Una página de Vlamick

Vlaminck

CONFESIONES

Yo siempre miro las cosas con mis ojos de niño. Tengo al presente cuarenta y cinco años y mis más hermosos entusiasmos tienen los mismos orígenes que los de mi infancia: un sendero en el bosque, un camino, un borde de río con su agua profunda, su reflejo de cosa, un perfil de barco, una casa a la vera de un camino, un cielo con nubes oscuras. Me acuerdo de una mañana de estío cuando tenía doce años. Iba acompañado de mi padre. Seguíamos un camino que atravesaba el campo llano de Rueil a Crossy. Toda la tierra era un solo trigal, y las espigas sobrepasaban mi cabeza. Todavía guardo la sensación de esta inmensidad dorada con flores donde zumbaban abejorros. Y el cielo profundamente azul y casitas a los lejos... a lo lejos. ¡Ah, esta vida que me envolvía, este temblor de la campiña y este sol que me quemaba la cara! Después, y muy a menudo, he tratado de recobrar esta emoción y fijarla con la fuerza y frescura de mis ojos de niño. Cada vez que miro un trigal, me acuerdo de aquella mañana... Más tarde, he estado en Chaton, Bougival, Carriere-sur-Seine en pleno Verano y en pleno Invierno. Vuelvo a ver el puente de Chaton, cubierto de nieve, con los carricoches de los hortelanos y el paso pesado de los carreteros. La llanura de Nanterre ahogaba en el blanco y el gris. Los Domingos cuando –sin un centavo en el bolsillo no sabía que me hacía sufrir más,– si las voces de la mujeres que pasaban en canoa o los álamos sombríos que se reflejaban en el agua o la sirena del negro remolcador. Un día estaba sentado en la viñas de un ribazo de Saint-Cloud. Delante de mí se tupían los melocotoneros en flor. Todo el ribazo estaba en flor. Al frente, el cementerio con sus pequeños árboles sombríos y su muro blanco. Por el caminito subía un coche mortuorio seguido de diminutos hombres negros. Enterraban a un bombero de la comuna y los compases de una vaga marcha fúnebre llegaban al ribazo en flor. Un carretero detuvo sus caballos y miró mi trabajo: –“Se ve el sol en las ramas”– dijo e hizo chasquear el látigo. Otro día recuerdo el lavadero debajo del puente de Chaton con lavanderas y el ruido de sus palas, el camino de sirga, las hileras de barcas y los descargadores corriendo sobre los tablones. De improviso oigo la voz de mi padre que me dice mirándome con aire de desaliento: –“¡Tú no ganarás jamás ni con que comprar la sal de tu sopa!”

El gran camino bordeado de árboles y la llanura sin término. A la entrada de la comarca una casa baja de postigos azules. Un rosal que trepa, un sarmiento, gallinas en el patio, un campo de arena. El camino penetra hasta el corazón de la aldea y llega frente a la tienda del único despachero. A la derecha, la población; una centena de casas, una vieja iglesia que las domina. Es la aldea de Herouville. Granjas, casa de piedras mal pegadas, cubiertas de tejas planas. Un viejo nogal cerca de un muro gris, donde florecen hierbezuelas salvajes. Conozca la estructura del viejo árbol; he visto en Invierno su dibujo nervioso y seco cubierto de nieve, en Otoño cargado de nueces. También lo he visto sacudido por el viento de la llanura sirviendo de estacada a los estorninos. Más lejos, alfalfares, siembras de papas y el camino que desciende... ¿De qué sirven aquí las charlatanerías artísticas, las conversaciones sin fin sobre arte, las discusiones a las dos de la madrugada en los cafés de los artistas, cuando se cree tener al mismo Dios en un puño? ¿Qué son todas las teorías alambicadas, las lecciones aprendidas de memoria, frente al cielo, en un rinconcito de la naturaleza? Detenido en este camino, en medio de esta llanura tengo la sensación de no haber comprendido nunca nada, de no haber visto nunca nada y de no conocer más que el escarabajo negro que cruza el camino y se agita en el polvo.

He almorzado hace poco en casa del Director de una revista artística. –“¿Qué piensa usted de las tendencias del arte moderno¿ ¿Es cierto que la vuelta al neo-naturalismo, es un peligro?”– me ha interrogado. Frente a mí el camino se sumerge en el valle; al otro lado vése el pueblecito de Vesles: un campanario, techos de pizarra, eras verdes que tocan el cielo azul. –“¡Es cierto que el neo-naturalismo es un peligro!” Cuanto más me hubiera gustado que me hicieran esta simple pregunta: –“¿Cómo encuentra usted a mi sirvienta?” ¿Pintar? Expresar los sentimientos humanos, olvidar la pintura oficial, los museos oficiales, hacer lo posible por igualar a los maestros sin ser maligno, ni cobarde! Yo sé de momentos inexpresables, de instantes quietos y grandes, en que las palabras: beatitud, dicha, inspiración, no dicen nada. Guardo el recuerdo de minutos de emoción que me he hallado fuera del tiempo. Si tocándome entonces al espalda me hubieran dicho: –“¿Quieres algo? Pide lo que quieras. ¿Deseas ser rico, deseas un castillo, servidores, la Legión de Honor?” Yo hubiera respondido: –No, nada... Mujeres enamoradas que trabajan en la tierra, un caballo desatado come pasto apaciblemente, arriba en el cielo las nubes caminan lentas, imperceptibles... A un lado de la ruta está situado el cementerio. La verja está siempre abierta; un abeto sobresale por encima del muro. Ningún ruido turba el silencio del camposanto. En Invierno pasan por lo alto cuervos y en Verano, palomas.

Aquí reposa mi padre. Simple, robusto, él ha vivido. Si yo le preguntará y pudiera oírme: –“¡Quieres algo? ¿Deseas alguna cosa?

El me respondería. –No, nada... a cada uno le toca su turno: te toca a ti por el momento... Ama la vida... ¡pero ámala por sí misma!

VLAMINCK.

(Traducido para 'CLARIDAD')