Desenmascaremos a los demagogos del chauvinismo.

El fallo arbitral de Mr. Coolidge en la cuestión de Tacna y Arica ha creado una situación internacional a la que debemos estar atentos. De nuevo los intereses inferiores de la política interna juegan papel determinante y lo que se creyó solución resulta problema y más que problema, enredo. En esta oportunidad la burguesía chilena y los señores de sus castas conservadoras no tienen que hacer mucho. Ya lo han hecho en otras oportunidades y ya llevaron al martirio, por la mano negra de Sanfuentes, a Domingo Gómez Rojas, gloria y orgullo, símbolo y ejemplo de esta nuestra generación perseguida y heroica. Ahora quienes tienen que hacer son los señores de la oligarquía peruana que gobierna: es el señor Leguía, demagogo chauvinista, agitador de patriotería, traficante de la ingenuidad de un pueblo. El señor Leguía, huérfano de toda cultura, comerciante de origen y de espíritu, ha hecho su negocio acicateando el odio a Chile y prometiendo reivindicaciones fantásticas. Como es ignorante, ha sustituido fácilmente los puntos de un programa que no podía concebir, con la fraseología de Monsieur Chauvin. Desde su primer gobierno, salvó situaciones críticas de la política interna inventando guerras posibles con el Ecuador, con Bolivia y con Chile. Entonces la juventud era más de redil y caía en el engaño. A cada alharaca internacional algunos centenares de jovencitos se trajeaban de soldados y se dejaban revistar por el Jefe del Estado. Leguía, con el éxito del sistema lo usó desde que, de acuerdo con los truts petroleros yanquis, inició su campaña electoral en el Perú en 1919, para ocupar la presidencia de la República por segunda vez. Entonces su chilenofobia adquirió caracteres rabiosos. Se hizo llamar “sargento sobreviviente de Miraflores” y “caudillo de la reivindicación”. Tan pronto como asaltó el poder por un cuartelazo, en la madrugada del 4 de Julio del mismo año 19, su grita patriotera se convirtió en arma política. “Chileno” era todo aquel que no aceptaba ser leguilísta. El mote cayó sobre muchos y no se libró de él ni gente de la más pura cepa patriotera como don Augusto Durand, jefe del partido liberal, que desapareció más tarde por muerte misteriosa. Una asamblea nacional declaró nulo el Tratado de Ancón. Esa misma asamblea fue la que reformó la Constitución peruana, que Leguía interpreta a su leal saber y entender. Más tarde, maniatado por la diplomacia chilena, fue sumiso al arbitraje que debía resolver sobre el artículo tercero del mismo Tratado que él había negado altaneramente. Entonces creyó que debía entregar la soberanía económica a Yanquilandia para pagarle el precio de un fallo favorable. Pero a pesar de ser comerciante de profesión, Leguía olvidó que es peligroso pagar por adelantado. El imperialismo yanqui, con el Perú entre las zarpas, se ha reído de Leguía. Más le interesa Chile y sobre todo su salitre para cuya explotación acaba de formarse uno de los más fuertes sindicatos del Continente. El fallo ha sido absolutamente adverso, y Leguía hasta el día anterior del 4 de Marzo decía por medio de sus voceros oficiales que el triunfo sería suyo. Ha resultado engañador engañado. La sorpresa ha sido cruel para el mercader audaz y dura, muy dura, para la masa que él sugestionó e incitó con la esperanza de Tacna y Arica, en cuyo nombre cometió atropellos y crímenes. El plebiscito es su derrota, es la derrota de su política y Leguía jugará la última carta para defenderse, empujado por la patriotería que el mismo fomentó y agitó con fines personales. Y este es el peligro. Todas las gentes jóvenes de América debemos mirar atentamente los movimientos de un tirano que trata de defender su posición a cualquier precio. La oposición de los partidos burgueses del Perú se hace en nombre de una nueva agitación patriótica. Un general Benavide y unos señores Pardos, Piérolas, Villarames, Rivagueros, Prados, Belaundes y otros tantos, tienen la misma sed de poder y de Tiranía que tuvo Leguía en 1919. Naturalmente que su “lei motiv” es ahora la cuestión Tacna y Arica. Tacna y Arica ha sido desde hace cuarenta años la Celestina de los políticos profesionales. Pues bien, la oposición ahora puede ganar terreno y Leguía tratará de defenderse buscando una salida cualquiera, sin importarle ningún peligro, ya que para él la mayor es la caída del poder. ¿Cuál ha de ser esa salida? Es difícil ver claro desde aquí, con las noticias breves de los diarios. Pero no sería raro que llegara a la agitación del Perú para un conflicto militar. De todos modos, esta cuestión está meneando los bajos fondos del odio, está avivando rencores, está arrastrando a nuestra América a un peligro de divisionismos que imponen de todos los hombres jóvenes– intelectuales, obreros y estudiantes– una actitud definida, enérgica y vasta, de acusación, de llamamiento a la concordia de los pueblos y de agitación revolucionaria para impedir una guerra. Un frente único es urgente. Un frente único de todos los trabajadores manuales e intelectuales de la nueva generación de América. Un frente único de pueblos contra los nacionalismos, contra los militarismos, contra los políticos burgueses y los tiranos impúdicos que arrastran a los pueblos a matanzas inútiles. Desenmascaremos a los demagogos del chauvinismo. Yo invito a los obreros estudiantes y obreros de Chile a hacer lo mismo. Tenemos que intensificar nuestra acción para señalar a los traficantes de la credulidad popular. En el Perú, nosotros no omitiremos medió alguno por ir hasta el fin contra ellos. Lo urgente es que la América joven, la América proletaria, la América consciente se organice y actúe. Una guerra o una agitación militarista halagaría a los Estados Unidos porque le alejaría el peligro de la unidad latino-americana por mucho tiempo– siglos quizá– a la vez que le daría nueva oportunidad para intervenir, vender armamentos y negociar empréstitos. Nuestro deber es iniciar inmediatamente la organización de las fuerzas jóvenes de nuestra América. De todos sus ámbitos debe ir hacia el Perú y Chile la voz de acusación contra los mercaderes del patriotismo. Hay que gritar mucho, mucho, hasta que se nos oiga, que con Tacna y Arica o sin Tacna y Arica los pueblos chileno y peruano vivirán siempre frente a sus problemas propios. El “roto” seguirá tan explotado como hoy y el “indio” y el “cholo” también. Hay qué decirlo y repetirlo, sobre todo, repetirlo, que la cuestión no es que en Tacna y Arica el explotador sea peruano o chileno, sino que lo esencial es que los pueblos se rediman y que las líneas fronterizas que hoy sirven de agarraderas al imperialismo yanqui y a las tiranías criollas desaparezcan para siempre en el gran amor de la justicia. Todo esto hay que decirlo, pero a tiempo y a coro. Hay que decirlo con la enérgica resolución de quien dice verdad y puede luchar hasta el fin por lo que dice.

HAYA DE LA TORRE.

Londres, 31 de Marzo de 1925.