Angel Ganivet y España

Recientemente han sido trasladados a España los restos del gran pensador peninsular Angel Ganivet, que se suicidó hace algunos lustros en Riga. Con este motivo se ha hecho objeto de grandes homenajes la memoria de este alto liberal español. En estos momentos, en que las libertades se encuentran aherrojadas en aquel país– y otras democracias americanas– bajo el peso de una dictadura militar, las declaraciones que se han hecho en torno a los restos de Ganivet– una de las figuras intelectuales más valiosas de la raza– adquieren una gran importancia. No nos toca hacer previsiones; no nos interesa dilucidar si ellas tendrán efecto o no. Pero desde el fondo de nuestro pensamiento una voz de adhesión surge acompañando los anhelos de esa juventud que desea para España el renacimiento de las libertades y con ellas los progresos que la vida moderna acuerda a los pueblos dignos. A continuación transcribimos algunos fragmentos de los discursos más interesantes que se pronunciaron en los actos efectuados en España con motivo de la inhumación de los restos de Ganivet.

Palabras del doctor Marañón

El doctor don Gregorio Marañón, una de las mentalidades más vigorosas de la España joven, se expresó más o menos en los siguientes términos: “Los pueblos que no luchan por la libertad están llamados a desaparecer por falta de significación en la Historia. Sólo los muertos dejan de luchar apasionadamente por la libertad; por eso son pueblos muertos los que renuncian a esa lucha. Este fue el gran pensamiento de Ganivet. Sus dos grandes amores fueron España y la libertad. Su herencia la recibís vosotros íntegra, jóvenes escolares. Perdonadnos si nosotros no pudimos realizar la obra de hacer una España grande: Los hados se opusieron a nuestro propósito. Hacedlo vosotros; que sea grande por la libertad, aunque tengáis que tallarla en nuestra propia carne dolorida. Luchad contra los dioses por la libertad. Esa es vuestra obra. Nosotros nos retiramos con la melancolía de no haberla podido realizar. Esa es la herencia que os dejamos, que si es triste por lo que significa de fracaso, se compensa con vuestra juventud y con el ideario de Ganivet, donde encontraréis estímulo y orientación. No necesita Ganivet fiestas aparatosas. Ganivet no disparaba cohetes llamativos, sino flechas silenciosas, y a veces sobre blancos remotos. El español culto que lea ahora por primera vez los libros de Ganivet, o el que los relea tras largos años de olvido, tendrá la sorpresa de encontrar en ellos, no sólo las raíces, sino muchas flores abiertas de una parte importante de la producción intelectual contemporánea. En realidad, todos nosotros, los que cada cual en su jerarquía amasamos el pensamiento de las generaciones que nos siguen, si examinamos con atención nuestras propias ideas, las que más nuestras creemos, hallaremos a cada paso ésta y la otra, que llevan impresas una gravedad inconfundible y trágica o una gracia ligera, son gotas de la sangre de Ganivet, que a todos, hasta a los más humildes, nos alcanza. Este triunfo a distancia y en parte anónimo y por lo tanto heroico es el máximo a que puede aspirar un espíritu humano, y no necesita de otra clase de festejos externos. Y puede asegurarse que nadie lo ha logrado en la medida que Ganivet entre los grandes españoles de su generación y de su contextura: Costa y Giner, que están también muertos, y D. Miguel de Unamuno, al que se han llevado momentáneamente las olas de una tempestad, pero cuyo espíritu está, hay más que nunca, entre nosotros. Nadie lo ha logrado, repito, como Ganivet, porque contra los que proclaman que su obra se frustró trágicamente antes de madurar, yo afirmo que murió después de terminar por completo su misión en esta tierra, y son contados los hombres, aún entre los más grandes, de los que puede decirse otro tanto. Precisamente la tragedia de muchas vidas excelsas es esta falta de paralelismo entre la evolución de la obra del espíritu y la propia evolución carnal. No basta, a veces, una existencia dilatada ni aún para empezar el ciclo de la gestación; y entonces vemos que hombres henchidos de potencia creadora se arrastran estérilmente durante toda su vida. Pero otras veces, en cambio, la obra recorre su ciclo de una manera ávida y perfecta, y lo termina cuando la madurez física está todavía por venir. Que la memoria de Ganivet no sea, pues, motivo de alharacas retóricas, sino espejo de nuestras conciencias y punto de partida para nuestra acción. Si en estas horas en que todos estamos abrumados de la noble inquietud que dirige el pensamiento de nuestro amigo, y que el, antes que nadie, nos enseñó a sentir a los españoles de ahora; si en estas horas de inquietud pudiéramos interrogar a los labios mudos, que tantas veces gustaron de hacer el horóscopo de España, tal vez nos respondieran: «Mi última lección, amigos míos, es esta aparición de mí espectro desde un cementerio olvidado y remoto, cuando nadie contaba ya conmigo; vengo a recordaros con mi presencia, después de treinta años, en los que la Historia ha pasado sobre el mundo como un huracán destructor, que no perdáis la fe; sólo subsiste por encima del tiempo y de la violencia la fuerza inmortal del pensamiento».

