo quiere registrar su casa. Reclama ella al dictador que ordena al juez ponerla en libertad. Lo hace él por medio de una carta comprometedora y coactiva pero al saberlo el Presidente del Tribunal Supremo, como es lógico, protesta. Es detenido el Presidente y suspenso el juez. Triunfa la prostituta. Madrid condena el hecho con sordo rumor. Nadie se atreve a protestar. Reúnese el Colegio de Abogados y, con continuados tumultos, abogados y letrados protestan ruidosamente. Soriano llega luego al Ateneo de Madrid. Aquella noche cae sobre la Corte espesa nevada pero el Ateneo está lleno, desbordante, apasionado. Soriano reclama de la Presidencia libertad para hablar, denuncia a los policías, los que ocupan la tribuna. Su discurso terriblemente demoledor, formidable arenga, es la más fulminante de las requisitorias pronunciadas contra la obra del Directorio. Sigue el público con ansiedad entre asombro y miedo, los vivientes párrafos. —Ya era hora de que se hablara así — interrumpe una voz. Levántese la temida tempestad. Y, cuando Soriano, cara a cara, acusa al dictador y le dice que “no le tiene miedo porque ya se batió con él y le hirió en el rostro”, estalla al fin la formidable ovación. Acaba el orador, irónicamente, evocando a Sansón y Dalila pintando, con malicia, el retrato de la “Caoba” y las risas se suceden. Acaba así: —Sansón cayó cuando Dalila con fines torpes, le cortó la melena. Así acaba el dictador: Dalila, te felicito.” Algo inesperado surgió entonces. La conciencia nacional. La dignidad ciudadana. La más formidable de las ovaciones se escuchó en el Ateneo. Al siguiente día aquel magnánimo general, a quien Soriano hiriera varias veces, podía bien vengarse de sus heridas. El rey de las inferidas a él por Unamuno. Ambos luchadores, desterrados, conducidos por policías a Cádiz fueron, donde permanecieron encerrados seis días… Luego a Fuerteventura. ¡Extraña la conciencia de vidas de estos dos hombres! Y del insigne D. Miguel de Unamuno, gran amigo de los humildes, profundo investigador del humano saber, evoco, humilde lector, sus maravillosas novelas, “Abel Sánchez” “Paz en la guerra”, “Nicolás”, “Sus versos místicos”, “El Cristo de Velásquez”, su magna obra sobre el “Sentimiento trágico”, traducida en toda Europa, sus discursos y sus conferencias vibrantes e ingeniosas, paradójicas y audaces, torrente desbordado de saber y gracia. Veo ahora, conmovido, su frente limpia, su inmaculada blanca barba, clara y alba como su alma de niño, como su conciencia pura. Sonríe, plácido. El porvenir le aguarda, ya glorioso para España…

¡Fuerteventura!… ¡Símbolo! La aurora de la nueva España ¿brillará en las costas de aquella isla?

EL DUENDE DE LA COLEGIATA.