Palabras de Eugenio D'Ors

El conocido escritor Eugenio D`Ors (Xenius) pronunció un interesante discurso, del cual extractamos los acápites siguientes: “Han pasado apenas dos meses– dijo– en que una buena mañana, llena de sol y alegría, templada y brillante, asistió todo Madrid a una manifestación llena de colorido y de entusiasmo, organizada con motivo de una fiesta onomástica. Aquella manifestación era la manifestación de la conformidad española (1). Hoy, bajo un cielo gris, triste, y una temperatura fría, se ha congregado también por las calles de Madrid otra manifestación, con un motivo bien distinto: ésta ha sido la manifestación de la no conformidad”. (Atronadores aplausos acogieron las palabras del orador). “No quisiera– afirmó– que se interpretasen mal mis palabras. Ganivet era un gran rebelde, un formidable rebelde; pero por eso mismo, porque fue un espíritu independiente, que procuró afirmar su independencia por encima de todas las conveniencias de su época, no sería honesto que se pretendiese utilizar sus cenizas, ni aún su recuerdo, para exaltar una idea de partido. Ganivet era un temperamento típico, en relación con aquellos momentos en que se formó su inteligencia, y en que agonizaba el siglo XIX. Se formó en la intimidad de la Prensa y de los libros, y yo entiendo que ahora, en este momento, sólo debemos aquí hacer una brevísima revisión de su obra. Ganivet era un españolista y un casticista. Creo equivocado intentar que su memoria sirva para otros fines. Quería que España fuera grande, que supiese emancipar su conciencia de las conveniencias de un Parlamento que cuando iniciaba su eficacia era clausurado, y de unas garantías que suprimían cuando eran más necesarias. Yo no canonizo esas ideas; pero Ganivet era así. No sería honesto ocultar esto en una fiesta como ésta. El siglo XX se caracterizó, por el contrario del siglo XIX, por la exaltación de la Marsellesa de la autoridad. Ganivet la cantó antes que nadie. Pero como la victoria de la autoridad no existe más que en aquel que hace algo, transforma, renueva o crea, donde esto no existe sólo queda la fuerza. Y ocurre que el que no hace cosas de las que pedía Ganivet, o de las que aún tenemos hambre nosotros, se queda con la fuerza, y fuerza sin autoridad es como un pellejo desinflado. Hoy llegan los restos de Ganivet a la Universidad y todos nos sentimos un poco sus discípulos. Procuremos serlo en todo lo que tuvo de sano y de generoso su ideario”.

(1) Alude Eugenio D'Ors al gran desfile que se efectuó en Madrid con motivo del santo del Rey– el imbécil de Alfonso XIII – manifestación que fue de una brillantes inusitada y que ha hecho que los cronistas vendidos a la monarquía hablen de la adhesión del pueblo español al trono. Bien sabemos que la verdad es muy distinta.